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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Literatura para maratonianos

El pasado sábado, en el suplemento cultural TERRITORIOS, en EL CORREO, y coincidiendo con el fin de semana del Maratón de Nueva York, publicaron un reportaje sobre literatura para maratonianos que me habían encargado como autor de la novela sobre el Maratón de Nueva York "42,2 Muerte en Central Park".

Para los que no lo pudisteis leer, y os interesa tanto la literatura como correr, os pongo aquí el texto completo.
Deseo que os guste.

Literatura para maratonianos
Javier Sánchez-Beaskoetxea

El 24 de julio de 1908, poco después de las dos y media del mediodía, comienza la prueba de maratón de los Juegos Olímpicos de Londres, los cuartos de la era moderna. Casi tres horas después, llega al White Stadium londinense el italiano Dorando Pietri. Los 75.000 espectadores se levantan y jalean al pequeño atleta italiano al ver que apenas puede avanzar. Pietri entra al estadio y corre en sentido contrario. Los jueces le señalan el camino, pero tarda casi diez minutos en recorrer los últimos trescientos metros. Varias veces cae al suelo y es ayudado al ver su lastimoso estado. Finalmente cruza la línea de llegada en primer lugar a punto de ser alcanzado por el norteamericano Johny Hayes. La delegación estadounidense presenta allí mismo una reclamación por la asistencia otorgada al italiano, quien es descalificado.
Testigo de excepción de estos hechos fue el enviado especial por el Daily Mail para esta carrera, que no era otro sino el escritor escocés Sir Arthur Conan Doyle, ya famoso por dar vida a través de su ágil pluma al detective por excelencia, Sherlock Holmes, entre otras muchas creaciones literarias. Conan Doyle aceptó el encargo porque era un gran aficionado al atletismo y al deporte en general y porque así podía ver la llegada de la carrera del maratón olímpico en una posición privilegiada en el White Stadium.
No fue lo único singular de aquel maratón de 1908. Desde que en 1896 se iniciara la era moderna de los Juegos Olímpicos, la carrera de larga distancia, el maratón, había tenido una distancia variable. En Atenas, en 1896, se corrió entre Maratón y el estadio Panathinaiko, cubriendo una distancia de unos cuarenta kilómetros en recuerdo de la gesta del soldado Filípides en el año 490 a.C., quien, tras la batalla contra los persas, murió por el esfuerzo de llevar a Atenas la noticia de la victoria. No es un dato contrastado, pero para los amantes de las Olimpiadas y de los maratones nos sirve. Después, en los Juegos de París, en 1900, y en San Luis, en 1904, la distancia también rondó los cuarenta kilómetros y algunos metros más.
Pero en 1908, la Princesa María pidió que el comienzo de la carrera se hiciera junto a donde estaban sus hijos en el Castillo de Windsor para que vieran la salida, lo que alargó unos dos kilómetros más la distancia. Luego, en el White Stadium, se puso la meta junto al palco real, con lo que resultaron esos ya famosos 42,195 kilómetros, que es la distancia estándar de la prueba a partir de los Juegos de 1924.
Así pues, ya en la Inglaterra de 1908 encontramos una relación entre el mito del maratón y la literatura, lo cual es algo lógico, ya que la épica, la leyenda y el sufrimiento agónico de los atletas, como el de los ciclistas, son ingredientes sinigual para mezclarlos en buenos textos.
Sin salir de Inglaterra, en 1959 un inglés, Alan Sillitoe, escribió uno de los relatos más hermosos relacionados con el simple acto de correr.
“Nada más llegar al reformatorio me hicieron corredor de fondo de campo a través. Supongo que los tíos pensaron que estaba hecho para ello porque era alto y delgado para mi edad (y todavía lo soy) y, de todos modos, no me importó demasiado, para decir la verdad, porque correr ha sido algo que en nuestra familia se ha hecho mucho, en especial correr para escapar de la policía”. Con estas geniales líneas comienza “La soledad del corredor de fondo”.
El corredor de fondo protagonista es un joven de diecisiete años de origen humilde llamado Colin Smith, encerrado en un reformatorio por un robo en una panadería. Paradójicamente, al joven Colin le permiten salir a correr en soledad varios días a la semana, ya que ha sido elegido para representar al reformatorio en una carrera campo a través entre internos de todo el país. Durante estos entrenamientos por el campo, Colin nos habla de sus inquietudes y de su rabia ante un sistema que le ha privado de la libertad, libertad que solo siente cuando corre durante esos kilómetros cada día y que le llevan a tomar la drástica decisión de… No, perdón. No se lo cuento. Lean el relato. Lo merece.
Saltando ya en el tiempo, y al otro lado del mundo, es imposible no hablar del japonés Haruki Murakami cuando mezclamos literatura y maratón.
Murakami, habitual candidato al Nobel de literatura, es un tenaz corredor de maratones. En su elegante ensayo sobre su afición a correr, “De qué hablo cuando hablo de correr”, nos confiesa que correr maratones le permite lograr la fuerza suficiente para escribir sus novelas, algunas de ellas de casi mil páginas. También cuenta su experiencia en un ultramaratón de cien kilómetros, que logró terminar sin caminar ni un momento, como dice con orgullo. A mitad de carrera sufrió una crisis, pero después logró que su cuerpo y su mente fluyeran solos hasta completar la carrera.
Curiosamente a muchos de los que nos han enganchado sus novelas nos suele pasar lo mismo. En la página 200 piensas que “todavía” quedan 800 páginas, pero curiosamente cuando llevas 800 te lamentas de que “solo” queden 200 páginas más. Como en un maratón. Como le pasa al mismo Murakami.
En 1952, Emil Zátopek entró en la leyenda del atletismo al ganar en una semana las medallas de oro de los Juegos Olímpicos de Helsinki en las distancias de 5.000 metros, 10.000 metros y en maratón, estableciendo además el récord olímpico pese a su estilo de correr desgarbado y horrible. Es famosa su frase: “Si quieres correr, corre una milla. Si quieres experimentar una vida diferente, corre un maratón”.
Zátopek vivió en Checoslovaquia en tiempos convulsos, entre la ocupación alemana y el férreo régimen socialista, y un escritor francés, Jean Echanoz, publicó en 2008 “Correr”, una bonita biografía novelada, escrita en tiempo presente, en la que apreciamos el tormento de Zátopek, que corría para vivir, para huir de la dictadura sin poder evitar ser un símbolo y un rehén del régimen y que acabó degradado a basurero por no plegarse al poder.
Quizás podemos considerar “Correr” y “La soledad del corredor de fondo” como los mejores exponentes de la literatura relacionada con el acto de correr como una metáfora de la libertad. Ya lo dice el propio Colin Smith, para quien correr era una distracción que hacía que el tiempo pasara: “A veces pienso que nunca he sido tan libre como durante este par de horas en que troto por el sendero de más allá de la puerta”. La libertad se la da la soledad de correr.
Libertad. Si preguntamos a la gente que corre qué es lo que más les empuja a correr durante horas, tal vez la respuesta que más veces oigamos es que correr les hace sentirse libres. ¿O tal vez no?
“No podían creer que alguien pudiera correr tanto sin ningún motivo especial. Tenía ganas de correr”, Forrest Gump dixit. De igual manera se pronuncia Murakami en su ensayo ya citado. No se puede recomendar a nadie que se ponga a correr, como no se puede recomendar a nadie que se haga escritor. Simplemente ocurre. Un día tienes ganas de correr, o de escribir, y te pones a ello, como el sabio Forrest Gump. Él mismo nos dice, además, que sirve para afrontar el futuro: “Mamá siempre decía que tienes que dejar atrás el pasado antes de seguir adelante. Creo que fue por eso que corrí tanto”.
Dos ejemplos: Edison Peña, uno de los mineros chilenos atrapados en una mina durante más de dos meses, corrió durante esos días por las galerías. “Correr para mí es estar libre”, dijo. Nelson Mandela corría en sus tiempos de estudiante para olvidar la injusticia que veía en el mundo. Después, durante los largos años de cautiverio, madrugaba para correr sin salir de su celda durante una hora. Ambos eran libres mientras corrían en su encierro.
Sí. Correr es un acto solitario que nos hace sentirnos libres. Pero correr es el acto solitario más social que hay hoy en día. Millones de personas en todo el mundo se lanzan a las calles a correr. Se crean nuevos grupos de corredores cada día. Se cuentan por miles los participantes en los mayores maratones del mundo. Para muchos es el acto más social en su agenda semanal. Quedan para correr y luego tomar algo con sus compañeros, como lo demuestra el movimiento “Beer Runners” (corredores de cerveza) en muchas partes del mundo.
Hay estudios, ya en la década de los 80, en los que se analizan las razones para el boom de los maratones y que concluyen que la posibilidad de socializar es la mayor motivación de la gente para correr maratones y carreras populares.
Y aquí entramos, gracias a este éxito social del correr, en otra dimensión de los libros sobre el tema. Ya hemos visto que no hay muchos libros realmente literarios que se hayan acercado a este mundo. Pero sí que hay muchísimos libros que responden al fenómeno social de correr, o del running, como se llama ahora.
Atletas de elite han pasado a papel sus vivencias y consejos. Chema Martínez es uno de los más conocidos con su libro “No pienses, corre”, un libro sencillo pero de gran tirón entre los corredores que buscan motivación para correr. Otro atleta de elite, el catalán Kilian Jornet, uno de los mejores ultracorredores de montaña del mundo, también tiene un par de libros entre los más leídos. En “La frontera invisible” y “Correr o morir”, Kilian, atleta de vida sencilla, habla desde el interior de su ser y nos ofrece un texto intimista y de agradable lectura, alejado de los libros de autosuperación que se limitan a veces a contar una historia personal y a dar consejos para mejorar nuestras vidas corriendo.
Entre este tipo de libros podemos destacar por su popularidad y por estar bien escritos algunos, como el de la repostera televisiva Alma Obregón, “A correr”, que muestra cómo superó un grave problema gracias a correr; y el del periodista andaluz Rafa Vega, “Efecto maratón”, donde narra cómo afrontó la suspensión del Maratón de Nueva York en 2012 para lograr su objetivo de recaudar fondos para una causa benéfica. Por supuesto, hay muchos más. Algunos se dejan leer sin más. Otros son libros personales sin gran ambición literaria.
También hay algunos libros que mezclan un análisis técnico sobre el correr con una prosa que engancha y que los hacen amenos y fáciles de leer. Entre éstos estarían el del americano Christopher McDougall, “Nacidos para correr. La historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia”, que trata sobre los tarahumaras, una tribu india mejicana, que son capaces de correr durante días; o el de los argentinos Martín De Ambrosio y Alfredo Ves Losada, “Por qué corremos. Las causas científicas del boom de los maratones”, que mezcla la reflexión con el análisis de diferentes estudios sobre la carrera a pie. Una frase: “En el principio fue el verbo, y ese verbo era correr”.
Por último, y gracias a la cada vez mayor difusión del libro digital y de la autoedición, podemos encontrar libros desconocidos que son pequeñas joyas literarias sobre el mundo de los maratones. El mejor ejemplo que he encontrado es el de un libro de relatos, de pequeños cuentos, todos ellos con el maratón como nexo en común, y que algunos de ellos son muy interesantes y bien escritos. El libro se titula “Maratón. La vida en cuarenta y dos kilómetros y pico”, y su autor, Antonio J. Cuevas, lo tiene en Internet disponible gratuitamente para ebook.
En fin. Correr maratones está de moda. Incluso alguno dice eso de “Tendrás un hijo, escribirás un libro, plantarás un árbol… y correrás un maratón”. Mañana se celebra una nueva edición del Maratón de Nueva York, seguramente el más famoso del mundo. Haruki Murakami, como muchas personas, ha corrido esta carrera varias veces. La ciudad de Nueva York tiene el maratón más universal y es también una ciudad cosmopolita que ha enmarcado cientos de historias en la literatura y en el cine. A Murakami le gusta decir, con orgullo, que nunca ha caminado en una carrera, que siempre ha corrido. Él mismo dejó escrito su epitafio: “Haruki Murakami, escritor (y corredor), 1949-20**. Al menos aguantó sin caminar hasta el final”.

Bueno. Pues sigamos corriendo y leyendo hasta el final.

Libros sobre el tema:

  • Sillitoe, Alan, “La soledad del corredor de fondo”, Editorial Impedimenta, 2013.
  • Echanoz, Jean, “Correr”, Ed. Anagrama, 2010.
  • Murakami, Haruki, “De qué hablo cuando hablo de correr”, Ed. Tusquets Editores, 2010.
  • Sánchez-Beaskoetxea, Javier, “42.2 Muerte en CentralPark”. Amazon, 2015
  • McDougall, Christopher, “Nacidos para correr. La historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera”, Ed. Debate, 2011.
  • Cuevas, Antonio J., “Maratón. La vida en cuarenta y dos kilómetros y pico”, www.bubok.es.
  • Martínez, Chema, “No pienses, corre”, S.L.U. Espasa Libros, 2013.
  • Vega, Rafa, “Efecto maratón”, Ed. Almuzara, 2013.
  • Ambrosio y Losada, “Por qué corremos. Las causas científicas del boom de los maratones”, Ed. Debate, 2013.
  • Obregón, Alma, “A correr”, Ed. Aguilar, 2015.
  • Jornet, Killian, “Correr o morir”, Ed. Now Books, 2011.
  • Jornet, Killian, “La frontera invisible”, Ed. Now Books, 2013.
  • Jurek, Scott, “Correr, comer, vivir”, Ed. Temas de hoy, 2013.
  • Serrano, Javier, “42 reflexiones y 195 metros”, www.amazon.es.
  • Varona, Alfredo y Serrano, Antonio, “Filípides existe”. Ed. Alianza Editorial, 2001.



3 comentarios:

  1. Gracias por citarme y por recomendar mi libro. Yo fui (quizá algún día vuelva a serlo) corredor de maratones y escribir estos relatos me divirtió tanto como correr. Espero que los lectores que lleguen a ellos gracias a tu comentario disfruten también tanto como yo.
    Gracias de nuevo.

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  2. De nada. La verdad es que me gustó tu libro. Si tienes tiempo y ganas de leer anímate a leer mi novela y me cuentas qué te parece.

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