Por eso, quiero subir aquí uno de esos capítulos eliminados, ya que creo que puede tener un cierto interés y puede hacer esbozar una sonrisa al lector.
Este anuncio del Maratón de Barcelona 1996 fue protagonista de una bonita casualidad.
Casualidades
A medida que alguien como yo va acumulando experiencias en carreras y en maratones, es más probable que surjan casualidades que, vistas con la perspectiva del tiempo, nos sacan una sonrisa.
Por ejemplo, tras correr en 2013 el Maratón de San Sebastián, al llegar a casa y comentar con mi hijo y mi mujer que mi tiempo fue de 3:58:56, mi hijo se fijó en el imán que tengo en la nevera con el número del dorsal que tenía asignado para el Maratón de Nueva York 2012, el que se suspendió. Este dorsal era el 35.855, casi el tiempo con el que terminé oficialmente en San Sebastián. Fallé por un segundo.
Otra casualidad de la que me percaté tras correr el Maratón de Madrid en 2017, fue la de darme cuenta de que esa fue la cuadragésima edición de esta carrera. En 2016 cuando participé en el Maratón de París, también fue la cuadragésima edición. Y en 2015, corrí la cuadragésima edición del Maratón del Cuerpo de Marines de Washington.
Por supuesto, tras ver esta racha de ediciones número 40 miré el calendario de maratones de 2018 y comprobé que el 11 de marzo de 2018 se disputaba la cuadragésima edición del Maratón de Barcelona. Ni qué decir tiene que ese día participé por tercera vez en el maratón de la ciudad condal, en el que fue mi vigésimo primer maratón.
Otra coincidencia con los números. En noviembre de 2015 corrí la 51ª Behobia-San Sebastián con la que di por finalizada una temporada cargada de viajes, carreras, seis maratones y entrenamientos especiales. Al mirar en mi reloj cuántos kilómetros había corrido en los doce meses anteriores, vi que llevaba acumulados 2.115 kilómetros. ¿Y qué altitud tiene el Tourmalet, mi puerto favorito, al que había subido corriendo unas semanas antes? Pues claro, exactamente 2.115 metros. Qué casualidad más bonita.
En el Tourmalet, en mi segunda ascensión corriendo hasta los 2.115 m.
Y no hay solo coincidencias en mi vida maratoniana relacionadas con los números. Me viene a la mente una anécdota que data de mi primer maratón, el de Barcelona en 1996.
Cuando estaba decidiendo en qué maratón iba a debutar en la distancia, conseguí un folleto del Maratón de Barcelona. No sé bien cómo me hice con él en aquella época casi pre Internet. Supongo que sería en alguna tienda de deportes (Actualización: no fue un folleto, fue un anuncio en la revista Distance running que, supongo, me la daría algún conocido). El caso es que, en la foto de la portada del folleto aparecía un grupo de corredores en el Estadio Olímpico de Montjuïc con las manos levantadas poco antes de cruzar la línea de meta del maratón en una edición anterior. Iban todos con la misma camiseta de un club de atletismo barcelonés, no recuerdo cuál. Lo que sí recuerdo bien es que casi todos ellos eran personas sin ninguna pinta de maratonianos. Eran mayores (o eso me parecía a mí, que entonces tenía 32 años), y no estaban precisamente delgados. Vamos, que menos maratonianos parecían cualquier cosa. Pero me gustó mucho la foto, porque allí estaban ellos, felices de cruzar la meta. Me llamó mucho la atención esa foto porque simbolizaba lo que yo quería conseguir, que era levantar las manos entrando en esa meta. Así que me quedé con esa imagen grabada.
La portada de la revista.
El anuncio del maratón de Barcelona'96.
Pues bien. Tras terminar la carrera (tenéis los detalles en la segunda parte del libro) y ver las fotos que me sacó mi mujer desde las gradas del estadio, allí estaban ellos, los mismos corredores con las mismas camisetas, entrando en meta detrás de mí. No me lo podía creer.
Y en estas fotos se me ve a punto de entrar en meta con los corredores del anuncio delante de mí.
Y para acabar, tengo también otra anécdota que tiene que ver con el Maratón de Nueva York y el ciclismo.
En mi última prueba cicloturista, en l’Etape du Tour’14, subíamos el Tourmalet en un día de perros con frío y lluvia. Arriba, para calentarme un poco antes de afrontar una bajada durísima medio congelado, me metí al bar para tomar un café. Allí, empecé a charlar con un chico brasileño que era la primera vez que montaba en bici por los Pirineos. Y entonces, con el café en la mano, me percaté de que llevaba el buff que nos regalaron en el Maratón de Nueva York’12, un buff negro que sigo usando mucho. Casualmente, él también había ido, como yo, en 2012 a Nueva York cuando cancelaron la carrera. Me dijo que iba a volver a Nueva York en noviembre, así que haría l’Etape du Tour y el Maratón de Nueva York el mismo año, como yo habría hecho en 2012 si se hubiera disputado la carrera.
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