miércoles, 20 de junio de 2018

Stelvio Marathon. Buscando la belleza

“Buscad la belleza. Es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo”. Con esta frase despedía siempre su mítico programa en Radio 3, Diálogos 3, el gran Ramón Trecet. Me encantaba este programa que escuchaba a diario después de comer allá por los primeros años 80, en mi primera época de estudiante universitario.
La belleza.

No creo que el mundo sea, per se, asqueroso. Hay mucha belleza en él y no es difícil de encontrar, a poco que se quiera buscar. La belleza está en muchos sitios, en un libro, en un cuerpo, en un paisaje, en una montaña,… Incluso en una carretera.
Porque la carretera que sube al puerto del Stelvio, en el Tirol del Sur, desde Prato allo Stelvio o desde Bormio, es bella se mire como se mire. Es más. Me atrevo incluso a decir que estamos ante una obra humana que hace aún más hermosa a la naturaleza salvaje en la que se enmarca. No hay más que asomarse al pretil de la cima del puerto y mirar para abajo. Sí, el paisaje de montaña que vemos es precioso, pero si quitásemos esa serpenteante carretera que de manera majestuosa remonta la pendiente, este paisaje quizás no fuese tan bonito.


Fue entre los años 1820 y 1825 cuando el ingeniero Carlo Donegani proyectó y dirigió la construcción de esta ruta a petición del emperador del Imperio Austrohúngaro para unir así la Lombardía (que entonces pertenecía al Imperio) con el resto del país.
Los avatares de la historia de Europa hicieron que esta zona pasase a formar parte de Italia tras la 1ª Guerra Mundial, aunque sus habitantes siguen hablando alemán y tienen un estatus especial con el estado italiano.
En 1953, el Giro de Italia incluyó por primera vez en su anteúltima etapa, entre Bolzano y Bormio, la subida a este puerto. Y ese día, il campionissimo Fausto Coppi dio la vuelta a la general para arrebatar al suizo Hugo Koblet, que llevaba doce días de líder, la maglia rosa. Coppi ganó así su quinto Giro y el Stelvio se convirtió por derecho propio en un puerto de leyenda en el ciclismo



El viaje
El jueves volé desde Bilbao a Milán y desde allí, en coche, fui hacia Bormio para subir el Stelvio por esa vertiente y bajar después al pueblo de Stelvio, donde tenía mi hotel.
La vertiente oeste, desde Bormio, me pareció también espectacular. No la conocía, pues cuando estuve en el Stelvio en 2012, solo vi la vertiente este, desde Prato allo Stelvio, ya que la subí en coche y en bicicleta.
Arriba, antes de bajar al hotel, estuve un rato sacando unas fotos y comiendo un bocadillo de salchicha con una cerveza, algo que es casi obligatorio hacer en este puerto. Luego, ya descendí al hotel y cené antes de ir a dormir.
El viernes por la mañana me levanté temprano, corrí unos 5 kilómetros y luego desayuné para ir después a hacer una excursión con el coche. Subí de nuevo el puerto y bajé un poco por la otra vertiente. También estuve un rato por la cima del Umbrail Pass, un puerto que termina a un kilómetro de la cima del Stelvio por la vertiente de Bormio y que es frontera con Suiza. Había pensado ir hasta el Paso del Gavia, otro puerto mítico que empieza en Bormio, pero aunque en kilómetros no era una excursión muy larga, en tiempo sí, pues son carreteras en las que no puedes ir rápido por el trazado y por el numeroso tráfico de coches, motos y ciclistas, y no tenía ganas de meterme varias horas de coche. Así que, comí de nuevo en el puerto y bajé a Prato a recoger el dorsal.
Por la tarde, descansé algo en el hotel y luego fui al pueblo de Solda, cerca de Stelvio, a ver el Museo de la Montaña de Reinhold Messner (primer alpinista en lograr los catorce ochomiles), que tiene varios museos de este tipo repartidos por el Tirol del Sur, su tierra. La verdad es que me decepcionó un poco.
Luego cené en el hotel, dejé todo preparado para el gran día y a dormir, pues tenía que madrugar.






La carrera
Para las siete de la mañana ya estaba en Prato. Aparqué bien el coche, tomé las últimas decisiones sobre qué ropa ponerme, dejé la bolsa en el guardarropa (nos la entregaban luego en la meta) y me acerqué a la salida a esperar a las ocho de la mañana.
El día era estupendo, como habían sido el jueves y el viernes. En Prato no hacía nada de frío a esa hora y en la meta se esperaba sol y unos 13 ºC. Al final decidí salir con mi camiseta técnica de Salomon (que evacua muy bien el sudor y puedes jugar con la cremallera para regular la sensación térmica), una gorra, y en la cintura me colgué unos manguitos y unos guantes porque pensaba que en la parte final de la carrera, a partir de los 2.300 metros de altitud, igual iba a tener algo de frío, aunque al final no los llegué a necesitar.
Llevé mis nuevas zapas Saucony Xodus ISO 2, y la verdad es que la sensación de comodidad que me dieron todo el día fue increíble. Curiosamente, había bastantes corredores con zapatillas de asfalto. Para la primera parte de la carrera y la última estaban bien, pero no creo que eran lo más adecuado para la parte montañosa de la carrera.
La salida se retrasó casi un cuarto de hora, hasta que llegó el helicóptero que iba a grabar unas imágenes. De mientras, el ambiente era muy bueno bajo los sones del Highway to Hell, de AC&DC y los comentarios en italiano y alemán de los speakers. Por cierto, uno de ellos al ver mi nombre en el dorsal me preguntó a ver de dónde era y como le pareció algo exótico me presentó al público por la megafonía. Así que, con un aplauso del respetable, me animé aún más de lo que ya estaba.
En la salida del maratón éramos unos 350 participantes, casi todos de Italia, Suiza y Alemania. Yo era el único de España. El año pasado, en la primera edición, no hubo ningún español. Entre todas las distancias fuimos al final 640 finishers.
Por fin se dio la salida. Los primeros 15,5 kilómetros son casi llanos por zonas de asfalto y pistas fáciles. Como la carrera iba a ser larga (mis expectativas eran terminarla en unas 6:30 horas), seguí la estrategia de correr esa primera parte a ritmo cómodo, en mi zona de Regeneración Activa (RA). Para ello, además del pulso y las sensaciones, mi plan era hacer caso del potenciómetro y no pasar de 200 vatios. Y además, empecé a tomar geles y a comer algo, desde el primer avituallamiento (kilómetro 5). En una carrera larga, los grandes desfallecimientos del final se gestan en los primeros tramos. Si no empiezas a comer desde el principio estás comprando muchos boletos para tener una pájara al final. Además, en este caso, al ser llana la primera parte, es muy fácil querer correr rápido para compensar el tiempo que vas a perder luego y eso es un arma de doble filo que te va a cortar sí o sí.
Con todo esto, llegué al comienzo del terreno cuesta arriba en el tiempo esperado, hora y media para esos 15,5 kilómetros. Todo me marchaba según lo previsto. Iba muy bien y empecé la primera cuesta con confianza.
Ya abandonábamos el asfalto, y por senderos y caminos rurales íbamos ganando altitud. Donde podía, corría, pero la mayor parte del tiempo iba caminando rápido. Antes de llegar al Medio Maratón, en la localidad de Stelvio, había una zona muy bonita y cómoda para correr por senderos estrechos. Allí fui en un pequeño grupo en fila de a uno y parecía que estábamos jugando a hacer lo que hace el primero: si él corría, corríamos; si caminaba, caminábamos; si saltaba una piedra, la saltábamos; si bordeaba otra, la bordeábamos;… Y así, llegué al Medio Maratón en 2:35. En el pueblo había mucha animación. Al pasar junto a mi hotel estaba todo el personal animándonos con ahínco.
Desde el kilómetro 22 al kilómetro 32 venía la parte más dura de la carrera, pues eran diez kilómetros todo el rato subiendo con pendiente considerable y, además, con unos tramos finales de ascensión por una zona de alta montaña por rocas y senderos estrechos. Eso sí, los paisajes eran maravillosos, aunque para apreciarlos bien había que detenerse, porque al correr o caminar había que mirar bien dónde poner los pies, pues en algunos tramos un tropezón podía suponer una caída peligrosa por la ladera del monte.
Ya iba mentalizado a que esos 10 kilómetros me iban a llevar unas dos horas, como así fue. Por lo tanto, no quedaba otra opción que ir avanzando a un ritmo constante, sin detenerme mucho y dejando pasar los kilómetros y minutos lo mejor posible.
En cada avituallamiento, como en toda la carrera, aprovechaba para comer algo, tomar algún gel y beber. Además, en ellos también había platos con sal, con lo que bastaba con poner el dedo sudoroso y chuparlo para ingerir la sal necesaria para mantener el cuerpo a tono.
Por fin llegué al kilómetro 32. Desde allí había tres kilómetros entre algo de llano y bajada por bonitos senderos hasta llegar en el kilómetro 35 a una de las curvas de la carretera (la tornante nº 25, pues están numeradas desde la nº 48 hasta la nº 1, la que da paso a la cima) y empezar la parte final por la zona más espectacular de este puerto.
Mi intención inicial era correr en este tramo de la carrera por el puerto, como había hecho entrenando en los puertos de Orduña, Urkiola y en el Tourmalet. Pero enseguida vi que por la altitud y el cansancio normal de las más de cinco horas de carrera que llevaba ya, me iba a tener que conformar con caminar rápido.
La verdad es que, en los pocos tramos que corrí veía que la velocidad no aumentaba mucho y sí lo hacía la sensación de fatiga. Así que puse un ritmo fuerte de caminar y tiré para arriba.
Finalmente coroné el puerto y corrí los doscientos metros más que había que subir hasta donde habían puesto la meta. Mi tiempo oficial fue de 6:41:05. Muy satisfecho y muy entero. Las piernas las tenía estupendas y tampoco tenía una gran sensación de fatiga. Es lo que tienen las carreras de montaña en las que hay tantas zonas en las que caminas en vez de correr.
En la meta nos entregaban la medalla y la camiseta de finisher. Además, el speaker de la mañana me entrevistó un poco para que le contara mis sensaciones y para preguntarme si sería capaz de correr cinco kilómetros más, je, je. ¡Qué cachondo!
Luego cogí la bolsa con mis cosas, me saqué unas fotos y fui a uno de los hoteles donde podíamos ducharnos. Tras la ducha, comí un bocadillo de salchicha, bebí una cerveza y fui a la cola para coger el autobús que nos bajaba por el Umbrail Pass, por Suiza, hasta Prato de nuevo.
La organización me pareció excelente y toda la carrera en sí me encantó. Sobre todo con este magnífico tiempo que nos hizo.
Llegué al hotel a las siete de la tarde, me duché de nuevo y descansé un poco antes de tomarme una cerveza y cenar con tranquilidad.
El domingo viajé a Milán por Bolzano y paré junto al Lago di Garda a comer para despedirme de Italia, un país precioso.
En resumen. Un viaje fantástico, una carrera excelente con sensaciones inmejorables y una muesca más a mi historial de retos deportivos.
¿He encontrado la belleza? Sí, por supuesto. Siempre se encuentra la belleza, si la buscas. Aunque aquí, en el Stelvio, ella misma te sale al paso.
Con este llevo veintidós maratones (más el ultra de Suiza del año pasado). Aunque prefiero decir que llevo veintiún maratones de asfalto y uno de montaña, pues, aunque la distancia es la misma, el tipo de esfuerzo y exigencia es diferente. En un maratón de asfalto vas todo el rato trabajando duro a nivel cardiaco. En cambio, en un maratón de montaña, como en este caso, donde caminas mucho rato, el gasto cardiaco y muscular no es tan exigente, aunque, por otra parte, son más horas de esfuerzo.


Mis datos del STELVIO MARATHON:

Tiempo final: 6:41:05
Tiempo sin paradas: 6:04:34 (buena parte de las paradas fueron para hacer fotos y vídeos que iba enviando a mi familia y a mi equipo Beer Runners Bilbao).
Media sin paradas: ritmo 8:30 min/kilómetro; Potencia 162 w; Pulso 132 ppm.

Puesto intermedio en el Medio Maratón: 252º de 313, 30º en mi categoría (de 39).
Puesto intermedio en el kilómetro 35: 226º de 313, 25º en mi categoría (de 39).
Puesto final: 211º de 313, 21º en mi categoría (de 39).

Como veis, fui mejorando puestos todo el rato. Es lo que tiene conocerse bien y saber regular en estas carreras tan largas.

Tiempos parciales:
De kilómetro 0 a kilómetro 15,4 (parte llana): 1:30:06, potencia media 198 w, pulso medio 132 ppm, a 5:51 min/kilómetro; cadencia media 180.
De kilómetro 0 a Medio maratón: 2:35:19, a 7:23 min/kilómetro
De kilómetro 21 a kilómetro 35: 2:56:42, a 12:37 min/kilómetro
De kilómetro 35 a meta (subida asfalto final): 1:09:15, a 9:37 min/kilómetro, potencia media 148 w, pulso medio 130 ppm, cadencia media 128. Cuando corría un poco en la parte final tenía picos de unos 220 w a casi 140 ppm.

Si os fijáis en el pulso, en los primeros 15 kilómetros corriendo tengo unas pulsaciones medias de 132 ppm, y en la parte final de asfalto caminando rápido, el pulso medio es de 130 ppm. Aunque fui andando, el esfuerzo era similar al de correr en llano.

 























































domingo, 10 de junio de 2018

Pioneras del maratón

Si alguien pregunta a los participantes de cualquier maratón quién fue la primera mujer en correr esta distancia, estoy seguro de que la respuesta mayoritaria sería Kathrine Switzer.
Kathrine "Kathy" Switzer corrió en 1967 el maratón de Boston, el maratón más antiguo del mundo, con el dorsal 261. Hoy, ese número es todo un símbolo de la incorporación de la mujer al deporte.
El podio de las primeras maratonianas.

Pero Kathrine Switzer no fue la primera mujer en correr un maratón. Fue la primera en correrlo con un dorsal. Hay que decir que en aquellos años las mujeres tenían prohibido correr maratones y otras pruebas deportivas ya que se consideraba perjudicial para su salud.
En 1966 y en los dos años siguientes Roberta "Bobbi" Gibb corrió el Maratón de Boston. Como no se podía inscribir oficialmente, ella se escondía bajo la capucha de su sudadera cerca de la salida y cuando empezaba la carrera se metía en el grupo y corría de incógnito. Es probable que algunos comisarios la vieran, pero al no llevar dorsal no les importaría su presencia.
En 1967, como he dicho, Kathrine Virginia Switzer (que era su nombre completo) sí tenía dorsal. Como las inscripciones se hacían a través de los clubes de atletismo, Kathrine se inscribió poniendo solo las iniciales de su nombre, K. V. Switzer, y tomó la salida junto a su novio, Tom Miller, y otros compañeros de su equipo Syrecuse Harriers. Tras unos kilómetros, uno de los comisarios, Jock Semple, la vio y se abalanzó como un loco sobre ella para echarla de la prueba gritando “Sal de mi maldita carrera y devuélveme ese dorsal”.
Por suerte para Kathrine Switzer, entre su novio y sus compañeros se quitaron al comisario de encima y pudieron seguir corriendo hasta la meta, donde Kathrine terminó con un tiempo de 4:20. Hay que decir que por delante de ella, con un tiempo de 3:27:17, había entrado Roberta Gibb.
El momento en el que Jock Semple agarró a Kathrine Switzer para echarla de la carrera fue inmortalizado por los fotógrafos que iban en un camión abierto preparado para llevar a los periodistas que cubrían la competición, y esas fotos son hoy en día todo un símbolo y un icono de la lucha de las mujeres por sus derechos.
Gracias a Kathrine Switzer y a Roberta Gibb, desde 1972 se autorizó la inscripción de mujeres en Boston y en otros maratones… de asfalto.
Sí. De asfalto.
Hace unos días he terminado de leer un bonito libro de maratones y carreras extremas por el mundo. Se trata de En busca de las carreras extremas. La ruta hacia el Grand Slam Marathon, muy bien escrito por Jorge González de Matauco y publicado en 2014 por la editorial Desnivel. En este libro, en el capítulo dedicado al Pikes Peak Marathon, un maratón de montaña que se celebra en Colorado (EE.UU.) desde el año 1956, se nos explica cómo, ya en 1959, Arlene Pieper, una mujer de la zona, completó este maratón en 9 horas y 16 minutos, convirtiéndose, por tanto, en la primera mujer en terminar oficialmente un maratón en los EE.UU. (no he encontrado el dato de si alguna mujer lo hizo antes en algún otro lugar del mundo). El año anterior Arlene también participó en la carrera, pero solo completo la primera mitad, la que asciende a la cima del Pikes Peak (4.302 m).
Así pues. Ya sabemos que en el podio de las primeras mujeres, que se sepa, que terminaron un maratón tenemos, por orden de llegada a Arlene Pieper, Roberta Gibb y a la más conocida Kathrine Switzer.

lunes, 4 de junio de 2018

Running up the Tourmalet

A dos semanas de mi cita en Italia con el Maratón del Stelvio, este fin de semana pasado me he acercado a los Pirineos, al Col del Tourmalet, para hacer un último entrenamiento en cuesta y para presenciar, como hice en 2014, la colocación de la estatua del Gigante del Tourmalet, esa bajo la cual se fotografían miles de cicloturistas cada verano en uno de los escenarios más míticos del ciclismo.

Antes de la última curva en el Tourmalet, por la vertiente de Luz.

Esta escultura forma parte de la obra “La Grande Boucle” que está erigida en el Área de Servicio “Les Pyrénées”, en el km 129 de la autopista Bayona Toulouse, cerca de Pau.

"La Grande Boucle".

Esta obra de arte es un homenaje al paso del Tour de Francia por los Pirineos y a los héroes que han escrito su leyenda. A su alrededor hay una serie de murales que van mostrando diversas hazañas de los ciclistas del Tour en esta cordillera. La escultura “El Gigante del Tourmalet” (la de la cima del puerto) es la novena figura de ciclista que complementa esta obra del francés Jean-Bernard Métais.
La traducción del texto íntegro de la placa que hay en la cima del Tourmalet junto a la escultura dice: “El Gigante del Tourmalet. 9º personaje de la obra monumental ‘La Grande Boucle’ realizada por el escultor Jean-Bernard Métais, en el Área de los Pirineos (A 64). Esta escultura conmemora el primer paso del Tour de Francia por el Col del Tourmalet en 1910. Con el Tourmalet (2 115 m), el Tour entró en una nueva era: ‘la Alta Montaña’ donde se han escrito las más gloriosas páginas de su historia. El 21 de julio de 1910, Octave Lapize fue el primer corredor del Tour de Francia en franquear el Col del Tourmalet. Él gana la etapa Luchón Bayona (326 km) en 14h 10m. El Gigante del Tourmalet es el homenaje de los Altos Pirineos a los Gigantes de la Ruta, para que viva la leyenda del Tour de Francia”.
Junto a esta placa, hay otra en la que se menciona al ganador de la etapa Luchón-Bayona del 21 de julio de 1910, Octave Lapize, ya que mucha gente llama "Octave" al gigante. Lapize, como he dicho, ganó aquella etapa mítica, ya que fue la primera vez que el Tour de Francia programaba una etapa de alta montaña. Además, Octave Lapize fue el ganador final de aquel Tour. Aunque también pasó a la historia del ciclismo ese mismo día otro corredor, Gustave Garrigou, ya que él fue el único ciclista que logró coronar el Tourmalet sin echar pie a tierra.
Cuando pusieron la estatua por primera vez, en 1999, pensaron dejarla allí todo el año, pero luego decidieron que en invierno era mejor guardarla. Por lo tanto, cada primer sábado de junio se organiza un festejo cicloturista alrededor de la subida de la estatua al puerto. Luego, en septiembre o en octubre, se la vuelva a bajar a su cuartel de invierno, en el hotel de Bagnères-de-Bigorre en el que el campeón francés, Laurent Fignon, fallecido en 2010, tenía su centro de entrenamiento para ciclistas.
Como homenaje a Fignon, desde 1910 hay un tramo de la carretera vieja del puerto que está cerrado al tráfico y solo es posible subirlo en bicicleta (o corriendo, je, je).

Corriendo por un puerto de leyenda
Ya en 2015 cumplí el sueño de subir el Tourmalet corriendo. Este año no era mi intención subirlo entero corriendo. Mi plan era subir solo la mitad.
Llegamos el viernes por la tarde y tras dejar las cosas en el hotel de Luz-Saint-Sauveur, subimos al puerto a última hora de la tarde. Estaba muy solitario y espectacular.
El sábado, mientras mi hijo subía en bici el puerto, yo subí con el coche y luego bajé corriendo hasta el cruce de la Vía Fignon por donde subí de nuevo hasta la cima. En total me salieron 17 km en unas dos horas, sin contar las paradas para las fotos. Después, disfrutamos del festejo de la cima en un ambiente muy bonito.
Por la tarde, bajo la tormenta, hicimos una pequeña excursión en coche por Cauterets y Pont d'Espagne.
El domingo por la mañana, con buen tiempo, fuimos a Gavarnie y allí hice un pequeño entrenamiento de trail de 8 km hasta la cascada del Circo de Gavarnie, un lugar espectacular que nunca me canso de visitar.
En fin. Como podéis ver en las fotos, ha sido un fin de semana genial. Ahora me toca descansar las dos semanas que me restan para llegar lo mejor posible al Stelvio, otro puerto que ya subí en bicicleta en 2012 y que es una de las carreteras más bonitas del mundo.


El Tourmalet, solitario el viernes al atardecer.


Por muchas veces que haya estado aquí arriba, siempre me sorprende.


El sábado por la mañana, antes del festejo y antes de empezar a correr cuesta abajo.

Y mientras yo bajaba, mi hijo Alex subía.


El gigante, llegando a su lugar de veraneo.

A punto para ser colocado en su sitio.

Una foto más con el gigante.

La placa de la derecha es la que explica el porqué de esta estatua. La de la izquierda, más reciente, rinde homenaje a Octave Lapize, ganador del Tour 2010 y de esa primera etapa de alta montaña.

Subir el puerto corriendo te permite apreciar detalles que en bici no ves, como esta pequeña cascada.

La curva del jardín botánico, en la Vía Fignon.



Detalles del restaurante de la cima.



Arroyo en Gavarnie.

Llegando al pueblo de Gavarnie.

Desde el pueblo hay un bonito recorrido de 4,5 km hasta la cascada.



Detalle de un reloj de sol en Gavarnie, casi en el Meridiano de Greenwich.







Fotón de Alex.