miércoles, 30 de septiembre de 2020

Por cierto, ¿por qué el maratón mide 42,195 kilómetros?

Subo hoy uno de los primeros capítulos de mi libro "Correr maratones. De Nueva York a la cima del Stelvio" donde explico por qué tenemos que correr una distancia tan caprichosa si queremos ser maratonianos.

La cifra mágica de 42,195 km pintada en el asfalto en Maratón (Grecia), donde se da la salida del Maratón de Atenas, “El auténtico”.

Antes de empezar, voy a dedicar un capítulo a explicar por qué el maratón tiene una distancia tan caprichosa de 42,195 kilómetros.
Las distancias en el atletismo normalmente responden a una lógica de números redondos: 100 yardas, 100 metros, 200 metros, 400 metros, 800 metros, 1.500 metros, una milla terrestre (1.609 metros), 3.000 metros, 5.000 metros, 10.000 metros…
Pero de pronto surge la idea de hacer una gran carrera de fondo en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, en Atenas en 1896, para conmemorar la supuesta gesta del soldado Filípides, quien, según la leyenda, corrió de Maratón a Atenas para anunciar la victoria de los griegos sobre los persas antes de morir tras el esfuerzo.
En Europa ya se corrían carreras de resistencia sobre una distancia de cerca de cuarenta kilómetros, y la distancia aproximada entre Maratón y Atenas es de 40,2 kilómetros (unas veinticinco millas). Así que la prueba que ponía broche final a los Juegos se corrió sobre esa distancia entre las dos localidades griegas.
Bueno. Podemos pensar que veinticinco millas (o cuarenta kilómetros) también es una distancia de números redondos. Pero, ¿por qué ahora corremos 42,195 kilómetros? Con 40,2 kilómetros ya está bien, creo yo.
Hay que decir, en primer lugar, que la historia de Filípides no está documentada salvo en algún relato muy posterior (varios siglos) al año de la batalla de Maratón, que fue en el año 490 a.C. Parece ser que Filípides sí que corrió, pero hasta Esparta, unos 225 kilómetros en dos días (el primer ultra, tal vez) para pedir ayuda a los espartanos, quienes la rechazaron. Y no murió al llegar, como dice la leyenda. Fueron todos los soldados del ejército griego que habían sobrevivido a la batalla victoriosa ante los persas, quienes recorrieron lo más rápido que pudieron la distancia de Maratón a Atenas para evitar que los barcos persas atacaran la ciudad.
Pero es igual. A los organizadores de los Juegos de 1896 les valía con la leyenda del exhausto Filípides para hacer una carrera para la historia y recrear su heroísmo, fuera o no cierta. La carrera de esos primeros Juegos de la era moderna fue un éxito y tuvo como colofón la victoria de un atleta griego, Spiridon Louis, lo que gustó aún más a los griegos que presenciaron ese histórico maratón.
Pese a todo, la prueba de maratón no se hizo muy popular. En los Juegos Olímpicos de 1900 en París y en los de 1904 en San Luis (EE.UU.) en sus pruebas de maratón (con distancias que variaron en torno a los cuarenta kilómetros) hubo varios escándalos que casi provocan la eliminación de dicha prueba del programa olímpico. Incluso se formó un comité para decidir qué hacer con esa carrera, tras ver los problemas que causó y las trampas que algunos atletas hicieron.
Pero en 1908, en los Juegos de Londres, sucedieron varios acontecimientos que marcaron el futuro de lo que hoy en día conocemos como el Maratón.
Por un lado, el circuito que se había previsto para la carrera final, diseñado por Jack Andrews del Polytechnic Harriers Club, iba a medir 24,5 millas (unos 39,4 kilómetros). Pero a última hora tuvieron que cambiar el circuito porque coincidía con otra carrera profesional. El nuevo recorrido iba a ir desde la terraza del Castillo de Windsor, para que la familia real viera la salida, hasta el White Stadium de Londres, unas veintiséis millas (41,8 kilómetros). Finalmente se añadieron unos metros más para dar una vuelta completa al estadio y poner así la meta frente al palco real. Con todos estos cambios quedaba una carrera de “aproximadamente 26 millas y 385 yardas” (42,195 kilómetros). Y bien hicieron en añadir el “aproximadamente”, ya que John Disley, uno de los fundadores del Maratón de Londres actual, investigó el circuito y según él la primera milla de 1908 era 174 yardas más corta (159 metros).
El maratón de los Juegos Olímpicos de Londres de 1908 fue un éxito, con unas 90.000 personas presenciando en directo el disputado final entre el italiano Dorando Pietri y el americano Johnny Hayes en un día abrasador. Pietri entró el primero en el estadio, pero se desmayó y fue ayudado por el médico y el secretario de la carrera para cruzar la meta por delante de Hayes por muy poco. La delegación americana protestó por la ayuda recibida y se declaró ganador a Hayes, pese a las protestas del público.
Esa carrera suscitó tanto interés en los medios de comunicación que el maratón entró en la memoria colectiva de medio mundo y se convirtió en una prueba popular.
Por cierto. Uno de los periodistas que fue testigo directo de la carrera londinense fue sir Arthur Conan Doyle, quien dos años antes había publicado uno de los libros más famosos protagonizado por su detective Sherlock Holmes, El perro de los Baskerville. El escritor era muy aficionado al atletismo y pidió ser corresponsal del Daily Mail para poder ver la carrera en primera línea.
De todas formas, durante los siguientes Juegos Olímpicos aún no se estableció la distancia de Londres como oficial. No fue hasta 1921 cuando el Comité Olímpico Internacional la declaró distancia oficial de la carrera de Maratón para los siguientes Juegos Olímpicos.
Bueno. Pues ya sabemos por qué tenemos que correr 42,195 kilómetros si queremos ser maratonianos. Una bonita historia, como casi todas las que vienen de épocas pasadas.

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