jueves, 16 de octubre de 2014

km 14 y 15 del Maratón de Nueva York

Seguimos avanzando en mi novela por la carrera de la Gran Manzana. Hoy tocan los km 14 y 15.

Km 14
Corriendo ahora por el kilómetro 14 de esta carrera por Clinton Hill, en la Avenida Lafayette, la gente se agolpa en las escaleras de acceso a los portales de sus casas con carteles, con música y con gritos de ánimo.
Sí. Nueva York es una gran ciudad, pero es una gran ciudad formada por multitud de pequeños pueblos, pueblos de algunos miles de personas, a veces, pero otras son solo unos centenares los que interactúan formando pequeñas comunidades.
Km 15
Paso el kilómetro 15 de la carrera a un ritmo lento. Dejamos atrás la Avenida Lafayette y un giro a la izquierda nos introduce en la Avenida Bedford, la cual seguiremos durante un largo rato hacia Queens. Estamos ahora entrando en la zona sur de Willamsburg, el barrio de los judíos ortodoxos, por donde correremos unos cuantos minutos ante la indiferencia de algunos de ellos. Pero no nos importa. Ellos tienen su vida y nosotros la nuestra, y la nuestra, la mía, ahora solo consiste en correr, correr, correr…
Pero en un maratón hay mucha diferencia entre correr bajo los aplausos del público o correr ante su frialdad, y aquí, en las zonas en las que menos gente nos anima, es cuando empiezan a asomar las malas sensaciones por cualquier resquicio. Si hasta ahora nada me dolía, nada me importaba, nada me frenaba, desde el instante en el que momentáneamente se han dejado de oír esos fantásticos gritos de ánimo, una molestia que antes no llegaba apenas ni a sentirla se ha hecho dueña de mi gemelo derecho.
Es curioso el juego que se traen entre manos mi cuerpo y mi mente. Si la mente se distrae, el cuerpo no puede hacerse oír. Da lo mismo si el dolor es grande o no, ya que apenas me doy cuenta del mismo. Sin embargo, en cuanto la mente deja de tener estímulos en los que concentrarse, cualquier pequeña incidencia pasa a ser el centro de atención de mi cuerpo, y cuando solo llevas quince kilómetros en un maratón, con más de veintisiete kilómetros aún por correr, esa incidencia, esa molestia, puede arruinarte la moral y hacer que no corras bien por estar todo el rato pendiente de si el dolor va a más o si se mantiene. Piensas en cuál puede ser la causa. ¿He bebido poco? ¿Será el cansancio de ayer? Seguro que es porque no he dormido bien. Ayer debí haber descansado más. Tenía que haber hecho más estiramientos en la salida.
Todas estas ideas dan vueltas y vueltas en mi cabeza. Y el dolor, la molestia, empieza a preocuparme de verdad, hasta que en una esquina, un nuevo grupo musical, un nuevo gentío entusiasta, un nuevo grito de “Go, David” logran sacar mi cabeza de ese bucle demoledor, de esa sensación de que todo empieza a ir mal. Y entonces vuelvo a sonreír, vuelvo a ser optimista, vuelvo a disfrutar de correr, vuelvo a ser feliz de poder estar aquí pase lo que pase más tarde.

Así es un maratón. A veces estás bien y otras veces te sientes hundido. Así es la propia vida.

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