domingo, 27 de marzo de 2016

Nacidos para correr… maratones

Seguro que muchos de vosotros habréis leído el libro de Christopher McDougall Nacidos para correr: La historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia. La verdad es que es un libro estupendo, se deja leer con mucho interés, se aprenden muchas cosas sobre correr y, además, mantiene la intriga de saber qué pasó con la carrera de la que habla el libro, un ultra trail semiclandestino en las Barrancas del Cobre, en unas perdidas montañas de México, entre algunos de los mejores corredores de ultras de los EE.UU. y unos indios rarámuris, como se llaman a sí mismos los tarahumara, considerados los mejores corredores de resistencia del mundo.
No voy a comentar aquí el libro de McDougall. Lo que sí quiero traer a este blog es uno de los temas que se comentan en el libro (y que da título al mismo), que no es otro sino el del hecho científico de que el cuerpo del ser humano (del Homo sapiens) está diseñado para correr largas distancias, tanto si eres un rarámuri como si eres un urbanita occidental.
La verdad es que al leer el libro, y otro también muy interesante sobre este tema de correr (Por qué corremos: Las causas científicas del furor de las maratones. Ambrosio, D. y V. Losada), me ha llamado mucho la atención esta teoría de que todos nosotros somos descendientes de humanos que sobrevivieron y se reprodujeron con éxito durante cientos de miles de años gracias a la capacidad de correr largas distancias.
Siempre hemos pensado que nuestros antepasados abandonaron los árboles y se expandieron por la sabana africana cazando con sus rudimentarias armas y desarrollando una inteligencia superior que nos convirtió en la especie de más éxito de la Tierra.
Pero, como bien nos explica en el libro el profesor de Ciencias Biológicas en Harvard (y corredor), Daniel E. Lieberman: “El arco y la flecha tienen veinte mil años de antigüedad. La punta de lanza tiene doscientos mil años. Pero el Homo erectus tiene unos dos millones de años. Lo que significa que durante la mayor parte de nuestra existencia —casi dos millones de años— los homínidos conseguimos carne con nuestras propias manos”. Y como explica Lieberman, hace dos millones de años, el Australopithecus con aspecto de mono evolucionó en el Homo erectus, nuestro antepasado delgado, de piernas largas, con cabeza grande y dientes pequeños y desgarradores (ideales para comer carne cruda), gracias a que podía conseguir un suministro de carne constante. Y puesto que no tenían las armas y las herramientas que Sapiens ideó mucho más tarde, Homo erectus tenía que conseguirla con sus manos y con su cuerpo de corredor, y usando la técnica de la “caza por persistencia” lograba abatir grandes piezas de animales herbívoros de su entorno.
La caza por persistencia, es, por consiguiente, lo que hizo que nuestros antepasados pudieran disponer de la carne necesaria para que sus cerebros evolucionaran dando lugar, más tarde, a nuestra especie, el Homo Sapiens.
¿Y en qué se basa la caza por persistencia? Pues en correr un maratón. Bueno, no exactamente un maratón, pero más o menos es eso.
La lectura del libro nos muestra cómo nuestro cuerpo, desde Homo erectus en adelante, se fue adaptando para correr largas distancias. La mayoría de los mamíferos que corren son capaces de correr más rápido que nosotros. Nosotros corremos más lento, sí, pero nosotros somos capaces de correr más lento durante mucho más tiempo. Y eso consiguió que los grupos de homínidos podían perseguir a un grupo de ciervos hasta que uno de los ciervos caía muerto por agotamiento. Luego solo tenían que recoger la carne y alejarse de allí antes de que un león viniera a robarles la comida (o a comerles a ellos).
Leemos también que un grupo de investigadores de las universidades de Utah y Harvard liderados por el doctor Dennis Bramble encontró hasta veintiséis adaptaciones de nuestro cuerpo para correr largas distancias. Este estudio (Bramble, D.M, & Lieberman, D.E. 2004. Endurance running and the evolution of Homo. Nature, 432, 345-352) fue portada en la revista “Nature” (que es como ser campeón del mundo de Maratón para un científico, como bien insinúan Ambrosio y Losada).
Por ejemplo, somos los únicos mamíferos que disipan el calor corporal principalmente mediante el sudor, lo que nos permite correr sin que el cuerpo se recaliente. En cambio los demás mamíferos cuando alcanzan una temperatura corporal determinada o se detienen o mueren colapsados.
Otra adaptación es que nosotros podemos elegir el ritmo de la respiración al correr, mientras que los cuadrúpedos solo pueden respirar una vez por cada zancada que dan.
Portada de la revista "Nature" con el artículo citado.

También los científicos han encontrado tendones como el de Aquiles o el ligamento de la nuca que solo sirven para poder correr con eficacia y mantener la cabeza estable. Igual pasa con nuestros glúteos grandes y fuertes, que solo sirven para correr. Los chimpancés, nuestros parientes vivos más cercanos, no tienen estas equipaciones.
Con todas estas adaptaciones, nuestros antepasados (y nosotros si entrenáramos) podían perseguir a sus presas hasta que éstas se derrumbaban agotadas. Por supuesto un ciervo, o una gacela corren más rápido, pero al de un tiempo deben parar. Y ahí estaban los homo corredores, siguiéndoles más despacio, pero sin pausa, sin dejarles descansar, hasta que el animal no podía más y se desplomaba. En el libro se explica cómo hoy en día algunos bosquimanos que aún viven a la manera tradicional practican de vez en cuando la caza por persistencia. Y no solo los bosquimanos, hay otras tribus en muchas partes del mundo que lo hacen, o lo han hecho hasta hace poco, según testimonios de las tribus goshutes y papago en el oeste de los Estados Unidos, de los indígenas de Australia, de los guerreros masai en Kenia, de los indios seri y tarahumara en México, entre otros.
¿Y cuánto tiempo se necesita para cazar así a un animal? Pues entre tres y cinco horas, nos explica el libro. Y, oh casualidad, ése es el tiempo que la mayoría de las personas empleamos para terminar un maratón.
Otra curiosidad que se menciona en el libro es que los neanderthales, nuestros parientes más cercanos (pero ya extintos) no pudieron competir con nosotros cuando en Europa se dulcificó el clima y los bosques dejaron paso a las praderas. Entonces correr fue una ventaja que ellos, muy corpulentos, no tenían pero nosotros, los sapiens, sí.
Otro dato que me ha llamado la atención del libro de McDougall (y que también se menciona en el de Ambrosio y Losada), es que el ser humano no solo es bueno corriendo largas distancias, sino que lo es durante gran parte de su vida.
El doctor Bramble, biólogo que colabora con Lieberman, comenta que en 2004 compararon los tiempos de llegada de los participantes del Maratón de Nueva York por grupos de edad y encontraron que “a partir de los diecinueve años, los corredores van ganando velocidad año a año, hasta que alcanzan su pico a los veintisiete. Después de los veintisiete, empiezan a decaer. Así que la cuestión es, ¿a qué edad alcanza uno la velocidad que tenía a los diecinueve nuevamente?". La sorprendente respuesta es que eso ocurre a los ¡64 años!
También hay otro estudio que analizó las marcas del Maratón de Nueva York entre 1980 y 2010 y que concluyó que los más viejos fueron los que más mejoría tuvieron: “Los tiempos de los corredores se redujeron significativamente en los varones mayores de 64 años y en las mujeres mayores de 44”.
Se cita en el libro de McDougall, en relación a esto, al “Demonio de Dipsea”, Jack Kirk (1906-2007), un corredor americano que terminó 68 veces la carrera de trail running más antigua de EE.UU., la “Dipsea trail race” (que ganó en dos ocasiones) y que dijo: “Uno no deja de correr porque se hace viejo, uno se hace viejo porque deja de correr”. Creo que tenía razón este hombre que terminó su última Dipsea con ¡96 años!

Bueno. Leyendo estos libros, además de terminar con ganas de salir a correr un ultra maratón, comprendemos mejor por qué nos gusta tanto correr. Está en nuestro ADN, y no es una frase hecha, es algo literal.

Pero hay algo más en correr larga distancia que lo hace tan atractivo y es la sensación de libertad que nos ofrece. Esto nos lo explica mejor que cualquier estudio científico Colin Smith, el joven delincuente protagonista de La soledad del corredor de fondo (magnífica narración de Alan Sillitoe): “Es estupendo ser corredor de fondo, encontrarse solo en el mundo sin un alma que te ponga de mala leche o te diga lo que tienes que hacer”.


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