El pasado sábado, en el suplemento cultural TERRITORIOS, en EL CORREO, y coincidiendo con el fin de semana del Maratón de Nueva York, publicaron un reportaje sobre literatura para maratonianos que me habían encargado como autor de la novela sobre el Maratón de Nueva York "42,2 Muerte en Central Park".
Para los que no lo pudisteis leer, y os interesa tanto la literatura como correr, os pongo aquí el texto completo.
Deseo que os guste.
Literatura
para maratonianos
Javier Sánchez-Beaskoetxea
El 24 de julio de 1908, poco después de las dos y
media del mediodía, comienza la prueba de maratón de los Juegos Olímpicos de
Londres, los cuartos de la era moderna. Casi tres horas después, llega al White
Stadium londinense el italiano Dorando Pietri. Los 75.000 espectadores se
levantan y jalean al pequeño atleta italiano al ver que apenas puede avanzar.
Pietri entra al estadio y corre en sentido contrario. Los jueces le señalan el
camino, pero tarda casi diez minutos en recorrer los últimos trescientos
metros. Varias veces cae al suelo y es ayudado al ver su lastimoso estado.
Finalmente cruza la línea de llegada en primer lugar a punto de ser alcanzado
por el norteamericano Johny Hayes. La delegación estadounidense presenta allí
mismo una reclamación por la asistencia otorgada al italiano, quien es
descalificado.
Testigo de excepción de estos hechos fue el enviado
especial por el Daily Mail para esta carrera, que no era otro sino el escritor
escocés Sir Arthur Conan Doyle, ya famoso por dar vida a través de su ágil
pluma al detective por excelencia, Sherlock Holmes, entre otras muchas
creaciones literarias. Conan Doyle aceptó el encargo porque era un gran
aficionado al atletismo y al deporte en general y porque así podía ver la
llegada de la carrera del maratón olímpico en una posición privilegiada en el
White Stadium.
No fue lo único singular de aquel maratón de 1908.
Desde que en 1896 se iniciara la era moderna de los Juegos Olímpicos, la
carrera de larga distancia, el maratón, había tenido una distancia variable. En
Atenas, en 1896, se corrió entre Maratón y el estadio Panathinaiko, cubriendo
una distancia de unos cuarenta kilómetros en recuerdo de la gesta del soldado
Filípides en el año 490 a.C., quien, tras la batalla contra los persas, murió
por el esfuerzo de llevar a Atenas la noticia de la victoria. No es un dato
contrastado, pero para los amantes de las Olimpiadas y de los maratones nos
sirve. Después, en los Juegos de París, en 1900, y en San Luis, en 1904, la
distancia también rondó los cuarenta kilómetros y algunos metros más.
Pero en 1908, la Princesa María pidió que el
comienzo de la carrera se hiciera junto a donde estaban sus hijos en el
Castillo de Windsor para que vieran la salida, lo que alargó unos dos
kilómetros más la distancia. Luego, en el White Stadium, se puso la meta junto
al palco real, con lo que resultaron esos ya famosos 42,195 kilómetros, que es la distancia estándar de la prueba a partir
de los Juegos de 1924.
Así pues, ya en la Inglaterra de 1908 encontramos una
relación entre el mito del maratón y la literatura, lo cual es algo lógico, ya
que la épica, la leyenda y el sufrimiento agónico de los atletas, como el de
los ciclistas, son ingredientes sinigual para mezclarlos en buenos textos.
Sin salir de Inglaterra, en 1959 un inglés, Alan
Sillitoe, escribió uno de los relatos más hermosos relacionados con el simple
acto de correr.
“Nada más llegar al reformatorio me hicieron
corredor de fondo de campo a través. Supongo que los tíos pensaron que estaba
hecho para ello porque era alto y delgado para mi edad (y todavía lo soy) y, de
todos modos, no me importó demasiado, para decir la verdad, porque correr ha
sido algo que en nuestra familia se ha hecho mucho, en especial correr para
escapar de la policía”. Con estas geniales líneas comienza “La soledad del
corredor de fondo”.
El corredor de fondo protagonista es un joven de
diecisiete años de origen humilde llamado Colin Smith, encerrado en un
reformatorio por un robo en una panadería. Paradójicamente, al joven Colin le
permiten salir a correr en soledad varios días a la semana, ya que ha sido
elegido para representar al reformatorio en una carrera campo a través entre
internos de todo el país. Durante estos entrenamientos por el campo, Colin nos
habla de sus inquietudes y de su rabia ante un sistema que le ha privado de la
libertad, libertad que solo siente cuando corre durante esos kilómetros cada
día y que le llevan a tomar la drástica decisión de… No, perdón. No se lo
cuento. Lean el relato. Lo merece.
Saltando
ya en el tiempo, y al otro lado del mundo, es imposible no hablar del japonés
Haruki Murakami cuando mezclamos literatura y maratón.
Murakami,
habitual candidato al Nobel de literatura, es un tenaz corredor de maratones.
En su elegante ensayo sobre su afición a correr, “De qué hablo cuando hablo de
correr”, nos confiesa que correr maratones le permite lograr la fuerza
suficiente para escribir sus novelas, algunas de ellas de casi mil páginas.
También cuenta su experiencia en un ultramaratón de cien kilómetros, que logró
terminar sin caminar ni un momento, como dice con orgullo. A mitad de carrera
sufrió una crisis, pero después logró que su cuerpo y su mente fluyeran solos
hasta completar la carrera.
Curiosamente
a muchos de los que nos han enganchado sus novelas nos suele pasar lo mismo. En
la página 200 piensas que “todavía” quedan 800 páginas, pero curiosamente
cuando llevas 800 te lamentas de que “solo” queden 200 páginas más. Como en un
maratón. Como le pasa al mismo Murakami.
En 1952, Emil Zátopek entró en la leyenda del
atletismo al ganar en una semana las medallas de oro de los Juegos Olímpicos de
Helsinki en las distancias de 5.000 metros, 10.000 metros y en maratón,
estableciendo además el récord olímpico pese a su estilo de correr desgarbado y
horrible. Es famosa su frase: “Si quieres correr, corre una milla. Si quieres
experimentar una vida diferente, corre un maratón”.
Zátopek vivió en Checoslovaquia en tiempos
convulsos, entre la ocupación alemana y el férreo régimen socialista, y un
escritor francés, Jean Echanoz, publicó en 2008 “Correr”, una bonita biografía
novelada, escrita en tiempo presente, en la que apreciamos el tormento de
Zátopek, que corría para vivir, para huir de la dictadura sin poder evitar ser
un símbolo y un rehén del régimen y que acabó degradado a basurero por no
plegarse al poder.
Quizás podemos considerar “Correr” y “La soledad del
corredor de fondo” como los mejores exponentes de la literatura relacionada con
el acto de correr como una metáfora de la libertad. Ya lo dice el propio Colin
Smith, para quien correr era una distracción que hacía que el tiempo pasara: “A veces pienso que nunca he
sido tan libre como durante este par de horas en que troto por el sendero de
más allá de la puerta”. La libertad se la da la
soledad de correr.
Libertad. Si preguntamos a la gente que corre qué es
lo que más les empuja a correr durante horas, tal vez la respuesta que más
veces oigamos es que correr les hace sentirse libres. ¿O tal vez no?
“No
podían creer que alguien pudiera correr tanto sin ningún motivo especial. Tenía
ganas de correr”, Forrest Gump dixit.
De igual manera se pronuncia Murakami en su ensayo ya citado. No se puede recomendar
a nadie que se ponga a correr, como no se puede recomendar a nadie que se haga
escritor. Simplemente ocurre. Un día tienes ganas de correr, o de escribir, y
te pones a ello, como el sabio Forrest Gump. Él mismo nos dice, además, que
sirve para afrontar el futuro: “Mamá siempre decía que tienes que dejar atrás
el pasado antes de seguir adelante. Creo que fue por eso que corrí tanto”.
Dos
ejemplos: Edison Peña, uno de los mineros chilenos atrapados en una mina
durante más de dos meses, corrió durante esos días por las galerías. “Correr
para mí es estar libre”, dijo. Nelson Mandela corría en sus tiempos de
estudiante para olvidar la injusticia que veía en el mundo. Después, durante
los largos años de cautiverio, madrugaba para correr sin salir de su celda
durante una hora. Ambos eran libres mientras corrían en su encierro.
Sí.
Correr es un acto solitario que nos hace sentirnos libres. Pero correr es el
acto solitario más social que hay hoy en día. Millones de personas en todo el
mundo se lanzan a las calles a correr. Se crean nuevos grupos de corredores
cada día. Se cuentan por miles los participantes en los mayores maratones del
mundo. Para muchos es el acto más social en su agenda semanal. Quedan para
correr y luego tomar algo con sus compañeros, como lo demuestra el movimiento
“Beer Runners” (corredores de cerveza) en muchas partes del mundo.
Hay
estudios, ya en la década de los 80, en los que se analizan las razones para el
boom de los maratones y que concluyen que la posibilidad de socializar es la
mayor motivación de la gente para correr maratones y carreras populares.
Y
aquí entramos, gracias a este éxito social del correr, en otra dimensión de los
libros sobre el tema. Ya hemos visto que no hay muchos libros realmente
literarios que se hayan acercado a este mundo. Pero sí que hay muchísimos
libros que responden al fenómeno social de correr, o del running, como se llama ahora.
Atletas
de elite han pasado a papel sus vivencias y consejos. Chema Martínez es uno de
los más conocidos con su libro “No pienses, corre”, un libro sencillo pero de
gran tirón entre los corredores que buscan motivación para correr. Otro atleta
de elite, el catalán Kilian Jornet, uno de los mejores ultracorredores de
montaña del mundo, también tiene un par de libros entre los más leídos. En “La
frontera invisible” y “Correr o morir”, Kilian, atleta de vida sencilla, habla
desde el interior de su ser y nos ofrece un texto intimista y de agradable
lectura, alejado de los libros de autosuperación que se limitan a veces a
contar una historia personal y a dar consejos para mejorar nuestras vidas
corriendo.
Entre
este tipo de libros podemos destacar por su popularidad y por estar bien
escritos algunos, como el de la repostera televisiva Alma Obregón, “A correr”,
que muestra cómo superó un grave problema gracias a correr; y el del periodista
andaluz Rafa Vega, “Efecto maratón”, donde narra cómo afrontó la suspensión del
Maratón de Nueva York en 2012 para lograr su objetivo de recaudar fondos para
una causa benéfica. Por supuesto, hay muchos más. Algunos se dejan leer sin
más. Otros son libros personales sin gran ambición literaria.
También
hay algunos libros que mezclan un análisis técnico sobre el correr con una
prosa que engancha y que los hacen amenos y fáciles de leer. Entre éstos
estarían el del americano Christopher McDougall, “Nacidos
para correr. La historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la
mayor carrera de la historia”, que trata sobre los tarahumaras, una tribu india
mejicana, que son capaces de correr durante días; o el de los argentinos Martín
De Ambrosio y Alfredo Ves Losada, “Por qué corremos. Las causas científicas del
boom de los maratones”, que mezcla la reflexión con el análisis de diferentes
estudios sobre la carrera a pie. Una frase: “En el principio fue el verbo, y
ese verbo era correr”.
Por último, y gracias a la cada vez mayor difusión
del libro digital y de la autoedición, podemos encontrar libros desconocidos que
son pequeñas joyas literarias sobre el mundo de los maratones. El mejor ejemplo
que he encontrado es el de un libro de relatos, de pequeños cuentos, todos
ellos con el maratón como nexo en común, y que algunos de ellos son muy
interesantes y bien escritos. El libro se titula “Maratón. La vida en cuarenta
y dos kilómetros y pico”, y su autor, Antonio J. Cuevas, lo tiene en Internet
disponible gratuitamente para ebook.
En fin. Correr maratones está de moda. Incluso
alguno dice eso de “Tendrás un hijo, escribirás un libro, plantarás un árbol… y
correrás un maratón”. Mañana se celebra una nueva edición del Maratón de Nueva
York, seguramente el más famoso del mundo. Haruki Murakami, como muchas
personas, ha corrido esta carrera varias veces. La ciudad de Nueva York tiene
el maratón más universal y es también una ciudad cosmopolita que ha enmarcado
cientos de historias en la literatura y en el cine. A Murakami le gusta decir,
con orgullo, que nunca ha caminado en una carrera, que siempre ha corrido. Él
mismo dejó escrito su epitafio: “Haruki Murakami, escritor (y corredor), 1949-20**. Al menos
aguantó sin caminar hasta el final”.
Bueno.
Pues sigamos corriendo y leyendo hasta el final.
Libros sobre el tema:
- Sillitoe, Alan, “La soledad del corredor de fondo”, Editorial Impedimenta,
2013.
- Echanoz, Jean, “Correr”, Ed. Anagrama, 2010.
- Murakami, Haruki, “De qué hablo cuando hablo de
correr”, Ed. Tusquets Editores, 2010.
- Sánchez-Beaskoetxea, Javier, “42.2 Muerte en CentralPark”. Amazon, 2015
- McDougall, Christopher, “Nacidos para correr. La
historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera”, Ed.
Debate, 2011.
- Cuevas, Antonio J., “Maratón. La vida en cuarenta y
dos kilómetros y pico”, www.bubok.es.
- Martínez, Chema, “No pienses, corre”, S.L.U. Espasa
Libros, 2013.
- Vega, Rafa, “Efecto maratón”, Ed. Almuzara, 2013.
- Ambrosio y Losada, “Por qué corremos. Las causas
científicas del boom de los maratones”, Ed. Debate, 2013.
- Obregón, Alma, “A correr”, Ed. Aguilar, 2015.
- Jornet, Killian, “Correr o morir”, Ed. Now Books,
2011.
- Jornet, Killian, “La frontera invisible”, Ed. Now
Books, 2013.
- Jurek, Scott, “Correr, comer, vivir”, Ed. Temas
de hoy, 2013.
- Serrano, Javier, “42 reflexiones y 195 metros”, www.amazon.es.
- Varona, Alfredo y Serrano, Antonio, “Filípides
existe”. Ed. Alianza Editorial, 2001.