El
maratón de Nueva York
La siguiente gran contribución de Nueva York
al deporte fue en 1976 con la creación del moderno maratón de gran ciudad.
Antes de esa década otra ola de maratonmanía creció en América, de la mano de
la victoria de Frank Shorter en las Olimpiadas de Munich de 1972 y de la
fijación por correr en todo el mundo. Pero hasta 1976 el maratón de ciudad, tal
y como lo entendemos hoy (participación masiva, recorrido urbano y con
profesionales en la cabeza), no existió. Por supuesto había maratones en
Estados Unidos y en otros países. Boston, por ejemplo, tiene un maratón anual
desde 1897. Pero eran maratones para corredores profesionales. Fue el Maratón
de Nueva York de 1976 el que creó un nuevo modelo de maratón en todo el mundo.
Fred Lebow, cofundador del primer Maratón de
Nueva York, en 1970, fue el impulsor de esta transformación. Nacido en Arad,
Rumanía, como Ephraim Fischl Liebowitz en 1932, Lebow sobrevivió al Holocausto
y huyó de la Rumanía soviética para vivir en Checoslovaquia, Irlanda y en
Kansas City. Finalmente se estableció en Nueva York.
Estatua de Fred Lebow junto al lugar de la meta del Maratón de Nueva York en Central Park.
Lebow era un ferviente jugador de tenis hasta
que un día su médico le dijo que perdía muchos partidos por falta de
resistencia. Así que empezó a correr. Pronto se unió al “New York Road Runners”,
un club cuyos miembros corrían alrededor del estadio de los Yankees en el
Bronx. En una entrevista al Times en
1980, Lebow dijo que después de que empezara a correr no volvió a perder ningún
partido de tenis más. “Por supuesto –añadió-, no volví a jugar ninguno más”.
Como muchos de los conversos a correr, Lebow
era un evangelista. En el primer Maratón de Nueva York en 1970, solo empezaron
la carrera ciento veintisiete corredores, que debían dar cuatro vueltas a
Central Park. Lebow, quien pagó las bebidas de su propio bolsillo, se clasificó
en el puesto 44 de los 55 finishers.
Hubo menos de un centenar de espectadores. El ganador, con un tiempo de
2:31:39, fue el bombero Gary Muhrcke, que había estado de guardia la noche
anterior. Como premio a su esfuerzo recibió un reloj de pulsera.
Seis años después, mientras el Maratón iba
ganado en popularidad, un funcionario llamado George Spitz, sugirió a Lebow que
creara un nuevo tipo de maratón para honrar al bicentenario de la nación. Spitz
sugirió un recorrido que pasara por los cinco barrios de la ciudad y Lebow
aceptó la propuesta. En seguida obtuvo apoyo de las autoridades y Nueva York
pronto tuvo un maratón a su altura.
Desde entonces el recorrido apenas ha variado.
Comienza en Staten Island, en el puente de Verrazano-Narrows y atraviesa
Brooklyn y Queens antes de entrar en Manhattan para ir hacia el norte por la
Primera Avenida, correr unos dos kilómetros por el Bronx y regresar a Manhattan
por la Quinta Avenida y acabar en Central Park, cerca del Tavern on the Green.
Lebow tenía una carrera, pero si él quería que
el primer maratón por los cinco barrios fuera algo más que una bonita ruta
recreativa necesitaba estrellas. Eso significaba que necesitaba a Frank Shorter
y a Bill Rodgers. Shorter era el ganador olímpico de 1972 y medalla de plata en
1976; Rodgers había batido el récord de Estados Unidos cuando venció en Boston
en 1975. Lebow se puso en contacto con ambos corredores y los dos aceptaron
correr en Nueva York. Pero había un problema: Rodgers quería dinero.
Lebow inicialmente se opuso a esa petición por
un motivo. Eso era saltarse las normas del amateurismo y podría suponer que los
receptores del dinero fueran inelegibles para futuras Olimpiadas si se hacía
público. Pero había otro principio mayor en juego. Como sugiere Cameron
Stracher, el autor de Kings of the road,
una excelente historia del boom del running
en Estados Unidos: “Lebow esperaba que los atletas donaran su tiempo en
servicio de un bien mayor”.
Rodgers lo veía de otra manera. A pesar de que
era maestro de profesión, había dedicado gran parte de su vida adulta al
atletismo. El año anterior se había clasificado como Nº 1 entre los
maratonianos mundiales. Él necesitaba ganar algo de dinero por su talento.
Finalmente Lebow cedió. Rodgers consiguió tres mil dólares y Lebow consiguió su
carrera. Shorter, mientras tanto, recibió cuatro mil dólares.
El día de la carrera, Rodgers justificó su cobro
ganando la carrera con un tiempo de 2:10:10 entre divertidas y caóticas escenas
en Central Park, en las cuales Rodgers vio cómo su trazada era atravesada por
espectadores y coches en cada esquina. Shorter terminó segundo, unos tres
minutos más tarde. El Maratón obtuvo reportajes entusiastas en la prensa y
generó buenas ganancias para la ciudad. Desde 1976, más de un millón de
personas ha participado en el Maratón de Nueva York. Según sus propias
estimaciones, la carrera genera 340 millones de dólares de beneficio a la
ciudad cada año. Mientras tanto, no es inusual que los mejores corredores
reciban cientos de miles de dólares por su participación en los principales
maratones.
Después de 1976, la carrera floreció. Rodgers
ganó título tras título en Nueva York; el número de participantes se
incrementó; y las mujeres ganadoras, como Greta Waitz, empezaron a ser
estrellas, adelantándose a la causa de las corredoras de fondo (hasta los
Juegos Olímpicos de Los Angeles en 1984 no hubo corredoras de maratón). Pronto
los organizadores de todo el mundo vinieron a sacar ideas de la magia de Gotham,
como también se conoce a Nueva York.
En 1979, Chris Brasher, el cofundador del
Maratón de Londres, corrió en Nueva York. Resultó abrumado por la experiencia.
En un artículo en el Observer
escribió: “Para creer esta historia tú debes creer que la especie humana puede
ser una familia alegre, trabajando juntos, riendo juntos, consiguiendo lo
imposible. (…) El pasado domingo, en una de las más complicadas ciudades del
mundo, 11.532 hombres y mujeres de cuarenta países del mundo (…) rieron,
animaron y sufrieron durante el mayor festival que el mundo ha visto. Me
pregunto si Londres podría montar un festival así. Tenemos la carrera, un
magnífico recorrido (…) pero, ¿tenemos el corazón y la hospitalidad para dar la
bienvenida al mundo?”.
La respuesta a la pregunta de Brasher fue "Sí".
Berlín también descubrió que tenía una magnífica carrera. El Maratón de Berlín
fue una vez un placentero, pero no destacable, paseo a través del bosque de
Grunewald. Influenciado por Nueva York, fue redirigido por las calles del
Berlín occidental en 1981. Después de la caída del Muro, en 1989, la carrera
fue rediseñada de nuevo para que pasara por el Berlín oriental también. En la
primera carrera de verdad por toda la ciudad, en 1990, tres días después de la
reunificación oficial de Alemania, muchos corredores lloraron mientras pasaban
bajo la Puerta de Brandenburgo.
De Johnny Halles a Bill Rodgers, del Madison
Square Garden al puente de Verrazano-Narrows, las ideas de Nueva York sobre las
carreras de fondo siempre han sido contagiosas. Si cualquiera de los competidores
del domingo se pregunta por qué cada gran ciudad en el mundo tiene ahora un
maratón, o por qué los mejores corredores son pagados, o por qué ellos corren
gustosamente la chaladura de la distancia de 42,195 kilómetros, las respuestas
están bajo sus pies.
La salida en el puente Verrazano es algo espectacular.
Sin duda la meta de Central Park es la mejor meta que puedes cruzar en tu vida.
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