El pasado 27 de octubre de 2015, unos días antes de
la 46ª edición del Maratón de Nueva York, la revista The New Yorker publicó un interesantísimo artículo sobre la
historia de esta carrera escrito por el periodista británico Ed Caesar (http://www.edcaesar.co.uk/) autor del
libro Two hours. The Quest to Run the
Impossible Marathon (Dos horas. La
búsqueda para correr el maratón imposible). Este libro, no traducido aún al
castellano, trata sobre el posible intento de bajar de dos horas en un maratón,
algo de lo que se ha hablado mucho este año.
En el artículo que comento, Caesar nos da
muchos datos sobre los inicios del maratón a primero del s. XX y nos ilustra
también sobre cómo el Maratón de la ciudad de los rascacielos cambió de manera
sustancial la organización de estas carreras convirtiéndolas, poco después, en
un acontecimiento de masas en las principales ciudades del mundo.
Os dejo aquí el enlace donde lo podréis leer
íntegro (http://www.newyorker.com/news/sporting-scene/how-new-york-city-made-the-modern-marathon),
pero me voy a permitir hacer una traducción libre en castellano ya que, como os
digo, nos ofrece una información muy valiosa e interesante para todos los
amantes de los maratones.
Como es un poco largo lo subiré aquí en dos entradas. Aquí va la primera:
Cómo el
Maratón de nueva York creó el maratón moderno
Por Ed Caesar
Este domingo más de 50.000 personas participan
en el Maratón de Nueva York. Algunos creerán que están emulando un antiguo mito
griego. Otros, más conocedores de la historia, recordarán a la familia real
británica, ya que gracias a ella el maratón de las Olimpiadas de Londres de
1908 se corrió con la distancia actual. Pero pocos corredores sabrán que el
Maratón en el que van a participar creó el maratón tal y como lo entendemos hoy
en día.
La responsabilidad de Nueva York en la carrera
tiene dos momentos importantes. Uno fue el 25 de noviembre de 1908, en el
antiguo Madison Square Garden, cuando Dorando Pietri y Johnny Hayes corrieron
un maratón indoor. Fueron los dos
primeros en llegar a la meta en el Maratón Olímpico de Londres unos meses
antes, en uno de los maratones más espectaculares y dramáticos de todos los
tiempos y que cautivó a los lectores de periódicos en todo el mundo. Ahora, al
otro lado del Atlántico, se disputaba la revancha.
Los organizadores habían preparado una pista
de una décima parte de una milla de longitud, con lo que la carrera daba 262
vueltas a esa pista para completar las 26,2 millas, o sea, los 42,195
kilómetros. El evento vendió todas las entradas.
Con una afición volcada en los dos corredores
en un ambiente cargado de humo de tabaco y de polvo, la carrera concluyó con la
victoria de Pietri, que así se tomó la revancha de Londres, con un tiempo de
2:44:20, solo 43 segundos por delante de Hayes.
Los corredores profesionales habían corrido en
Europa durante el s. XIX en carreras de unas 25 millas (unos 40,2 kilómetros),
pero la primera carrera con la distancia adecuada para ser llamada “Maratón”
fue la de las Olimpiadas de Atenas en 1896. El evento conmemoraba el episodio
del año 490 a.C. cuando se cuenta que un mensajero llamado Filípides corrió de
la ciudad de Maratón hasta Atenas (unos 40 kilómetros) para comunicar la
victoria de los griegos frente a los espartanos (Nota: el autor del artículo, Ed Harris, habla de los espartanos, pero la batalla fue contra los persas) en la batalla. Tras gritar “¡Chairete, nikomen!” (¡Alegraos,
ganamos!), Filípides murió exhausto. El mito no es más que eso, un mito. Sin
embargo, de acuerdo a Heródoto, existió un joven mensajero de nombre similar,
pero que no llevó el mensaje de Maratón a Atenas y no murió. De todas formas,
los organizadores del maratón de los primeros Juegos Olímpicos modernos,
declararon que ellos querían recrear el heroísmo de Filípides.
En esas Olimpiadas de 1896 el Maratón fue de
unos 40 kilómetros y lo ganó el griego Spyridon Louis. Durante los siguientes
años, los maratones variaron bastante en su longitud, pero siempre en torno a
poco más de 40 kilómetros. Pero fuera cual fuera la distancia, el maratón no
era un evento popular. En las Olimpiadas de París, en 1900, la delegación
americana interpuso una reclamación y acusó al vencedor, Michael Theato, de
haber tomado atajos. Según ellos, al ser francés conocía bien los recovecos de
la ciudad y se aprovechó de ello. Pero en realidad Theato era luxemburgués y el
debate aún permanece.
Los escándalos siguieron en 1904 en San Luis
(EE.UU.). Hacía mucho calor y el polvo del camino afectó sobremanera a los
corredores. Sin embargo, el primero en llegar a la meta, el americano Fred
Lorz, entró en el estadio, en palabras de un testigo, “extrañamente fresco”.
Lorz, se supo después, hizo parte del recorrido en un coche. Tras pasar la meta
y posar junto a Alice Roosevelt, reconoció su trampa y fue expulsado de la
competición por un año. El ganador fue Thomas Hicks.
En las Olimpiadas de Londres de 1908 aún
seguían sin convencer las carreras de larga distancia. De hecho, después de San
Luis se formó un comité para debatir el futuro de estas carreras. Otro
escándalo como los de París o San Luis podrían relegar de las Olimpiadas al
Maratón al cajón de los deportes olímpicos de corta vida, como pasó con otros
deportes, como la Pelota Vasca o al juego de tirar de la cuerda. Fue una suerte
para nosotros que el maratón de las Olimpiadas de 1908 fuera una de las más
estrambóticas carreras de todos los tiempos.
Jack Andrews, miembro del Polytechnic Harriers
Club y que diseñó el recorrido, dijo que la carrera iba a tener inicialmente
una longitud de 24,5 millas (unos 39,4 kilómetros), pero luego se dieron cuenta
que otra carrera profesional iba a usar la misma ruta. Entonces pensaron en
otro recorrido de unas 26 millas (41,8 kilómetros) desde la terraza del
Castillo de Windsor, para que la familia real viera la salida. Después se
añadieron unos metros más para dar una vuelta completa al White Stadium y poner
la meta frente al palco real. Con esos ajustes, la carrera del 25 de julio de
1908 quedó con una distancia de “aproximadamente 26 millas y 385 yardas”
(42,195 kilómetros). Lo de aproximadamente puede ser correcto, ya que John
Disley, uno de los fundadores del moderno Maratón de Londres, encontró que la
primera “milla” de 1908 era 174 yardas más corta (159 metros).
Se presentaron cincuenta y cinco
participantes, que representaban a diecisiete países. Johnny Hayes, un hijo de
inmigrantes irlandeses de Nueva York, dijo a un competidor cercano: “Hace
calor, es un largo camino. No hagamos locuras”. Sabía de lo que hablaba puesto
que había estado trabajando en las obras de los túneles del Metro de Nueva
York, un lugar de mucho calor.
Dorando Pietri era un italiano veterano en las
carreras de fondo con calor en Italia. Mientras corría repetía la frase Vincero o moriro (Vencer o morir). Él
casi hizo las dos cosas.
Tras varios cambios en la cabeza de carrera,
Pietri llegó al Estadio, en el que había 90.000 espectadores, desfallecido.
Empezó a correr en sentido equivocado y cayó desmayado.
Arthur Conan Doyle, que había publicado El perro de los Baskervilles dos años
antes, fue testigo de ello, ya que estaba cubriendo el maratón por una
invitación del Daily Mail y describió
aquellos minutos de agonía de Pietri: “Cielos, ¿es posible que en el último
instante se le escurra el premio de entre los dedos?”.
Llegada a la meta de Dorando Pietri en el Maratón Olímpico de 1908.
Michael Bulger, el médico de la carrera,
intervino y le dio a Pietri un masaje en el pecho para revivirle. En pocos
segundos Pietri se recuperó y corrió unos metros más. En la parte final tanto
Bulger como Jack Andrew, el secretario de la carrera, ayudaron a Pietri a
terminar.
Mientras tanto, Hayes había superado a
Hefferson y entró en el White Stadium en segundo lugar mientras la multitud
gritaba y la banda de música tocaba “The Conquering Hero” cuando Pietri todavía
estaba a unos veinte metros de la meta ayudado por el médico y el secretario. Pietri
entró en la meta, aparentemente ganador, pero enseguida fue descalificado tras
la reclamación de la delegación americana y Hayes fue designado ganador en una
decisión correcta pero muy impopular. El propio Pietri se quejó de que podía
haber llegado a la meta sin ayuda. Al día siguiente la Reina entregó un trofeo
al italiano en reconocimiento a su valentía y coraje.
Tras leer los reportajes de la gran carrera
londinense, el mundo empezó a interesarse por los maratones y los atletas
vieron una oportunidad comercial. Pietri viajó a Nueva York para la revancha en
el Madison Square Garden.
Tras esa noche en el Madison Square Garden, la
maratonmanía se adueñó de Nueva York. Pronto se extendió a través de Estados
Unidos y también a Canadá y Europa. En los siguientes dos años las
competiciones de pago entre corredores de fondo vendieron todos los billetes en
Nueva York, Londres, Berlín y Montreal.
Para Pietri, esta manía por los maratones
debió de resultar especialmente extenuante. El italiano corrió veintidós
carreras en los seis meses siguientes a la del Madison Square Garden contra
Hayes. Ganó diecisiete de ellas. Su hermano Ulpiano fue su manager. Al regresar
a Italia en 1909, siguió corriendo dos años más, tanto en Italia como en otros
países. Se retiró del deporte a los veintiséis años, rico.
Para 1910 esta fiebre por los maratones
decayó, al menos en Estados Unidos. Un periodista de San Francisco escribió que
la última carrera entre Pietri y Hayes tuvo todo la excitación de ver a “dos
viejas señoras involucradas en una carrera de fondo de tejer punto”. De todas
formas, el maratón se fijó en el imaginario popular. Fue significativo que la
distancia de Londres de 42,195 kilómetros se estandarizó y quedó fijada como
distancia oficial por el Comité Olímpico Internacional en 1921.
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