El pasado domingo crucé la meta que todo maratoniano ansía
cruzar, la del Maratón de Atenas, en el estadio Panathinaikó. Una meta
legendaria, cargada de historia que hace que se te ericen todos los pelos del
cuerpo mientras recorres esos últimos metros por la pista de ese estadio
blanco, hermoso, grandioso.
Llegando, feliz, a la meta en el estadio Panathinaikó.
En Atenas, como en toda Grecia, es imposible no sentir la
historia. Mires a donde mires, vayas a donde vayas, cualquier monumento,
cualquier edificio, te traslada a muchos siglos atrás, y este maratón no es una
excepción.
El propio estadio es testigo de la historia. Aunque su
reluciente mármol blanco del que está construido data de 1895 (reconstruido
para los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna de 1896), el lugar en el
que se asienta albergó en el s. IV a.C. un estadio de madera, que se
reconstruyó en mármol en el 329 a.C. En el año 140 d.C. fue remodelado y
ampliada su capacidad para 50.000 personas. Luego fue quedando en el olvido,
utilizado como cantera y para otras actividades hasta quedar casi en ruinas. La
fiebre olímpica de finales del s. XIX lo relanzó y fue cuando adquirió su
grandiosidad y belleza actuales. Al ser todo él de mármol, también se le conoce
como Kallimármaro (el mármol hermoso).
Y al otro lado de la línea azul que marca el recorrido de la
carrera, llegamos a Maratón, un pueblo que ha dado nombre a la prueba reina del
atletismo, a la carrera que cierra los Juegos Olímpicos cada cuatro años.
La diosa Nike, en Maratón.
La salida.
La llama olímpica.
Un recuerdo a la batalla.
Un poco de historia
En Maratón, en los campos cercanos a la costa, tuvo lugar en
el año 490 a.C. la famosa Batalla de Maratón, en la que el ejército de Atenas
derrotó a los persas que habían desembarcado para invadir Atenas por tierra,
capitaneados por Darío I. Esta batalla está inmersa en la I Guerra Médica, y
fue uno de sus últimos enfrentamientos.
Diez años después, su hijo Jerjes I atacó de nuevo para
vengar la derrota, y es cuando se produjo la famosa batalla de las Termópilas
contra los espartanos (y otros griegos coaligados), que hace unos años saltó de
nuevo a la actualidad por la novela gráfica “300” de Frank Miller, y su
posterior película.
Por lo que a nosotros, los runners, incumbe, si ahora estamos corriendo maratones por el mundo
es en gran parte por la leyenda asociada a esta batalla de maratón en la que un
hemeródromo (un mensajero llamado Filípides) corrió de Maratón a Atenas para
anunciar la victoria ante el temor de que la flota persa atacara la polis tras
la derrota en Maratón y los ciudadanos se rindieran pensando que los persas
habían vencido en la batalla.
Pero, esto no es más que una leyenda que vino muy bien a los
organizadores de los JJ.OO. de 1896 para cerrar las competiciones con una
carrera que se convirtiera en mítica.
Los historiadores dudan de que Filípides fuera un personaje
real. Seguramente fue una figura legendaria que ha pasado al imaginario
popular. Es cierto que en el ejército griego había hemeródromos, mensajeros que
llevaban las órdenes o los mensajes corriendo (y supongo que también a
caballo), pero no es seguro que Filípides fuera una de ellos, o que fuera el
mensajero que, supuestamente, llevó el mensaje tras la batalla de Maratón.
El ejército griego, al mando de Milcíades, era mucho más
reducido en número que el persa. Por ello, Milcíades estaba muy interesado en
que la vecina Esparta se uniera a ellos contra los persas. Según un relato de
Heródoto, escrito décadas después, Milcíades encargó a un hemeródromo,
supuestamente Filípides, que recorriera la distancia hasta Esparta (unos 260
km) para pedir su ayuda. Lo hizo en dos días.
Pero, aunque Esparta no respondió a ese mensaje, los griegos
lograron, pese a su inferioridad numérica, expulsar a los persas. Pero, como la
flota persa seguía intacta y se iba a dirigir hacia Atenas, Milcíades envío de
nuevo a un hemeródromo para informar de la victoria y para avisar de la llegada
de los barcos persas. Se cuenta que ese mensajero murió al llegar, después de decir
su famosa frase: “Alegraos, hemos vencido”. Pero, ¿era Filípides? ¿No había ido
a Esparta antes? ¿De dónde viene esta leyenda?
Como he comentado, unas décadas después de la batalla, el
historiador griego Heródoto escribió el relato de la misma y allí hablaba de la
primera carrera de Filípides para ir hasta Esparta, pero no mencionaba nada del
segundo viaje a Atenas.
Fue otro historiador, el romano Plutarco, quien, cinco
siglos después de la batalla de Maratón, hablaba del viaje a Atenas. Pero,
según él, fue un tal Tersipo, otro hemeródromo, quien lo llevó a cabo.
Y un siglo después, era otro historiador, Luciano de
Samósata, el que decía por primera vez que Filípides fue quien llevó el segundo
mensaje a Atenas.
En fin. Las fuentes no son nada claras, son muy posteriores
a los hechos y difieren mucho.
Para los atenienses, la leyenda de la gesta de Filípides
seguro que resultó muy popular, mucho más que reconocer que, finalmente,
también el ejército de Esparta, con unos 2.000 soldados, recorrió en dos días
los más de 200 km hasta Atenas para ayudar a sus vecinos a luchar contra los
invasores.
A partir de aquí, la leyenda fue haciéndose más y más popular
y en 1879 el poeta Robert Browning escribió un poema titulado “Filípides”,
poema que inspiró al académico Michel Bréal, amigo del barón Pierre de
Coubertin, para incluir la carrera de fondo entre Maratón y el estadio olímpico
de Panathinaikó, en el corazón de Atenas, en los primeros Juegos Olímpicos modernos
de 1896.
Así que, es imposible saber si realmente existió Filípides y
si corrió hasta Atenas para morir tras dar la noticia. Para muchos expertos, es
solo una leyenda romántica. Para los amantes de la carrera de Maratón y de la
épica deportiva, nos vale.
Si no hubiese sido por todas estas batallas, estos mensajes,
estas crónicas o estos poemas, no se habría incorporado una carrera de fondo
desde Maratón a Atenas para finalizar los JJ.OO. de 1896 y no se habría iniciado la fiebre por correr maratones que hoy en día aún tenemos.
Por cierto, ese maratón olímpico de 1896 no fue sobre una
distancia de 42,195 km, sino de aproximadamente 40 km, que es la distancia que
hay desde la zona de la batalla de Maratón hasta el estadio olímpico. Ya expliqué
en este artículo por qué el maratón mide 42,195 km como distancia oficial establecida por el COI desde 1921, que es
la que se corre a partir de los JJ.OO. de 1924 en París.
Por último, hay que decir que, pese a toda esta historia del Maratón de Atenas,
el maratón más antiguo del mundo que se organiza anualmente es el de Boston
(EE.UU.), que se corrió por primera vez en 1897, gracias al gran tirón que tuvo
la carrera de Maratón de los Juegos de Atenas de un año antes.
Pero aunque no sea el más antiguo que se celebra sin interrupción,
el Maratón de Atenas (que este año ha cumplido su 38ª edición) siempre será “el
auténtico”, como se autodenomina.
Mi viaje
Tras esta larga introducción (una carrera con 2.511 años de
historia no se puede resumir fácilmente), vamos al viaje a por mi 32ª maratón.
Tras un viaje en avión con escala en Munich, aterricé en
Atenas con el tiempo justo para llegar a ver la puesta del sol desde la colina de
Aeropagus, junto a la Acrópolis antes de ir al hotel. Estuve allí hace cinco
años y tenía muy buen recuerdo de ese lugar. Es un rincón muy bonito que al
atardecer se llena de gente.
Después, bajé a la zona de Faliro en autobús para ir a la
feria del corredor y recoger el dorsal. Me pareció una feria muy completa, con
un ambiente de gran maratón internacional. Ya echaba de menos estas
sensaciones.
Tradicional foto con la camiseta y el dorsal de la carrera.
Luego regresé en taxi al hotel (madre mía, cómo conducen en
Atenas) y ya salí a cenar en uno de los restaurantes que hay por el barrio de
Plaka, con sus bonitas callejuelas en la ladera de la Acrópolis.
El sábado, tras un buen desayuno en la terraza del hotel con
vistas a la Acrópolis (un hotel sencillo, barato y muy bien situado), salí a correr
un poco. Me acerqué hasta el estadio a ver la meta y sacar unas fotos y luego
troté un rato más. Comí pronto, descansé un poco y fui a visitar la Acrópolis hasta
el atardecer. Luego cené bien en el mismo restaurante que el viernes. El
domingo tenía que levantarme muy temprano.
Mi maratón
Madrugón de los buenos. Por el tema Covid, este año han dividido
la carrera en dos maratones. A mí me tocó salir en el primero, a las 9 de la
mañana, y tenía que coger uno de los autobuses que nos llevaban desde Atenas a
la salida entre las 5:30 y las 6:15 de la mañana. O sea, que como muy tarde, a
las 5:45 tenía que salir del hotel. Como antes tenía que desayunar en la
habitación y prepararme, pues para las 4:30 ya estaba en funcionamiento, por
supuesto sin dormir bien, como es habitual en estos casos en los que te entra
el pánico de quedarte dormido.
Sin más contratiempo, cogí el autobús (justo al lado del
parlamento griego, viendo a los guardas haciendo su coreografía) y traté de
dormitar un poco en el viaje de casi una hora.
Al llegar, aprovechando que había un bar abierto en una
gasolinera, tomé un café y ya me dirigí, con el resto de la gente, a la salida.
Allí, tras cambiarnos, dejábamos la bolsa con nuestras cosas en furgonetas que
las llevarían a meta.
A esperar casi dos horas.
Mientras esperaba, estuve con Kepa, un compañero maratoniano
de Santurtzi con el que también me había encontrado en Nueva York en 2018.
Estaba con José Manuel, de Endeavor maratones, y con Olga, que debutaba en la
distancia (haciendo un tiempazo de 3:38 en la meta).
Por fin, llegó la hora de la salida. Fueron saliendo los
diferentes bloques hasta que nos tocó a nosotros. Mucha suerte y cada uno a su
ritmo.
Tras el fiasco de tres semanas atrás en el Maratón de Bilbao, y como sé que no estoy en buena forma, mi estrategia era correr
despacio hasta el final. Este maratón, además, tiene un recorrido muy duro.
Tiene un desnivel positivo acumulado de más o menos el doble que la Behobia-SS.
Sobre todo desde el km 18 al km 31 vas subiendo casi todo el rato. Algunas de
las subidas tendrían, a ojo de buen ciclista, una pendiente en torno al 5%, y
más en algunos casos, por lo que si no te sabes regular en las cuestas, vas a
llegar al km 32 fundido. Si normalmente en un maratón te topas con el muro
entre el km 32 y 35, si no has regulado bien, en este caso el riesgo es mucho
mayor. Así que, comer y guardar, como en una carrera ciclista larga.
Desde la salida fui mirando los vatios, para mantenerme bien
por debajo de los 200 w, y escuchando a mi cuerpo para ir siempre uno o dos
puntos por debajo de lo que podría haber ido. Me daba igual el tiempo en meta.
Solo quería terminar bien la carrera, con buenas sensaciones.
Tanto fue así, que hasta el km 34 no empecé a dejar que el
pulso subiera más allá de las 130 ppm. Hasta el km 34 mi pulso medio fue de 125
ppm (casi se puede decir que me toqué las narices, je, je). Desde ahí a meta ya vi que iba a poder apretar y acabé a 162 ppm, con un
pulso medio total de 128 ppm.
El recorrido es muy feo, todo el rato por una carretera
importante de tres carriles en cada sentido que te lleva a Atenas por muchas
zonas industriales. En los pueblos que pasábamos había buena animación.
Todo el recorrido está permanentemente señalizado.
Solo se deja esa carretera entre el km 4 y el km 6 para dar un
rodeo al Túmulo de los atenienses, en la llanura donde se desarrolló la batalla
y donde se dice que están enterrados los 192 soldados atenienses que murieron.
En realidad fueron muchos más, ya que, según la crónica de Heródoto, por parte
de Atenas murieron 192 soldados de unos 10.000, mientras que por parte persa
hubo 6.400 muertos de 15.000 soldados. Claramente los números no son lógicos.
Según estimaciones más realistas, hubo unos 3.000 muertos atenienses y unos
5.000 persas.
Seguimos.
Cerca del túmulo, empezaron a aparecer niños que nos
ofrecían ramas de olivo a los corredores. Parece ser que en la antigua Grecia
se entregaban coronas de olivo a los vencedores de los Juegos y coronas de
laurel a los poetas, eruditos o vencedores de batallas. Un bonito detalle.
Hasta el km 10, el perfil es bastante llano. Luego, hasta el
km 18 hay una sucesión de subidas y bajadas, algunas de ellas empinadas. Desde
el km 18 ya a las subidas les siguen pocas bajadas y vas ascendiendo hasta el
km 31, como he dicho antes. Luego ya es más fácil, con bajadas y llanos hasta
la entrada del estadio.
Desde el km 7,5 empecé a comer. Había avituallamientos cada
2,5 km, y bebí en todos ellos. Desde el km 7,5, hasta el km 37,5, me tomé un
gel o una barrita cada 5 km. Y, como en los km 5, 10, 15, etc. pasábamos por
una alfombra que recogía la señal del dorsal, ya tenía algo en qué pensar o
hacer cada 2,5 km. Por un lado, estaba atento a cuándo me tomaba un gel y, por otro
lado, estaba atento a cuándo aparecía la alfombra, que era cuando en mi casa
sabrían que seguía bien en la carrera.
En un maratón, sobre todo si el recorrido no tiene muchas
variaciones y vas despacio, hay que saber mantener la mente distraída y ocupada
en algo. Si no, se te pueden hacer muy largos los kilómetros centrales.
Con esta táctica de comer, correr lento y distraerme, llegué
al final de la última cuesta en bastante buen estado. Yo, aunque no esté en
forma, tengo fondo de sobra para correr varias horas despacio. En todo el
maratón solo tuve alguna ligera molestia digestiva (que me hizo temer por un
momento que me iba a ocurrir como en Bilbao), un pequeño dolor en la rodilla,
que se pasó enseguida, y dos conatos de calambre en un gemelo, que no fueron a
más. Por lo demás, ni un problema. Ni rozaduras, ni nada.
Así que, ya pasado el km 35 decidí que ya podía soltar un poco
el freno. Comencé a acelerar, aprovechando el terreno más favorable. Luego
empecé a mirar el reloj y vi que tal vez podía terminar la segunda mitad más
rápido que la primera mitad. Lo que no estaría mal teniendo en cuenta que el
segundo medio maratón es más duro que el primer medio. Había pasado el km 21,1
en un tiempo aproximado de 2:16, por lo que si bajaba de 4:32 lo podría conseguir.
Con ese objetivo hice los últimos 4 km todo lo rápido que
pude. De hecho, los últimos 7 km son los que más rápido corrí de todo el maratón.
Encaré la última bajada a tope, entré al estadio muy
emocionado de estar allí y exultante de estar pasando a casi todos los
corredores que encontraba, y finalmente paré el reloj en 4:31:08. Tras unos
minutos para recuperarme (llegué con el pulso a tope), saqué unas fotos del
momento y recogí la medalla. Estaba muy feliz. En los últimos 10 km de la
carrera me volví a sentir maratoniano, reviví las sensaciones que tantas veces
he tenido en mis 31 maratones anteriores y borré de un plumazo los malos
recuerdos de Bilbao.
No hay mejor lugar que este para recibir una medalla al terminar un maratón.
Cuánto echaba de menos esta sensación.
Con la corona de olivo, como un vencedor.
Luego comprobé que el medio maratón lo había pasado en
2:14:47, por lo que el segundo medio maratón lo hice en 2:16:21, que no está
mal, por la dureza, pero no logré correr en negativo, cosa que he hecho varias
veces y que te deja un regusto estupendo en meta. Bueno, no me puedo quejar. Mi
estrategia era correr así y asegurarme terminar bien y entero, cosa que conseguí
con creces.
En mis planes para este año, entraba correr dentro de tres
semanas el Maratón de Lanzarote, ya que voy a estar allí en el puente de
diciembre.
Casi puedo decir que, por suerte para mí, lo han cancelado y
así no tengo que decidir si lo corro o no. Como tampoco estoy súper este año,
casi que me conviene más no correrlo y preparar bien el nuevo Bilbao Bizkaia
Maratón, que se organiza por primera vez el próximo 6 de marzo.
Bueno. Ya iremos viendo.
Tabla de tiempos:
Como veis, fui a ritmos muy tranquilos. Se aprecia la dureza
del recorrido ya que, manteniendo más o menos los mismos vatios y pulso, hay
tramos en los que el ritmo medio es mucho más lento. Es debido, como digo, a
que en esos tramos se concentran las subidas, con lo que a un mismo esfuerzo
vas mucho más lento.
Os dejo aquí el gráfico de altitud y de pulso:
Datos:
Pulso medio: 128 ppm
Potencia media: 180
Cadencia media: 191 w
Desnivel acumulado: 347 m
Garmin: