En las próximas semanas muchos de vosotros correréis por primera vez un maratón. Algunos en Valencia, otros en Nueva York o en San Sebastián o en cualquier otro lugar del mundo.
Entrando, feliz, en meta en el Maratón de Rotterdam en 2014.
La primera vez que corres un maratón es un día muy especial. Tanto que, una vez logrado, sientes envidia de los que lo van a hacer por primera vez, ya que, por muy emocionante que sea siempre cruzar la meta tras correr 42,195 km, nunca vas a volver a sentir la misma emoción ni la misma alegría que cuando lo hiciste por primera vez.
Todos los que estáis ahora culminando vuestras semanas de preparación para el gran día tenéis muchas cosas en común. Da lo mismo que vuestro objetivo sea solo terminar la carrera o bajar de 3 horas. Entre estas cosas que os unen están los miedos, los temores, las dudas y las ansiedades que os provocan (que nos provocan) los 42,2 kilómetros. Bueno, no exactamente los 42,2 km sino los últimos 10 o 12 kilómetros de la carrera.
Durante estas semanas de entrenamiento enfocado a la culminación de la aventura (porque un maratón es siempre una aventura), casi todos habréis alcanzado en vuestras tiradas largas el km 30, o incluso habréis atravesado un poco esa barrera psicológica del km 30.
Pero cuando no has corrido nunca un maratón, siempre nos queda la duda de saber qué hay más allá del km 30, cómo reaccionará nuestro cuerpo a partir de ese punto, qué sensaciones tendremos, si sabremos vencer el cansancio y la fatiga, si seremos capaces de seguir. Y como correr un maratón es tan duro, hasta el día de la carrera no lograremos tener las respuestas a tantas preguntas que la distancia nos plantea.
Las preguntas que nos suelen hacer los que preparan por primera vez la distancia a los que tenemos ya cierta experiencia normalmente giran en torno a esa última parte de la carrera, que es
terra ignota para ellos, pero tierra explorada para nosotros.
Pero por mucho que yo expliqué a alguien lo que pasa a partir del km 30 (o del 32, o del 35) es algo que hasta que esa persona no llega a vivirlo por sí misma no podrá saberlo. Es como otras muchas facetas de la vida. Hasta que no vives con alguien no vas a saber lo que es la convivencia; hasta que no te enamoras no vas a saber lo que es el amor; hasta que no tienes sexo con alguien no vas a saber lo que se siente;…
El aprendizaje a través de las propias experiencias es parte de la vida, y el maratón, como se ha dicho muchas veces, es en cierta forma como la vida misma, con sus buenos momentos y sus malos momentos, con la preparación para afrontarlo, con la alegría de conseguirlo o con la decepción de tener que rendirnos.
Pero, ¿puedo explicar lo que yo siento más allá del km 30? Lo intentaré.
En el último capítulo de la película “2001. Una odisea del espacio”, David Bowman traspasa la Puerta de las estrellas y entra en una nueva dimensión bajo el título de “Más allá del infinito”. ¿Y qué hay más allá? Pues algo tan inexplicable que ni siquiera David Bowman lo entiende hasta que se transforma en un nuevo ser al final de la película (y ni aún en ese instante le queda claro, como deduces al leer el libro de Arthur C. Clarke –por cierto, uno de mis libros favoritos-).
Algo parecido nos pasa en un maratón. A medida que vamos avanzando hacia la meta descubrimos lo que hay más allá de esa barrera que separa nuestro mundo conocido y confortable de ese nuevo mundo de sufrimiento, gozo, dolor y euforia que no llegamos a comprender en su totalidad hasta después de pasar la ansiada línea de meta. Incluso esta nueva dimensión nos muestra aún su nueva cara varios días o semanas después en forma de dolores y de fatiga nunca antes experimentado por nosotros.
En primer lugar quiero transmitir tranquilidad a los nuevos. Entrenando nunca vamos a saber qué hay más allá, ni falta que nos hace. Salvo para gente muy experimentada y preparada, el dolor del maratón solo hay que sufrirlo el día del maratón, no en el camino que nos conduce a él.
Los entrenamientos son los ladrillos que vamos colocando en su sitio para construir el edificio que nos dará cobijo el día de la carrera, y no hay que intentar meterse en el edificio hasta que no esté concluido con un buen tejado. Efectivamente, muchos experimentamos días en los que las tiradas largas las estamos haciendo tan bien que nos entran ganas de seguir para ver qué hay más allá, incluso corriendo los 42 km en algunos casos.
Pero no merece la pena hacerlo, ya que aún no estamos preparados para ello y es un poco absurdo correr un maratón para preparar nuestro primer maratón. Tenemos que hacerlo bien el día D y no sufrir las consecuencias de querer saltarnos pasos en la edificación de nuestro cuerpo para ese día.
Además, el día del maratón tendremos muchos aspectos a nuestro favor para hacerlo mucho mejor que en los entrenamientos. Primero, porque si hemos hecho bien los deberes, vamos a llegar a la carrera en plena forma y descansados, mucho mejor que en el mejor de los entrenos que hayamos hecho. Y segundo, porque todo lo que rodea la carrera, el ambiente, el público, los compañeros, los avituallamientos, etc., nos va a ayudar a tener una motivación como nunca la hayamos sentido antes. Y eso será el empujón definitivo para concluir con éxito la aventura del maratón y disfrutar de todo lo nuevo que vamos a experimentar en esos últimos 10 o 12 kilómetros de la carrera.
Allí, en esa última cuarta parte del recorrido nos encontraremos con una fatiga que nunca antes hemos tenido, con dolores y molestias nuevas para nosotros, con sensaciones de hambre o de vacío felizmente ignoradas hasta entonces. Los malos pensamientos empezarán a adueñarse de nuestra moral y empezaremos a tener dudas de si podremos aguantar 30, 40 o 50 minutos más la agonía.
Todo eso, y mucho más, nos acecha en cualquier recodo de la parte final del maratón. Además, no es algo que lo ves venir. No. Será algo repentino. Estás corriendo bien y de pronto no puedes más, o te surge un dolor insoportable, o te quedas vacío como si alguien hubiera apretado el interruptor de apagado.
Sí. Esto pasa de esta manera y conviene saberlo para tener previsto cómo lo vas a afrontar, cómo lo vas a superar. Porque lo vas a superar, casi con toda seguridad. Bueno, no con toda seguridad, pero lo normal es que lo superes, como la mayoría de los que llegan hasta ese punto.
Pero no todo será malo. Más allá del km 30 también nos vamos a encontrar con cosas muy buenas.
En primer lugar nos vamos a encontrar con nosotros mismos. Mientras todo va bien es fácil seguir adelante. Pero en la parte final del maratón las cosas ya no marchan tan bien. Estamos cansados, aún nos queda mucho para terminar y el cuerpo nos suplica piedad. Y ahí, justo ahí, nos conoceremos de verdad. Sabremos si somos personas fuertes capaces de seguir luchando en los peores momentos, si nos merecemos acabar un maratón, si nos merecemos ser maratonianos.
Y no solo nos vamos a encontrar con nosotros, sino que también nos vamos a encontrar con la cara amable de la gente. Ahora corremos junto a desconocidos con los que solo nos une el hecho de estar allí, compartiendo el dolor y el sufrimiento. Y en esos momentos las personas nos ayudamos los unos a los otros. Da lo mismo lo diferentes que seamos o que hablemos o no el mismo idioma. En esos kilómetros finales una mirada basta para decirnos todo lo que pensamos, porque todos pensamos lo mismo.
Y por último, en los metros finales, cuando ya vemos la meta, nos encontraremos con la felicidad absoluta, con la satisfacción de haberlo conseguido, con la euforia del mágico instante de cruzar esa meta y de recibir una medalla. Ese efímero instante merece todo lo que hayamos vivido hasta entonces, los entrenamientos, el sufrimiento, el sacrificio.
Pero ya termino. Todo esto lo vais a vivir vosotros, todos los que preparáis un maratón, en pocas semanas. Y espero que me lo contéis con una sonrisa tonta en la cara.