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jueves, 6 de junio de 2019

Corriendo en el reino del oso polar: Spitsbergen Marathon’19

En los últimos años he podido correr maratones en lugares extraordinarios, como el Stelvio Marathon, en Tirol del sur (Italia), o el ultra del Gornergrat Zermatt Marathon, en Suiza, quizás dos de los lugares de montaña más espectaculares de Europa. Pero lo que me he encontrado en las Islas Svalbard (Noruega) ha sido un mundo aparte, algo que solo vemos por la televisión y que sobrepasa todas las expectativas que llevaba de ver paisajes salvajes.

Porque solo se puede calificar de salvaje el paisaje ártico. En las islas del archipiélago de Svalbard hasta el pasado s. XX no hubo apenas asentamientos humanos permanentes, y todo lo que hay fuera de las pocas poblaciones de las islas es terreno virgen, un mundo donde la mano del hombre casi no se deja notar, por suerte.
Longyearbyen es la capital del archipiélago. Está situada en la isla de Spitsbergen, la mayor de todas las islas. En esta localidad de poco más de 2.000 habitantes se organiza desde hace 25 años un maratón único. Único porque es el maratón sobre tierra firme más al norte del mundo (luego está el Maratón del Polo Norte, pero no es un maratón al uso); único porque no hay otro maratón donde la organización ponga guardas con rifles por si a algún oso polar le da por comprobar si los corredores somos comestibles; único porque sí, porque a todos los participantes nos lo parece, y ya es suficiente.
Ya conocía la existencia de estas islas, que mucha gente no sabría ni situarlas en el mapa. De hecho, muchos de mis amigos cuando les dije que iba a correr este maratón pensaban que me iba a esa isla del sur que es Islandia, je, je. Pero no recuerdo muy bien cuándo me enteré de que aquí se corre un maratón. Seguramente fue cuando encontré en Internet el fenomenal libro de Jorge González de Matauco, Filípides era vikingo, en cuya portada sale una foto de Svalbard. En este libro, Jorge explica cómo corrió varias carreras por el norte, incluyendo este maratón.
Portada del libro de Jorge.

Un largo viaje
Llegar a Longyearbyen desde Bilbao se hace largo, pero no es tan difícil como pueda parecer porque a su aeropuerto llegan varios vuelos regulares cada día. Nosotros volamos desde Bilbao a Oslo (de donde salen la mayor parte de los vuelos a Svalbard) vía Palma de Mallorca. Era curioso entrar a un avión con gente vestida para la playa mientras llevas zapatos de invierno y un plumífero de montaña. Es lo que tiene la globalización y el empequeñecimiento del mundo que provocan los vuelos comerciales.
Situación de las Islas Svalbard en el mapa.

En Oslo tuvimos que pasar la noche del jueves para tomar el vuelo a Longyearbyen por la mañana del viernes. Esto nos permitió pasar unas horas en la zona portuaria de Oslo, una ciudad muy bonita que habrá que conocer con calma en otra ocasión (su maratón es en septiembre, ahí lo dejo, je, je).
Panorámica del puerto de Oslo.

Ya el viernes, el primer vuelo a Svalbard nos dejó, tras otras 3 horas de viaje con rumbo norte, en Longyearbyen.
Nada más salir del avión, a pleno sol, notas el frío penetrante, ya que tanto el viernes como el sábado, día de la carrera, hubo viento fuerte. La temperatura no estaba mal, 1ºC, pero eso junto al viento hizo que la sensación térmica estuviera cerca de los -10ºC. Por lo menos tuvimos suerte con el tiempo, porque todos los días estuvo despejado. Después, un autobús nos dejó en nuestro hotel, el Coal Miners Cabin (unos antiguos barracones de mineros reconvertidos en hotel), y tras dejar las cosas y comer algo descansé un rato y luego salí a correr un poco para estirar las piernas y comprobar si la ropa elegida para el maratón me iba bien.
Por cierto, en el hotel, al hacer el check-in, compré una chaqueta de lana merino que me pareció muy adecuada para el monte y para correr con mucho frío. Así que, en vez de correr con la chaqueta que llevé desde casa, salí a correr con esta y fue un acierto.
Esta carrerita me sirvió para reconocer el terreno, comprobar que la ropa era adecuada y para sacar unas primeras fotos de lugares curiosos, como el cementerio donde desde hace 70 años no se entierra a nadie, ya que el permafrost, (el suelo congelado todo el año) impide que los cuerpos se descompongan.
Corriendo junto al cementerio.

Tras regresar al hotel, nos abrigamos bien y salimos a ver la localidad, recoger los dorsales y cenar en otro de los hoteles que ofrecía cena especial para la carrera. Como nuestro hotel era el más alejado del centro, teníamos que caminar más de media hora, lo que nos sirvió para comprobar que el viento era realmente fuerte y frío.
Como curiosidad, al recoger los dorsales escuché a dos corredores hablando en castellano.
­—¿De dónde sois? —pregunté.
—De Bilbao —dijo uno de ellos (el otro creo que era sudamericano).
—Anda, si yo también soy de Bilbao.
—Bueno, no soy exactamente de Bilbao, soy de un pueblo lejos, de Ondarroa. (Ondarroa es el pueblo de al lado de Lekeitio).
—¡Coño! Si yo soy medio de Lekeitio —le dije en el euskera de esa zona de la costa vasca.
Y ahí estuvimos un poco hablando en “esa extraña lengua”, como dijo uno de los extranjeros del grupo en el que estaba este chico de Ondarroa, que estaban unos días por la isla haciendo diferentes actividades de montaña y el maratón.
Ya con los dorsales fuimos a cenar (por cierto, probé la carne de ballena) y luego pedimos un taxi para volver al hotel y así evitarnos media hora cuesta arriba con el frío que pegaba.

La carrera
El sábado me levanté, desayuné bien y me preparé para correr en un día muy ventoso. La salida del maratón (dos vueltas al circuito) era a las 10 de la mañana. Luego a las 12 salían los de medio maratón (una vuelta), y a las 13:15 los de la carrera de 10 km, en la que participaba mi hijo Alex, que solo hacía la mitad de una vuelta.
La ropa que elegí para la carrera fue esta: zapatillas de asfalto Saucony Triumph ISO 5; calcetines gruesos de trail; unas mallas cortas finas; unas mallas largas de invierno; crema de calentar en las piernas; camiseta térmica de manga larga (la más abrigada que tengo, la que uso en bici en invierno); mi camiseta de los 25 maratones (pensaba que me podría poner la chaqueta en la cintura a ratos para enseñarla, pero no tuve ocasión, je, je); la chaqueta de lana merino que compré allí; un gorro de invierno; gafas de sol; un buff; guantes de invierno con cubrededos de manopla. La verdad es que acerté con esta ropa. No me sobró nada y tampoco eché en falta más ropa. Solo jugando con levantar o bajar el buff y abrir y cerrar un poco la cremallera de la chaqueta pasé un maratón sin excesivo frío y sin sudar mucho.
Bajamos a la salida (a unos 15 minutos del hotel), pasando frío. Allí todo el mundo esperaba dentro del polideportivo hasta justo la hora de correr, porque el viento era realmente fuerte y desagradable. Finalmente, a las 10 en punto empezamos a correr.
Miembros de la organización poco antes de la salida. Fijaros en el que va en camiseta de manga corta. Debe de ser del centro centro de Bilbao, ji, ji.

En la salida ya se veía que este no es un maratón en el que la gente salga a correr rápido. De los 162 participantes yo salí en primera fila y ya vi quiénes iban un poco por delante, pero tampoco iban a muerte. El primero kilómetro era descendente, pero nadie se puso a mil por hora. En la salida de la parte urbana del pueblo ya empezábamos a correr en dirección este, con el viento en contra, sabiendo que en el giro nos esperaba de espalda. Íbamos por una carretera de grava, rodeados de una zona de marismas con hielo. Esta parte del circuito era la más llana y bonita, y con viento a favor se corría a gusto, pero con viento en contra era una tortura. Más o menos en el km 5 se hacía el giro y dejábamos de luchar contra el viento y el frío hasta el pueblo, donde subíamos hacia la salida para bajar por la zona de la iglesia y coger la carretera al aeropuerto, también con viento a favor. En la zona del aeropuerto, más o menos en el km 15, había otro giro y cogíamos una pista de tierra, con algo de barro, que nos traía de regreso al pueblo por la zona más dura de la carrera, ya que al viento en contra de esta parte se sumaba ahora un terreno malo para correr y, sobre todo, una cuesta de unos tres kilómetros largos.
Yo desde la salida puse un ritmo cómodo y me dediqué a disfrutar lo que se podía de los fantásticos paisajes y a sacar algunas fotos. La ocasión lo merecía. Los avituallamientos estaban bien colocados en el circuito y cada 5 km, más o menos, teníamos agua y bebida isotónica (templada, un detalle) y chocolate y plátanos fríos. Yo llevé mis geles y una barrita y no tuve problemas en cuanto a la comida.
El medio maratón lo pasé en 2:06 (incluyendo las paradas) y empecé la segunda vuelta poco después de la salida del medio maratón. Ahora, como ya sabía lo que me esperaba, pude regular bien los esfuerzos y prepararme mentalmente para la tortura de los kilómetros contra el viento y para la parte final del maratón, que iba a ser la más difícil.
Tras la primera mitad de la segunda vuelta, ya encaré el anteúltimo paso por meta justo cuando salía la carrera de 10 km. Mi giro a la derecha coincidía con su primer giro a la izquierda y desde allí me fueron pasando los corredores más rápidos del 10k. Pensé que antes de meta me alcanzaría mi hijo, pero fue tranquilo y llegó a meta poco después de llegar yo.
Los últimos kilómetros, como ya esperaba, se me hicieron duros por el viento y la cuesta e incluso caminé un poco en ocasiones. De todas formas, en general me encontré muy bien y las sensaciones, sobre todo en los últimos 10 km, fueron mucho mejores que en Milán en abril. Un gran resultado para mi 27º maratón.
Llegué a la meta, en cuesta arriba, muy satisfecho y tras coger una manta esperé a Alex que llegó poco después. Nos cambiamos y regresamos al hotel, a la ducha, antes de comer algo.

Datos de mi carrera:
Tiempo oficial: 4:16:05
Tiempo sin paradas: 4:07:50
Pulsaciones: 133 media, 148 máxima.
Cadencia media: 179
Potencia media: 206
Puesto total: 54º de 143 finishers (162 en la salida, 109 hombres y 53 mujeres)
Puesto categoría (M50-19): 6º de 26 finishers (28 en la salida)

Primer medio maratón 2:06, sin paradas: 2:01
Ritmo: 5:41
Ppm: 133 media
Potencia media: 211

Segundo medio maratón 2:10, sin paradas: 2:07
Ritmo: 5:59
Ppm: 134 media
Potencia media: 200

Recuperación perfecta. Como fui toda la carrera a una intensidad baja, al día siguiente tenía las piernas perfectas, ni rastro de agujetas, ni siquiera al bajar las escaleras del hotel. El pulso también era perfectamente normal el domingo.

Total de participantes:
Maratón: 162
Medio maratón: 239
10k: 152

Archivo del Garmin:

Excursión por la costa
El domingo habíamos reservado una excursión en barco hasta la localidad rusa abandonada de Pyramiden, que hoy es una ciudad fantasma. Pyramiden fue un asentamiento minero soviético en el que vivían más de 1.000 personas. La antigua Unión Soviética cuidaba de los mineros y sus familias y en la ciudad había uno de los mejores hospitales de la URSS, polideportivos, centro cultural, una piscina olímpica y todo tipo de comodidades.
Pero, tras la caída de la URSS y con la crisis en Rusia y la poca rentabilidad que sacaban a las minas de carbón, en 1998 se ordenó abandonar la ciudad, casi de la noche a la mañana, y hoy se pueden ver las casas tal y como las dejaron sus habitantes hace 21 años. Hoy en día unos rusos han abierto un hotel que opera en verano y hay excursiones en barco desde Longyearbyen para visitar la ciudad.
La pena para nosotros es que, debido a que todavía está helada la costa de Pyramiden, el barco no podía acercarse al muelle así que solo vimos la ciudad desde el barco. Para compensarnos, la ruta se alargó por la costa de Spitsbergen, hacia un glaciar, donde sacamos fotos con el teleobjetivo a dos osos polares, y hacia otras zonas de la isla donde anidan aves.
Vista de Pyramiden desde el barco. Fijaos en cuánto hielo hay en el mar. La forma de pirámide de la montaña es la que dio nombre al asentamiento.

Fue una bonita excursión, aunque me queda la pena de no haber pisado Pyramiden para sacar la foto de la única estatua de Lenin que hay fuera de la antigua URSS.
Por la mañana, antes de que nos recogieran para ir al barco, habíamos tenido tiempo de visitar los dos museos que hay en Logyearbyen. Uno dedicado a las islas y la vida en el Ártico, y el otro dedicado a la exploración polar.

Curiosidades y datos de Svalbard
Longyearbyen tiene unos 2.100 habitantes, y es el asentamiento de más de 1.000 habitantes más septentrional del mundo. Es la sede administrativa de Noruega en Svalbard. En el archipiélago hay más osos polares que personas, según dicen. Y estos animales son muy peligrosos para las personas. De hecho, está prohibido salir de las zonas urbanas si no llevas un rifle o vas con un guía armado.
Después de Logyearbyen, la segunda localidad más grande de la isla es Barentsburg, un asentamiento de mineros rusos de 500 habitantes.
Como Logyearbyen está tan al norte (latitud 78,3 N), bien pasado el Círculo Polar Ártico, entre el 26 de octubre y el 15 de febrero hay una noche perpetua, y entre el 20 de abril y 23 de agosto el día dura 24 horas. Sin embargo, al llegar hasta esta zona del Ártico la corriente del Golfo de México, el clima no es tan extremo como en otras localidades de Norteamérica que están más al sur. En Longyearbyen, la temperatura media es de -14ºC durante el invierno y de +6ºC en verano. La temperatura más baja registrada fue de -46,3ºC en marzo de 1986 y la más alta se registró en julio de 1979, 21,3ºC. Y, por cierto, apenas llueve.
El glaciar Autsfonna es el más grande de Noruega, con un frente de 200 kilómetros, y este archipiélago es el tercer casquete de hielo más grande del mundo, después de la Antártida y Groenlandia.
El 27 de febrero de 2008 se inauguró oficialmente el “Banco Internacional de Semillas de Svalbard” financiado por Noruega, Monsanto, el banco Rockefeller y Microsoft. Se le llama también “El Arca de Noé vegetal” o el “banco semillero del día del juicio final”. Es una gran bóveda donde se guardan millones de semillas de los principales cultivos y se preservan así frente a ataques, el cambio climático, etc.
Además, en Logyearbyen está la UNIS (Universitetssenteret på Svalbard), el centro de estudios universitarios más septentrional del mundo. En él hay estudiantes de más de 25 países que cursan estudios sobre geología, geofísica, ingeniería y biología.
Se dice que tal vez los vikingos o quizá los rusos descubrieran Svalbard hacia el siglo XII. Hay relatos escandinavos sobre una tierra conocida como Svalbard (“costa fría”). Fue el neerlandés Willem Barents quien la descubrió en 1596. Durante los siglos XVII y XVIII, las islas sirvieron como base ballenera de holandeses, españoles e ingleses y también desde aquí salieron muchas de las expediciones árticas históricas de principios del s. XX.
En el Tratado de Svalbard del 9 de febrero de 1920, la comunidad internacional reconoció la soberanía noruega de las islas. Noruega se hizo cargo de Svalbard en 1925. Según este Tratado, ciudadanos de los otros países firmantes tienen derecho a explotar los depósitos minerales y otros recursos naturales “en pie de absoluta igualdad”. De aquí surgió Barentsburg, que sigue habitado por rusos, y Pyramiden, que se abandonó en 1998 y que hoy es una ciudad fantasma que se puede visitar (si el hielo permite que el barco llegue). También han explotado los recursos de la isla empresas de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Suecia y los Países Bajos.
Las islas Svalbard están fuera de la Zona Schengen europea y por eso los viajeros no noruegos debemos llevar el pasaporte para entrar. También es una zona libre de impuestos y los precios son más baratos que en el resto de Noruega.

Fotos

Barcos clásicos en el puerto de Oslo.

Antes de cenar en Oslo.

Volando rumbo norte (000) casi todo el viaje.

Nada más aterrizar en Longyearbyen.


Lo primero que ves al salir del aeropuerto es esta señal.

Distancias a varias ciudades del mundo. El Polo Norte está cerca, a unos 1.309 km, más cerca que Oslo (a 2.046 km), por ejemplo.

Una cervecita local para cenar.

Corriendo un poco por el pueblo.


Un recuerdo para mi equipo.

Y otro recuerdo y una ayuda para Amaya en la visibilidad del Síndrome de Tourette.

Clásica foto con la camiseta y el dorsal.

Con uno de los guardas anti osos.

Primeros metros.

La salida.



Paisajes enormes.



Corriendo con los guardas vigilantes.

Bien abrigado.

Esta foto no me la podía perder.

La cuesta más dura del circuito.

Con el puerto al fondo.


Ya en la meta. Contento.

Con Alex.

Una medalla bien bonita.



Esta era la recta de meta, en cuesta arriba. "Heia, heia!" es el grito de ánimo noruego.





Longyearbyen


Renos.

Motos de nieve, muy abundantes.

Ganso.

Antiguas minas.

Un reloj astronómico de sol.


Otra señal de tráfico que no se ve mucho por donde vivimos.

Zapatos a la entrada del polideportivo. Es tradición en la localidad el entrar descalzo a los locales. Viene de cuando se dedicaban a la minería, ya que los zapatos llegaban sucios de carbón.

No se puede entrar al supermercado más al norte del mundo con armas.

Fotos del Museo.

Uno de los barcos históricos de la exploración polar: el Gjoa, el barco con el que Amundsen pasó por primera vez el Paso del Noroeste, en Norteamérica. Detrás el Fram, el barco de Nansen que también usó Amundsen en su exploración exitosa al Polo Sur.

Con Nanook, el oso polar del Coal Miners Cabin.

Vista desde nuestra habitación.





Foto a las 2 de la mañana, en la medianoche solar.

El sol de medianoche.


Paisaje ártico.


Dos osos polares. Seguramente el oso de la derecha es una hembra y el de la izquierda es su cría. El cuerpo negro que se ve debajo del de la derecha debe ser el de una foca que acababan de cazar.



Pyramiden desde el barco.




Una foca a la derecha.

Colonias de aves.

Un zorro y un reno.




Mar helado.

Vista de la isla desde el avión de regreso.

Al fondo la parte sur de la isla de Spitsbergen.






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