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miércoles, 13 de enero de 2016

Cómo el Maratón de Nueva York creó el maratón moderno (1)

El pasado 27 de octubre de 2015, unos días antes de la 46ª edición del Maratón de Nueva York, la revista The New Yorker publicó un interesantísimo artículo sobre la historia de esta carrera escrito por el periodista británico Ed Caesar (http://www.edcaesar.co.uk/) autor del libro Two hours. The Quest to Run the Impossible Marathon (Dos horas. La búsqueda para correr el maratón imposible). Este libro, no traducido aún al castellano, trata sobre el posible intento de bajar de dos horas en un maratón, algo de lo que se ha hablado mucho este año.
En el artículo que comento, Caesar nos da muchos datos sobre los inicios del maratón a primero del s. XX y nos ilustra también sobre cómo el Maratón de la ciudad de los rascacielos cambió de manera sustancial la organización de estas carreras convirtiéndolas, poco después, en un acontecimiento de masas en las principales ciudades del mundo.
Os dejo aquí el enlace donde lo podréis leer íntegro (http://www.newyorker.com/news/sporting-scene/how-new-york-city-made-the-modern-marathon), pero me voy a permitir hacer una traducción libre en castellano ya que, como os digo, nos ofrece una información muy valiosa e interesante para todos los amantes de los maratones.
Como es un poco largo lo subiré aquí en dos entradas. Aquí va la primera:

Cómo el Maratón de nueva York creó el maratón moderno
Por Ed Caesar
Este domingo más de 50.000 personas participan en el Maratón de Nueva York. Algunos creerán que están emulando un antiguo mito griego. Otros, más conocedores de la historia, recordarán a la familia real británica, ya que gracias a ella el maratón de las Olimpiadas de Londres de 1908 se corrió con la distancia actual. Pero pocos corredores sabrán que el Maratón en el que van a participar creó el maratón tal y como lo entendemos hoy en día.
La responsabilidad de Nueva York en la carrera tiene dos momentos importantes. Uno fue el 25 de noviembre de 1908, en el antiguo Madison Square Garden, cuando Dorando Pietri y Johnny Hayes corrieron un maratón indoor. Fueron los dos primeros en llegar a la meta en el Maratón Olímpico de Londres unos meses antes, en uno de los maratones más espectaculares y dramáticos de todos los tiempos y que cautivó a los lectores de periódicos en todo el mundo. Ahora, al otro lado del Atlántico, se disputaba la revancha.
Los organizadores habían preparado una pista de una décima parte de una milla de longitud, con lo que la carrera daba 262 vueltas a esa pista para completar las 26,2 millas, o sea, los 42,195 kilómetros. El evento vendió todas las entradas.
Con una afición volcada en los dos corredores en un ambiente cargado de humo de tabaco y de polvo, la carrera concluyó con la victoria de Pietri, que así se tomó la revancha de Londres, con un tiempo de 2:44:20, solo 43 segundos por delante de Hayes.
Los corredores profesionales habían corrido en Europa durante el s. XIX en carreras de unas 25 millas (unos 40,2 kilómetros), pero la primera carrera con la distancia adecuada para ser llamada “Maratón” fue la de las Olimpiadas de Atenas en 1896. El evento conmemoraba el episodio del año 490 a.C. cuando se cuenta que un mensajero llamado Filípides corrió de la ciudad de Maratón hasta Atenas (unos 40 kilómetros) para comunicar la victoria de los griegos frente a los espartanos (Nota: el autor del artículo, Ed Harris, habla de los espartanos, pero la batalla fue contra los persas) en la batalla. Tras gritar “¡Chairete, nikomen!” (¡Alegraos, ganamos!), Filípides murió exhausto. El mito no es más que eso, un mito. Sin embargo, de acuerdo a Heródoto, existió un joven mensajero de nombre similar, pero que no llevó el mensaje de Maratón a Atenas y no murió. De todas formas, los organizadores del maratón de los primeros Juegos Olímpicos modernos, declararon que ellos querían recrear el heroísmo de Filípides.
En esas Olimpiadas de 1896 el Maratón fue de unos 40 kilómetros y lo ganó el griego Spyridon Louis. Durante los siguientes años, los maratones variaron bastante en su longitud, pero siempre en torno a poco más de 40 kilómetros. Pero fuera cual fuera la distancia, el maratón no era un evento popular. En las Olimpiadas de París, en 1900, la delegación americana interpuso una reclamación y acusó al vencedor, Michael Theato, de haber tomado atajos. Según ellos, al ser francés conocía bien los recovecos de la ciudad y se aprovechó de ello. Pero en realidad Theato era luxemburgués y el debate aún permanece.
Los escándalos siguieron en 1904 en San Luis (EE.UU.). Hacía mucho calor y el polvo del camino afectó sobremanera a los corredores. Sin embargo, el primero en llegar a la meta, el americano Fred Lorz, entró en el estadio, en palabras de un testigo, “extrañamente fresco”. Lorz, se supo después, hizo parte del recorrido en un coche. Tras pasar la meta y posar junto a Alice Roosevelt, reconoció su trampa y fue expulsado de la competición por un año. El ganador fue Thomas Hicks.
En las Olimpiadas de Londres de 1908 aún seguían sin convencer las carreras de larga distancia. De hecho, después de San Luis se formó un comité para debatir el futuro de estas carreras. Otro escándalo como los de París o San Luis podrían relegar de las Olimpiadas al Maratón al cajón de los deportes olímpicos de corta vida, como pasó con otros deportes, como la Pelota Vasca o al juego de tirar de la cuerda. Fue una suerte para nosotros que el maratón de las Olimpiadas de 1908 fuera una de las más estrambóticas carreras de todos los tiempos.
Jack Andrews, miembro del Polytechnic Harriers Club y que diseñó el recorrido, dijo que la carrera iba a tener inicialmente una longitud de 24,5 millas (unos 39,4 kilómetros), pero luego se dieron cuenta que otra carrera profesional iba a usar la misma ruta. Entonces pensaron en otro recorrido de unas 26 millas (41,8 kilómetros) desde la terraza del Castillo de Windsor, para que la familia real viera la salida. Después se añadieron unos metros más para dar una vuelta completa al White Stadium y poner la meta frente al palco real. Con esos ajustes, la carrera del 25 de julio de 1908 quedó con una distancia de “aproximadamente 26 millas y 385 yardas” (42,195 kilómetros). Lo de aproximadamente puede ser correcto, ya que John Disley, uno de los fundadores del moderno Maratón de Londres, encontró que la primera “milla” de 1908 era 174 yardas más corta (159 metros).
Se presentaron cincuenta y cinco participantes, que representaban a diecisiete países. Johnny Hayes, un hijo de inmigrantes irlandeses de Nueva York, dijo a un competidor cercano: “Hace calor, es un largo camino. No hagamos locuras”. Sabía de lo que hablaba puesto que había estado trabajando en las obras de los túneles del Metro de Nueva York, un lugar de mucho calor.
Dorando Pietri era un italiano veterano en las carreras de fondo con calor en Italia. Mientras corría repetía la frase Vincero o moriro (Vencer o morir). Él casi hizo las dos cosas.
Tras varios cambios en la cabeza de carrera, Pietri llegó al Estadio, en el que había 90.000 espectadores, desfallecido. Empezó a correr en sentido equivocado y cayó desmayado.
Arthur Conan Doyle, que había publicado El perro de los Baskervilles dos años antes, fue testigo de ello, ya que estaba cubriendo el maratón por una invitación del Daily Mail y describió aquellos minutos de agonía de Pietri: “Cielos, ¿es posible que en el último instante se le escurra el premio de entre los dedos?”.
Llegada a la meta de Dorando Pietri en el Maratón Olímpico de 1908.

Michael Bulger, el médico de la carrera, intervino y le dio a Pietri un masaje en el pecho para revivirle. En pocos segundos Pietri se recuperó y corrió unos metros más. En la parte final tanto Bulger como Jack Andrew, el secretario de la carrera, ayudaron a Pietri a terminar.
Mientras tanto, Hayes había superado a Hefferson y entró en el White Stadium en segundo lugar mientras la multitud gritaba y la banda de música tocaba “The Conquering Hero” cuando Pietri todavía estaba a unos veinte metros de la meta ayudado por el médico y el secretario. Pietri entró en la meta, aparentemente ganador, pero enseguida fue descalificado tras la reclamación de la delegación americana y Hayes fue designado ganador en una decisión correcta pero muy impopular. El propio Pietri se quejó de que podía haber llegado a la meta sin ayuda. Al día siguiente la Reina entregó un trofeo al italiano en reconocimiento a su valentía y coraje.
Tras leer los reportajes de la gran carrera londinense, el mundo empezó a interesarse por los maratones y los atletas vieron una oportunidad comercial. Pietri viajó a Nueva York para la revancha en el Madison Square Garden.
Tras esa noche en el Madison Square Garden, la maratonmanía se adueñó de Nueva York. Pronto se extendió a través de Estados Unidos y también a Canadá y Europa. En los siguientes dos años las competiciones de pago entre corredores de fondo vendieron todos los billetes en Nueva York, Londres, Berlín y Montreal.
Para Pietri, esta manía por los maratones debió de resultar especialmente extenuante. El italiano corrió veintidós carreras en los seis meses siguientes a la del Madison Square Garden contra Hayes. Ganó diecisiete de ellas. Su hermano Ulpiano fue su manager. Al regresar a Italia en 1909, siguió corriendo dos años más, tanto en Italia como en otros países. Se retiró del deporte a los veintiséis años, rico.

Para 1910 esta fiebre por los maratones decayó, al menos en Estados Unidos. Un periodista de San Francisco escribió que la última carrera entre Pietri y Hayes tuvo todo la excitación de ver a “dos viejas señoras involucradas en una carrera de fondo de tejer punto”. De todas formas, el maratón se fijó en el imaginario popular. Fue significativo que la distancia de Londres de 42,195 kilómetros se estandarizó y quedó fijada como distancia oficial por el Comité Olímpico Internacional en 1921.

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