Cada vez que viajo a un maratón internacional, me siento parte de una comunidad, una comunidad especial, inmensa, que no tiene fronteras, que engloba a todo tipo de personas. Es la comunidad del maratón.
Nueva York es uno de los mayores centros de culto de la comunidad del maratón.
Los miembros de esta comunidad nos hacemos notar en cuanto salimos de casa para viajar al extranjero a un maratón importante. Muchas veces, ya en el mismo aeropuerto vemos señales en ciertas personas que nos dicen claramente “eh, mira, yo soy de la comunidad, y estoy orgulloso de serlo”. ¿Qué señales son estas? Pues muy evidentes. Además de volar con las zapatillas con las que vamos a correr puestas (no vaya a ser que nos pierdan el equipaje), nos gusta vestirnos adecuadamente para la ocasión. Y qué mejor que llevar la camiseta o la gorra de finisher de otro maratón internacional, cuanto más lejano y exótico mejor.
Ya en la ciudad de destino, el centro de culto de nuestra comunidad es la Feria del Corredor. En este edificio, que se convierte en templo durante unos días, nos reunimos todos y procedemos a completar los rituales a los que nos obliga nuestra membresía de la comunidad.
En primer lugar está la vestimenta. Al igual que hemos hecho en el vuelo, a la feria se va con prendas de los demás maratones internacionales que hemos corrido. Y, confesadlo, nos da cierto gusto cuando vemos que alguien se queda mirando el nombre de ese maratón que figura en nuestra sudadera o nuestra camiseta, y nos da cierta envidia cuando nosotros descubrimos maratones deseables en las ropas de los demás.
Otra parte del ritual es sacarnos la foto con el dorsal recién recogido en el photocall de la feria. Esta será una de las fotos que nos apresuraremos a colgar en nuestras redes sociales, a la espera de los mensajes de ánimo de nuestros amigos corredores, a los que hemos dejado muertos de envidia en casa.
Luego estaremos un buen rato paseando por los diferentes stands, donde las marcas, sabedoras de los que los miembros de la comunidad necesitamos, nos harán rascarnos el bolsillo.
Uno de los aspectos más importantes en la Feria, será el descubrir que los maratones internacionales que nos esperan a lo ancho del mundo en los próximos años son infinitos. Saldremos de la Feria con folletos de maratones en lugares que no sabíamos ni que existían: islas paradisíacas, desiertos remotos, selvas esmeraldas,… No hay un rincón del mundo al que no podamos viajar con la excusa de correr un maratón. Y es que, viajar y correr son las dos pasiones de los miembros de la comunidad del maratón.
Más allá de la Feria, y previo a la carrera en sí, otro de los rituales a cumplir es el de cenar pasta rodeados de mesas llenas de gente que cena pasta hablando en todos los idiomas del mundo. Es un placer auténtico el charlar con un desconocido en un idioma que ninguno de los dos dominamos entendiéndonos perfectamente porque resulta que los dos estuvimos el mismo año en un mismo maratón al otro lado del mundo.
En fin. Podría hablar mucho más sobre el orgullo que supone pertenecer a esta comunidad. Un orgullo que se muestra en todo su esplendor el día de la carrera, cuando muchos corremos el maratón con alguna camiseta especial que resalte aún más nuestra condición de miembros destacados del grupo.
Pero lo que más me gusta de mi comunidad del maratón, es su carácter abierto y el optimismo que destila de cara al futuro de la humanidad.
¿Dónde hay una comunidad tan grande de personas tan variadas que se consideren hermanos? Es la magia que tienen los deportas duros practicados por todo el mundo. No estamos compitiendo unos contra otros, estamos sufriendo todos por igual las mismas condiciones, y eso nos une con quien tenemos al lado más que cualquier otra cosa.
Ojalá este tipo de comunidades abarcaran a todas las personas. El mundo sería mejor.
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