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sábado, 16 de enero de 2016

Cómo el Maratón de Nueva York creó el maratón moderno (y 2)

Seguimos con la segunda parte del artículo de Ed Caesar en The New Yorker (http://www.newyorker.com/news/sporting-scene/how-new-york-city-made-the-modern-marathon):

El maratón de Nueva York
La siguiente gran contribución de Nueva York al deporte fue en 1976 con la creación del moderno maratón de gran ciudad. Antes de esa década otra ola de maratonmanía creció en América, de la mano de la victoria de Frank Shorter en las Olimpiadas de Munich de 1972 y de la fijación por correr en todo el mundo. Pero hasta 1976 el maratón de ciudad, tal y como lo entendemos hoy (participación masiva, recorrido urbano y con profesionales en la cabeza), no existió. Por supuesto había maratones en Estados Unidos y en otros países. Boston, por ejemplo, tiene un maratón anual desde 1897. Pero eran maratones para corredores profesionales. Fue el Maratón de Nueva York de 1976 el que creó un nuevo modelo de maratón en todo el mundo.
Fred Lebow, cofundador del primer Maratón de Nueva York, en 1970, fue el impulsor de esta transformación. Nacido en Arad, Rumanía, como Ephraim Fischl Liebowitz en 1932, Lebow sobrevivió al Holocausto y huyó de la Rumanía soviética para vivir en Checoslovaquia, Irlanda y en Kansas City. Finalmente se estableció en Nueva York.
Estatua de Fred Lebow junto al lugar de la meta del Maratón de Nueva York en Central Park.

Lebow era un ferviente jugador de tenis hasta que un día su médico le dijo que perdía muchos partidos por falta de resistencia. Así que empezó a correr. Pronto se unió al “New York Road Runners”, un club cuyos miembros corrían alrededor del estadio de los Yankees en el Bronx. En una entrevista al Times en 1980, Lebow dijo que después de que empezara a correr no volvió a perder ningún partido de tenis más. “Por supuesto –añadió-, no volví a jugar ninguno más”.
Como muchos de los conversos a correr, Lebow era un evangelista. En el primer Maratón de Nueva York en 1970, solo empezaron la carrera ciento veintisiete corredores, que debían dar cuatro vueltas a Central Park. Lebow, quien pagó las bebidas de su propio bolsillo, se clasificó en el puesto 44 de los 55 finishers. Hubo menos de un centenar de espectadores. El ganador, con un tiempo de 2:31:39, fue el bombero Gary Muhrcke, que había estado de guardia la noche anterior. Como premio a su esfuerzo recibió un reloj de pulsera.
Seis años después, mientras el Maratón iba ganado en popularidad, un funcionario llamado George Spitz, sugirió a Lebow que creara un nuevo tipo de maratón para honrar al bicentenario de la nación. Spitz sugirió un recorrido que pasara por los cinco barrios de la ciudad y Lebow aceptó la propuesta. En seguida obtuvo apoyo de las autoridades y Nueva York pronto tuvo un maratón a su altura.
Desde entonces el recorrido apenas ha variado. Comienza en Staten Island, en el puente de Verrazano-Narrows y atraviesa Brooklyn y Queens antes de entrar en Manhattan para ir hacia el norte por la Primera Avenida, correr unos dos kilómetros por el Bronx y regresar a Manhattan por la Quinta Avenida y acabar en Central Park, cerca del Tavern on the Green.
Lebow tenía una carrera, pero si él quería que el primer maratón por los cinco barrios fuera algo más que una bonita ruta recreativa necesitaba estrellas. Eso significaba que necesitaba a Frank Shorter y a Bill Rodgers. Shorter era el ganador olímpico de 1972 y medalla de plata en 1976; Rodgers había batido el récord de Estados Unidos cuando venció en Boston en 1975. Lebow se puso en contacto con ambos corredores y los dos aceptaron correr en Nueva York. Pero había un problema: Rodgers quería dinero.
Lebow inicialmente se opuso a esa petición por un motivo. Eso era saltarse las normas del amateurismo y podría suponer que los receptores del dinero fueran inelegibles para futuras Olimpiadas si se hacía público. Pero había otro principio mayor en juego. Como sugiere Cameron Stracher, el autor de Kings of the road, una excelente historia del boom del running en Estados Unidos: “Lebow esperaba que los atletas donaran su tiempo en servicio de un bien mayor”.
Rodgers lo veía de otra manera. A pesar de que era maestro de profesión, había dedicado gran parte de su vida adulta al atletismo. El año anterior se había clasificado como Nº 1 entre los maratonianos mundiales. Él necesitaba ganar algo de dinero por su talento. Finalmente Lebow cedió. Rodgers consiguió tres mil dólares y Lebow consiguió su carrera. Shorter, mientras tanto, recibió cuatro mil dólares.
El día de la carrera, Rodgers justificó su cobro ganando la carrera con un tiempo de 2:10:10 entre divertidas y caóticas escenas en Central Park, en las cuales Rodgers vio cómo su trazada era atravesada por espectadores y coches en cada esquina. Shorter terminó segundo, unos tres minutos más tarde. El Maratón obtuvo reportajes entusiastas en la prensa y generó buenas ganancias para la ciudad. Desde 1976, más de un millón de personas ha participado en el Maratón de Nueva York. Según sus propias estimaciones, la carrera genera 340 millones de dólares de beneficio a la ciudad cada año. Mientras tanto, no es inusual que los mejores corredores reciban cientos de miles de dólares por su participación en los principales maratones.
Después de 1976, la carrera floreció. Rodgers ganó título tras título en Nueva York; el número de participantes se incrementó; y las mujeres ganadoras, como Greta Waitz, empezaron a ser estrellas, adelantándose a la causa de las corredoras de fondo (hasta los Juegos Olímpicos de Los Angeles en 1984 no hubo corredoras de maratón). Pronto los organizadores de todo el mundo vinieron a sacar ideas de la magia de Gotham, como también se conoce a Nueva York.
En 1979, Chris Brasher, el cofundador del Maratón de Londres, corrió en Nueva York. Resultó abrumado por la experiencia. En un artículo en el Observer escribió: “Para creer esta historia tú debes creer que la especie humana puede ser una familia alegre, trabajando juntos, riendo juntos, consiguiendo lo imposible. (…) El pasado domingo, en una de las más complicadas ciudades del mundo, 11.532 hombres y mujeres de cuarenta países del mundo (…) rieron, animaron y sufrieron durante el mayor festival que el mundo ha visto. Me pregunto si Londres podría montar un festival así. Tenemos la carrera, un magnífico recorrido (…) pero, ¿tenemos el corazón y la hospitalidad para dar la bienvenida al mundo?”.
La respuesta a la pregunta de Brasher fue "Sí".
Berlín también descubrió que tenía una magnífica carrera. El Maratón de Berlín fue una vez un placentero, pero no destacable, paseo a través del bosque de Grunewald. Influenciado por Nueva York, fue redirigido por las calles del Berlín occidental en 1981. Después de la caída del Muro, en 1989, la carrera fue rediseñada de nuevo para que pasara por el Berlín oriental también. En la primera carrera de verdad por toda la ciudad, en 1990, tres días después de la reunificación oficial de Alemania, muchos corredores lloraron mientras pasaban bajo la Puerta de Brandenburgo.

De Johnny Halles a Bill Rodgers, del Madison Square Garden al puente de Verrazano-Narrows, las ideas de Nueva York sobre las carreras de fondo siempre han sido contagiosas. Si cualquiera de los competidores del domingo se pregunta por qué cada gran ciudad en el mundo tiene ahora un maratón, o por qué los mejores corredores son pagados, o por qué ellos corren gustosamente la chaladura de la distancia de 42,195 kilómetros, las respuestas están bajo sus pies.
La salida en el puente Verrazano es algo espectacular.

Sin duda la meta de Central Park es la mejor meta que puedes cruzar en tu vida.

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