jueves, 16 de septiembre de 2021

Jungfrau Marathon. Corriendo hacia la cara norte.

El Maratón del Jungfrau, que este año celebraba su 28ª edición, es “el más bello maratón del mundo”, según se presenta en su página web. No sé si es una exageración, seguramente sí, pero desde luego que está entre los más bonitos. De los que he corrido yo, quizás el Maratón del Stelvio le supera en belleza, pero no por mucho. Correr rodeado de altas montañas es siempre una garantía de paisajes espectaculares, y aquí corremos a los pies del Eiger (3.970 m), del Monch (4.099 m) y del Jungfrau (4.158 m), así que belleza y altitud tenemos de sobra.

Último kilómetro, justo antes de la última rampa dura. (Foto de Alex @naturasphoto_)

El macizo lleva el nombre del Jungfrau (que significa “doncella”) por ser la cima más alta, aunque la mayor fama la tiene el Eiger debido a su famosa cara norte, un mito de la escalada que se ascendió por primera vez en 1938 por una cordada austriaca-alemana. En 2015, el alpinista, tristemente fallecido en el Nuptse (Nepal), Ueli Steck, batió un récord al subir la cara norte en 2 horas, 22 minutos y 50 segundos.

Eiger, Monch y Jungfrau (foto Wikipedia). La gran pared de la izquierda es la norte del Eiger.

Como curiosidad, el mayor glaciar de Europa, el Aletsch, está en la parte sur del macizo, por lo que no se ve en esta carrera. Sí que vemos (si las nubes no lo impiden) el glaciar, mucho más pequeño, que cuelga de la cara norte del Jungfrau.

La cima del Jungfrau se ascendió por primera vez en 1811. Las dificultades para llegar allí fueron inmensas y no tenían el acceso en tren que hay ahora hasta el collado del Jungfraujoch, a 3.454 m, donde hay tiendas caras y restaurante panorámico. Eso sí, para llegar allí la dificultad es la del bolsillo, ya que el billete ida y vuelta cuesta unos 200 euros, y eso sin gastar nada arriba.

La salida del maratón se da en Interlaken que, como su nombre indica, es una localidad muy bonita con casas antiguas de madera situada entre dos lagos, el lago Thun y el lago Brienz, que están unidos por el río Aar, el que sale en muchos crucigramas.

El jueves llegamos allí por la tarde. El viernes hicimos un poco de turismo por Lauterbrunnen y Grindelwald, subimos a la meta por el nuevo teleférico del Eiger Express, y el sábado corrí la carrera.

Vistas desde el Eiger Express.

Todos los pueblitos de la zona son preciosos. En Lauterbrunnen (que significa “aguas ruidosas”) tienes la espectacular cascada de Staubbach, que cae majestuosa junto al pueblo y a la que te puedes acercar por unas escaleras en la pared. Un poco más adelante en el valle, está la impresionante y ruidosa caída de agua de Trümmelbach, la única cascada de origen glacial con acceso subterráneo. Subes en un pequeño ascensor y luego bajas por túneles y pasarelas junto a la cascada atronadora. Estas dos cascadas son las más espectaculares de las 72 que hay en el valle.

Toda Suiza es preciosa, aunque todo es muy caro.

Una foto muy suiza en Lauterbrunnen.


Cascada de Staubbach.

Cascada de Trümmelbach.

El maratón

Como maratón veterano (casi 30 ediciones) y en un país como Suiza, no es de extrañar que la organización me pareciera excelente. En un año pandémico, no fue nada complicado el proceso de retirar dorsal, dejar la bolsa, recogerla tras la meta, avituallamientos, etc. Sentido común y hacer caso a los criterios científicos y listo, sin complicaciones.

Lo primero es que, para poder correrlo tenías que estar vacunado. Partiendo de esto, tan solo habían tomado unas medidas de sentido común. Sin Expo el día previo, la recogida de dorsales se hacía el mismo día de la carrera. Como nos habían dividido a los más de 4.000 inscritos en 7 grupos diferentes, cada uno con su horario de recogida de dorsales y salida de la carrera (de más rápidos a más lentos, cada media hora), en ningún momento hubo ninguna aglomeración. Para entrar a la zona de salida, en un aeródromo, tenías que presentar el certificado de vacunación y listo. A partir de ahí, ni siquiera era obligatorio llevar mascarilla, ni siquiera en el recinto cerrado donde cogías el dorsal y dejabas la bolsa para la meta. En Suiza nunca ha sido obligatoria la mascarilla en exterior y de hecho muy poca gente la llevaba. En bares y restaurantes, una vez que te sientas, tampoco es obligatoria.

Poco antes de salir.

Luego, en la carrera los avituallamientos eran abundantes. Había agua, coca-cola, bebida isotónica, plátanos, geles y barritas. Yo, por si acaso, llevé mis geles y mis barritas.

Tras pasar la meta, te ponían la medalla, te daban un bidón, la camiseta de finisher, agua, cerveza y avituallamiento, una manta térmica y una mascarilla porque seguido accedías al teleférico Eiger Express que te bajaba en 15 minutos a Grindelwald, donde recogías tu bolsa y había una pasta party con macarrones. Luego, allí mismo podías bajar en tren (gratis con el dorsal) hasta Interlaken. Todo perfecto. Mascarilla obligatoria solo en el transporte público.

Ya podían tomar nota otras organizaciones, que se complican la vida con geles de limpieza de manos que no sirven para nada, toma de temperatura, salidas complicadas separando a la gente con marcas en el suelo cuando se van a juntar nada más salir, palillos para coger la fruta del avituallamiento, obligar a entrar en el avituallamiento con la mascarilla puesta para seguido bajártela porque has entrado allí a comer y a beber,… En fin, un montón de medidas de eficacia muy dudosa que se hacen más de cara a la imagen o para tener el permiso que buscando una utilidad.


Bueno, voy con mi carrera.

Como tampoco había llegado a esta carrera demasiado preparado (no era mi objetivo principal, ese es la carrera de 50k de Washington, si puedo viajar a EE.UU.), mi plan era correr lo más despacio posible hasta el km 25, la parte llana, para luego caminar rápido en la segunda parte de dura subida. Aunque visto el perfil de este tipo de carreras parezcan mucho más difíciles que un maratón llano, la verdad es que como las cuestas las haces caminando rápido, resulta menos cansado que correr, aunque sea despacio. Los vatios subiendo andando fuerte son menos que corriendo en llano suave, y el pulso sube menos que si corres. En este maratón mis pulsaciones medias han sido de 129 ppm y el máximo de 145 ppm.

Perfil de la carrera.

Salí bien, con una buena temperatura y un tiempo estable. A esas horas había unos 18ºC, pero en la meta se esperaban solo unos 8ºC. Por suerte no hacía viento y solo estaba anunciado que se iría cubriendo el cielo a partir del mediodía, como así fue, ya que incluso cayó alguna gota en mi parte final.


Primeros kilómetros.

Empecé a correr despacio y desde la primera cuesta (que las había) decidí caminar en las subidas para ahorrar el máximo. Primero teníamos una vuelta de unos 5 km junto al lago Brienz, para volver a pasar cerca de la salida y ya ir remontando suave el valle hasta Lauterbrunnen y Trümmelbach, desde donde se regresaba a Lauterbrunnen para iniciar la dura subida hacia Wengen y la meta, que está a 2.320 m. El recorrido de esta parte baja es bonito, pero la grandiosidad del maratón viene después, a medida que ganas altitud.

Al paso por Lauterbrunnen había bastante público porque hasta allí se va en un tren para luego coger otro que sube hasta casi la meta, por lo que es un sitio ideal para que los acompañantes te vean pasar por primera vez. Allí saludé a mi mujer y mi hijo por primera vez, ya que estaban viendo la carrera con paciencia.



Ambiente en Lauterbrunnen.

Ya llegando a Lauterbrunnen tuve que empezar a alternar el caminar con el correr, ya que me encontraba algo cansado y quería llegar entero a la subida. En ese tramo procuré comer bastante por si acaso. El terreno no era duro, pero tampoco era muy llano, y se notaba.

Por fin, llegué al km 26,6 tras poco más de 3 horas de carrera y empecé la primera parte de la subida. Hasta ahí, en la parte llana de la carrera, hice el puesto 2.269 de 2420 hombres. Me lo tomé con calma, como veis.

La cuesta empezaba en asfalto con mucha pendiente, para luego seguir por una pista que subía en zigzag ganando altura muy rápido. Aparte de la cuesta, el terreno de casi todo el maratón era fácil. Solo en los dos últimos kilómetros teníamos verdadero sendero de monte, pero nada técnico.

Esta primera rampa dura consistía en dos kilómetros a una media de casi el 26%. Una pared. Luego ya suavizaba bastante y al paso de Wengen incluso había varias bajadas.

Al de poco de empezar ese muro, en el km 26,5, habían puesto un arco en forma de muro. En otros maratones el “muro” lo encuentras hacia el km 35, pero aquí, por el perfil, se ve que lo habían adelantado, je, je. Por cierto, las vistas desde ahí hacia el valle eran una pasada.

El "muro".

Vistas sobre el valle.


Tras dejar atrás Wengen, venían unos 11 km en los que no había desniveles tan fuertes. Casi todo eran por pista fácil, y ya se veían las montañas imponentes. Allí me encontré bastante bien. Se nota que este año he subido más al monte que otros años y no me estaba costando mantener un ritmo de caminar rápido cuesta arriba. De hecho, en la parte de subida de toda la carrera, desde el km 26 a meta, hice el puesto 1.525, así que pasé a mucha gente subiendo.

Vistas del Jungfrau tras pasar por Wengen.

Y vista de la cara norte del Monch entre las nubes.

En el km 39 la pendiente volvía a ser muy fuerte. Del 39,5 al 41,2 se subían 333 m en 1,7 km al 26,2% por sendero de montaña, luego había una pequeña bajada y del 41,8 a meta se subían 120 m en 0,6 km al 20% por pista. Así que, como veis, el final era muy duro.

Por suerte, para darme ánimos, poco antes de la meta estaban otra vez mi mujer y mi hijo, esperando casi dos horas a mi paso por allí.

Ya cerca de las alturas.

Una de las zonas duras.

Pero siempre hay tiempo para sonreír.

Mi intención era haber hecho la carrera en menos de 6 horas, pero al final me fui a las 6:24. Bueno, muy satisfecho.

Arriba paré el reloj, recuperé el aliento, me saqué unas fotos, bebí una cerveza, me cambié de camiseta y me puse el chubasquero. Por si acaso, había llevado en la cintura el chubasquero y una camiseta térmica en el bolsillo, que me vinieron de perlas allí arriba, a 8ºC y con una buena sudada encima.

Feliz en una nueva meta maratoniana por trigésimo primera vez.

Una nueva medalla.

Por cierto, para la carrera llevé un maillot de ciclismo de lana merino (de la marca La Passione) que he comprado este mes y que resultó ser un acierto. Tiene cremallera entera, para poder regular la temperatura, y aunque llegué arriba empapado de sudor, todo el rato tuve una sensación muy agradable en el cuerpo.

Luego, como he dicho antes, bajé en el Eiger Express hasta Grindelwald, donde cogí la mochila y me cambié de ropa, comí unos macarrones con otra cerveza y bajé en tren a Interlaken.

Un día perfecto para un maratón precioso.

Un íbice sobre la nieve sucia.

Últimas vistas hacia el Jungfrau desde el hotel. (Foto de Alex @naturasphoto_)

Datos:
  • Tiempo: 6:23:47
  • Tiempo en movimiento: 6:08:39
  • Media: 9:03 min/km
  • Media sin paradas: 8:41 min/km
  • Pulso medio de carrera: 129 ppm
  • Pulso medio primeros 26 km (parte llana): 128 ppm
  • Pulso medio últimos 16 km (parte en subida): 130 ppm
  • Potencia media de carrera: 159 w
  • Potencia media primeros 26 km (parte llana): 179 w
  • Potencia media últimos 16 km (parte en subida): 140 w
  • Puesto (Hombres): 1937 de 2.229 finishers (2.420 en la salida)
  • Puesto (Hombre 55-60 años): 217 de 281 finishers (323 en la salida)
  • Tiempo del ganador: 3:05:02 (José David Cardona, Colombia)
  • Tiempo de la ganadora: 3:27:30 (Laura Hottenrott, Alemania)
  • Ascenso total: 2.045 m
  • Descenso total: 333 m
  • Altura mínima (salida): 580 m
  • Altura máxima (meta): 2.320 m
  • Total de participantes: 3.195, con 2.420 hombres y 680 mujeres (24,2%). Retirados el 9%.
  • 11 españoles (entre ellos una mujer)
Aunque es un maratón de montaña, casi todo el terreno es por asfalto o pistas fáciles. Yo llevé zapatillas de trail pero la mayoría de la gente llevó zapas de asfalto. Y aunque suelo correr por el monte siempre con bastones, aquí no los llevé por no cargar con ellos en la primera parte. La verdad es que, aunque los bastones te ayudan mucho en las subidas, no los eché en falta en ningún momento.

Tramo

Desnivel

Mi tiempo

Mi ritmo

Tiempo ganador

Ritmo ganador

0 - 10

104

01:05:15

 

00:36:35

 

10 - 15

107

00:31:17

 

00:17:01

 

15 - 21,1

168

00:52:05

 

00:24:24

 

21,1 – 25,6

24

00:34:27

 

00:14:54

 

25,6 – 30,2

479

00:57:36

12:30 min/km

00:24:37

5:18 min/km

30,2 – 37,9

518

01:26:02

11:12 min/km

00:38:52

5:01 min/km

37,9 - meta

589

00:58:05

13:30 min/km

00:28:40

6:36 min/km



lunes, 26 de julio de 2021

BUTS Vitoria – Pamplona (hasta Urbasa)

El pasado viernes, el día de mi 58º cumpleaños, tomé la salida a las 10 de la noche desde Vitoria en la BUTS Vitoria – Pamplona. La BUTS (Basque Ultra Trail Series) es una serie de carreras de ultra trail que unen las cuatro capitales vasco-navarras en cuatro etapas: Bilbao – Vitoria (108 km), Vitoria – Pamplona (130 km), Pamplona – San Sebastián (120 km) y San Sebastián – Bilbao (140 km). Su intención inicial era la de organizar las cuatro carreras cada año, pero por motivos de la Covid-19, entre otros, ahora solo se hace una carrera por año, y este año tocaba la de Vitoria-Pamplona.

Disfrutando del amanecer.

La verdad es que me inscribí a la carrera un poco de rebote. Desde hace unos años tengo las ganas de hacer algún ultra, a ver qué se siente, je, je. Lo más largo que he hecho por el monte fue cuando hice yo solo mi particular Gorbea Beat the Sun, 82 km en 15 horas y 23 minutos, pero fue todo de día. De noche he hecho tres travesías por el Gorbea, una en solitario y dos en grupo, pero la más larga fue de 52 km. Así que tenía ganas de experimentar una ruta larga que incluyera una noche al menos.

Mi intención era participar en la Hiru Huandiak, un ultra de 101 km en 24 horas en octubre, pero no me tocó dorsal. Luego vi que había plazas en el Gran Raid des Pyrenees, en Francia a finales de agosto, en la carrera larga, de 220 km. Y sin pensarlo mucho me inscribí con la intención de hacer la primera noche y luego seguir hasta donde pudiera, sabiendo que no iba a hacer casi ni la mitad.

Luego vi que había plazas para la BUTS, y me inscribí, por lo que cancelé la inscripción de la carrera francesa. En la BUTS tenía más posibilidades de terminar, y además estoy cerca de casa.

De mientras me llegó un email de la Hiru Haundiak y resulta que tenía una plaza si la quería. Sin mucha convicción, me inscribí, aunque con la Buts en julio ya cumplía con mis ganas de correr un ultra. Además, también se anunció por esas fechas que el Maratón de los Marines de Washington finalmente se iba a organizar en vivo (no solo virtual), y como quiero repetir la carrera de 50 km para sacarme la espina del 2019, cuando la corrí lesionado, pues me inscribí también (aunque con la incertidumbre de si se podrá viajar a EE.UU. a finales de octubre).

En fin. Como veis, un año complicado para cerrar un calendario de carreras coherente. Pero, bueno, estaba inscrito en la BUTS así que por lo menos saldría a la aventura, pero con poca convicción de llegar a la meta, ya que en los últimos dos meses he estado más saliendo en bici que corriendo. Como entrenamiento para la carrera solo he hecho dos o tres salidas a correr por el monte, no demasiado largas, y la travesía nocturna de 52 km que os he comentado. Poca cosa.

El caso es que el viernes 23 de julio, mi cumple, fui al mediodía a Pamplona en un día horrible de calor (38ºC), recogí el dorsal, comí en la pasta party y acudí a la reunión de la carrera, en la que estábamos muy pocos.

Allí nos enteramos de que, por las últimas medidas del Gobierno de Navarra por el Covid-19, se había decretado un toque de queda en Pamplona y otros pueblos entre la 1 y las 6 de la mañana. Por ello, en los controles últimos de la carrera se iba a parar a los participantes que no iban a llegar a la meta antes de la 1 de la mañana, cuando el cierre de control previsto en la meta era a las 7 de la mañana. Nos recortaban en 6 horas el tiempo máximo, con lo que, para mí, ya iba a ser imposible completar todo el recorrido.

La verdad es que a mí no me supuso un gran incordio, ya que no tenía muchas esperanzas, ni ganas, de hacer el recorrido completo. Mi idea de pasar la primera noche y seguir luego hasta donde pudiera llegar en buen estado seguía igual. Pero para muchos participantes fue un mazazo, pues mucha gente tenía una gran ilusión por completar el recorrido y había entrenado duro para ello.

Como ejemplo está el caso de Lexuri Crespo, quien, junto con Amaia Mutilva, Gonzalo Pérez y otros, llevaban meses preparándose para esta carrera y recaudando dinero para Aspanovas Bizkaia - Asociación de Madres y Padres de Menores con Cáncer. Para ellos era una decepción no poder hacer entero el recorrido, aunque iban a luchar por llegar lo más lejos posible.

Con un cambio de tiempo muy brusco, con viento y bajada de temperatura, cogí el autobús que nos iba a llevar a Vitoria. Por el camino hasta llovió un poco. Antes de salir, cené algo en un bar, me preparé y entré al cajón de salida, donde pude saludar además de a Lexuri y Gonzalo, a Belda y a Jose Larra, del Munay.


La carrera

Con puntualidad, empezamos a correr a las 10 de la noche.

Mi idea era la de no correr mucho, pero los primeros 3 km por la ciudad tuve que hacerlos corriendo para no perder al pelotón. Luego ya venía la primera cuesta y empecé a andar rápido. Iba de los últimos, como estaba previsto.

Antes de salir.

En la primera bajada tuve que pararme a atar bien las zapatillas, porque estaban un poco flojas y dos veces se me torció el pie, por suerte sin consecuencias. Ya saqué también los bastones y fui caminando rápido hasta el primer avituallamiento, a donde llegué más rápido que lo previsto. Allí saludé a Amaia Aparicio.

Lexuri corriendo.

Ya me voy quedando atrás.


Luego me uní a otros dos corredores y fuimos los tres juntos hasta alcanzar a otros dos. Los cinco llegamos sin percances al primer control en Okina (km 19). Llevábamos unas tres horas y cuarto, con 45 minutos de adelanto sobre el tiempo de corte. Al salir llegó otro grupo pequeño, así que no íbamos los últimos, (por ahora).

Ahora venía un tramo de 13 km con algunas cuestas bastante empinadas. Íbamos a un ritmo alto. Sin correr, pero sin poder parar ni a mear, porque si no perdías el grupo y por la noche es mejor ir en grupo que solo para evitar los despistes. Además, en muchos lugares la niebla ocultaba las marcas y no te podías relajar.

Llegamos al control de Azazeta (km 32) en un tiempo total desde la salida de unas 6 horas. Seguíamos bien de tiempo. Allí comí algo, rellené los bidones de agua y arrancamos. Venía una subida de salida, y cuando ya llevaba más de medio km de subida me di cuenta de que me había olvidado los bastones en el avituallamiento. Adiós al grupo. Di la vuelta, me crucé con los últimos, cogí los bastones y luego aproveché en el monte a parar un momento para aligerar el vientre, ya que me dolía la tripa.

Cima del Indiagana, ya en solitario.

Ya solo, retomé la marcha a un ritmo más tranquilo. Hasta ahora no había podido apenas disfrutar por no bajar la velocidad. Ahora ya podía adaptar el ritmo a mi gusto. Iba bien. Alcancé a un corredor que iba con molestias y más tarde llegué a la altura de otros dos. Pero no llegué a adelantarles porque coincidió con el crepúsculo y el paisaje empezó a mostrarse pletórico.

Por detrás, la luna llena se iba poniendo ruborizada por horizonte, mientras la tenue luz del corredor al que había pasado iba moviéndose lentamente por los campos de trigo. Por delante, la figura de los otros dos se recortaba en un cielo que empezaba a clarear.

La Luna poniéndose a mis espaldas. La luz que se ve a la derecha es la de un corredor.

A mi izquierda, el valle se mostraba cubierto por la niebla que se había quedado atrapada en su seno.

Y poco después, el sol anunció su presencia y me permitió disfrutar de un amanecer increíble. Fue tan hermoso que perdí unos cuantos minutos en sacar algunas fotos y admirar el momento. Ir rápido lo puedes hacer cualquier día, pero contemplar amaneceres así, es algo que no se puede desperdiciar.





Aunque vayas el primero en una carrera, si ves esto te tienes que parar.

Tras la magia del amanecer, aproveché para hacer un alto para comer una barrita y beber algo. Al ir solo, lo pude hacer con tranquilidad. Si hubiera seguido en el grupo, no habría podido pararme. Por cierto, de todas las barritas y geles que llevaba, por si acaso, esta fue la única barrita que usé, ya que los avituallamientos de los controles eran muy completos.

Paré también otras veces para sacar más fotos, por lo que me alcanzó el último corredor, aunque se quedó atrás enseguida porque iba tocado de las piernas. Un par de kilómetros después, se retiró aprovechando que había un todoterreno de protección civil en un alto.


Sin más contratiempos, llegué al control de Opakua (km 49) en un tiempo de 10:30 horas. Iba 50 minutos por debajo del tiempo que había calculado, y con más de hora y cuarto de margen para el fuera de control. Iba bien, pero decidido a llegar solo hasta el siguiente control, en Urbasa. Ya empezaba a tener algunos dolores en los lumbares y en las piernas y sabía que si alargaba más el día iba a terminar teniéndome que retirar a la fuerza, y prefería parar cuando aún estaba bien, para no tener que estar luego varias semanas sin poder entrenar, ya que tengo el Maratón del Jungfrau el 11 de septiembre.

Así que salí de Opakua con la intención de disfrutar sin prisas del tramo hasta Urbasa, que es muy bonito.

Al de poco, me paré y me cambié de ropa porque empezaba a hacer un poco de calor. La verdad es que tuvimos mucha suerte con el tiempo, ya que por la noche hizo fresco, pero sin pasar frío en ningún momento, y el día fue caluroso, pero no como el viernes. Menos mal.

En este tramo fue en el único en el que tuve que tirar del track del reloj, pues había algunas zonas en las que las marcas estaban bastante separadas y me despisté un poco. Por lo demás, la señalización y la organización fueron perfectas.

Un elefante en Urbasa.



En Legunbe.

Tras un tramo espectacular de sendero rocoso por el borde de la Sierra de Entzia, tras pasar junto al bonito agujero de Legunbe, en el límite entre Álava y Navarra, vino una bajada muy mala, primero por un terreno de rocas muy difícil, y luego algo más fácil, pero con mucha pendiente que cargaba mucho los cuádriceps. Después, ya se iba por pista y por zona más llana hasta el camping de Urbasa, a donde llegué poco después de las 12:30. Fin de mi aventura ultra. En este último tramo incluso pude correr algunos ratos, más que nada para demostrarme que iba bien.

Aquí me detuve, paré el reloj y comuniqué a los de la organización que me retiraba. Luego comí algo de fruta, me tomé una cerveza en el bar del camping (algo que deseaba hacer desde unos kilómetros atrás), pedí un bocadillo de txistorra y a esperar. Por suerte no tardó mucho tiempo hasta que una voluntaria del avituallamiento, muy simpática y esposa de otro participante asiduo, nos llevó en su coche a mí, y a otro retirado, primero al siguiente control a por la bolsa de vida, y luego a la meta, donde tenía mi coche.

Bien ganada.

Por cierto, en el control del camping de Arbizu, la base de vida donde podías hasta ducharte, ya se notaba el calor a esas horas del mediodía. Y al estar justo bajo el imponente monte Beriain, al que había que subir desde allí, a pleno sol, no dejé sino sentir un cierto miedo por los compañeros que aún debían hacer ese tramo. Menos mal que yo no seguía, pensaba.

Impresionante el Beriain desde el camping de Arbizu.

Luego ya duchado, descansé en el hotel antes de salir a cenar, siguiendo en la aplicación y por WhatsApp, cómo iban Lexuri, Gonzalo, José y Belda. Gonzalo tuvo que parar en Arbizu, pero Lexuri y Amaia subieron y bajaron el Beriain y lograron llegar a Ollo (km 105) antes de las 23:00, lo mismo que Belda. José llegó incluso un poco más lejos, hasta Oteiza (km 121). Sin las restricciones impuestas todos hubieran llegado a la meta final. Felicidades.


Conclusiones

Como no había entrenado, no puedo sino estar contento de haber hecho casi 70 km con 2835 m de desnivel positivo y 2461 de desnivel negativo en algo más de 14 horas y media, sin acabar con dolores importantes en el cuerpo. Dos días después, por supuesto que noto la sobrecarga en las piernas, pero nada del otro mundo.

Creo que he hecho los kilómetros que podía hacer bien con la preparación que llevaba. Sí, podía haber seguido sin muchos problemas hasta el control de Arbizu (km 82) y sufriendo tal vez incluso hasta el km 105, tras bajar el Beriain. Tenía algo de margen, al ritmo que iba, para llegar allí antes de las 23:00. Pero lo más probable es que hubiera llegado muy tocado de piernas o de las lumbares, y ahora tendría que estar dos o tres semanas sin poder entrenar bien hasta recuperarme muscularmente.

¿Para qué forzar? Para mí, esta no era una carrera A, sino una carrera B. O sea, una carrera que metes en el calendario como preparación para otras. En las carreras A sí que procuro sufrir si es necesario para terminar, pero no siempre merece la pena. Como digo siempre, todo no suma, hay días que restan.

Al día siguiente, Lexuri me comentó por Facebook que debía estar orgulloso de mi Buts. No sé. Yo por estas cosas, incluso aunque hubiera hecho los 130 km, no me siento especialmente orgulloso. Sí satisfecho conmigo mismo, por supuesto, pero no sé si es orgullo lo que debo sentir por hacer algo que tampoco es que sea nada del otro mundo. No tengo ninguna limitación física importante que superar, ni una vida difícil a la que sobreponerme para entrenar. Hago deporte a un nivel normalito, y participo en carreras y hago “retos” porque puedo. Orgullosos creo que deben sentirse los que hacen estas cosas a pesar de que “no pueden”, como un atleta paralímpico, alguien que saca una carrera universitaria a pesar de provenir de una familia pobre o marginada, etc.

No lo sé. No sé si orgullo es la palabra adecuada que debo emplear por hacer estas cosas. Aunque si miro lo que dice el diccionario sobre lo que es orgullo (Sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida) pues entonces puede que Lexuri tenga razón, he de sentirme orgulloso, je, je. Pero solo si miro la primera acepción, ya que en la segunda pone que orgullo es “Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que suele conllevar sentimiento de superioridad”.

Sobre mi experiencia en el ultra, pongo aquí lo que escribí en Facebook: “Me gusta mucho andar o correr por el monte, pero más a mi aire y sin la presión del reloj. Aquí ha sido todo el rato andar muy rápido sin parar ni a mear para no perder el grupo, y estar en los avituallamientos lo menos posible. No lo he disfrutado tanto como me hubiera gustado, al menos hasta quedarme solo al tener que regresar a un control porque se me habían olvidado los bastones. A partir de ahí he ido más a mi aire y he podido sacar unas fotos bonitas. En fin. Una experiencia interesante pero no tan gratificante como hubiera deseado”.

¿Correré más ultras? Pues en este momento pienso que ultras oficiales no creo. Prefiero hacer el mismo recorrido, pero a mi aire, pudiendo disfrutar de ir más despacio. Pero, como estoy inscrito en la Hiru Haundiak en octubre, no sé lo que haré. Allí voy a ir con un grupo de amigos del Munay K.T., pero, aunque salgamos a nuestro ritmo, el reloj pasa y el límite de las 24 horas ahí está.

No sé. Dos semanas después tengo los 50k de Washington, y esa sí que es una carrera A, así que no quiero acabar la HH de cualquier manera y lesionado. Ya veré. Igual solo hago una parte.