lunes, 8 de junio de 2020

Un Gorbea nocturno y solitario

La noche del viernes al sábado pasado hice una de esas actividades que se salen un poco de la norma y que tanto me gustan. Son este tipo de cosas que, según algunos de mis amigos, solo se me ocurren a mí, pero no es cierto, hay mucho pirado suelto por ahí, no soy el único.

Ya desde las semanas más duras del confinamineto, en marzo y abril, empecé a pensar en qué haría cuando se pudiera salir con cierta libertad, y una de las actividades que empecé a planificar fue la de hacer una ruta montañera nocturna entre Zeanuri y Vitoria pasando por la Cruz del Gorbea. Para ello pensé en una noche de luna llena y la primera que ha llegado tras retomar los entrenamientos y coger un poco de forma ha sido la del pasado viernes 5 de junio. Como aún no podemos pasar a Álava desde Bizkaia, cambié un poco la ruta y la dejé entre Zeanuri y Ubidea.
La semana anterior fui al Gorbea con unos amigos y yo subí por San Justo (ello lo hicieron desde Pagomakurre, más suave) para refrescar la ruta que quería seguir, ya que hacía muchos años que no subía por ahí.
En un principio había pensado en hacer la ruta en solitario, como un entrenamiento mental de pasar la noche yo solo pensando en una futura participación en la prueba Hiru Haundiak, que son 100 km en 24 horas pasando por Gorbea, Anboto y Aitzkorri. Pero luego lo comenté con algunos amigos que se animaron a acompañarme. Finalmente algunos de ellos no podían venir este viernes así que retomé la idea original y fui yo solo (aunque no del todo, porque vi un corzo durmiendo, un jabalí corriendo, varios sapos y escuché a algunas aves nocurnas ululando).
Así que, a pesar de que el tiempo no era el mejor, a las 21:00 cogí el autobús a Zeanuri y me planté allí. Cené uno de los bocadillos que llevaba, tomé un ColaCao y empecé a caminar a las 22:04. Ya había anochecido pero no tuve problema en seguir la carretera hasta San Justo sin tener que encender la frontal. Cerca de las 11 de la noche llegué a la ermita de San Justo y a partir de ahí ya sí que tuve que usar la luz porque ahora ya caminaba por pista y luego por un sendero estrecho y empinado. Aunque había subido por ahí unos días antes, a veces tuve que mirar el track que llevaba en el reloj, pues de noche en algunos lugares era difícil distinguir el sendero con claridad y me salía de la ruta sin darme cuenta. También tuve algún problema al tomar una pequeña variante que había visto en la foto satelital del Gorbea y que pensaba que me iba a evitar un tramo malo de barro y fue justo lo contrario. Menos mal que era un tramo corto.
Por fin ya alcancé la pista que sube desde Pagomakurre y desde allí ya el camino es muy sencillo de seguir, y menos mal, porque ya me metí en una espesa niebla que no me iba a abandonar casi hasta la Cruz, y si no lo habéis hecho nunca ya os digo yo que andar de noche en medio de la niebla con una frontal hace que solo veas justo lo que tienes pocos metros por delante, y más de una vez me di cuenta que me estaba saliendo de la pista al dejar de pisar las piedras.
Sin más contratiempos llegué a Arraba y paré un poco para beber y para ponerme una chaqueta, pues empezaba a soplar un poco de viento. No es que hiciera frío, pero de noche y con la humedad de la niebla ya no tenía calor.
Atravesé Arraba y pasé el paso de Aldape sin novedad. Luego atravesé Egiriñao y me paré un poco en la fuente antes de comenzar la dura subida a la Cruz.
Un trago de agua y seguí para arriba. Seguía haciendo un poco de viento y tenía la esperanza, como así fue, de que la niebla levantara según ganaba altitud.
Ya casi en el collado vi la Luna llena por primera vez en la noche, y eso que había salido más o menos cuando estaba en Zeanuri, pero por las nubes había permanecido invisible hasta entonces.
Sin prisa (no quería llegar demasiado pronto a Ubidea porque el primer autobús de regreso a Bilbao no salía hasta las 6:45), fui subiendo la dura pendiente final mientras la Luna aparecía y desaparecía jugando con las nubes y con la niebla que ya iba disipándose. Estaba todo muy bonito. Apagué la luz y con la luz de la Luna fui disfrutando del paisaje nocturno. Espectacular. Mereció la pena llegar allí yo solo esa noche.
Casi en la Cruz, vi un bulto extraño. Pensé que era una vaca muy grande tumbada, pero enseguida me di cuenta de que era una tienda de campaña. Alguien dormía. No les molesté.
Por fin, a las 2 y cinco minutos de la madrugada, llegué a la Cruz. Un rebaño de vacas descansaba y la Luna iluminaba perfectamente el mágico entorno. Antes de quedarme frío, me cambié de camiseta y me abrigué bien. La temperatura era buena, pero el viento en la Cruz siempre te roba enseguida el calor.
Después, estuve un buen rato disfrutando del momento y sacando unas fotos. No llevaba el equipo fotográfico bueno porque no quise ir muy cargado, por lo que las fotos del móvil dan lo que dan.
Hacia las dos y media empecé a bajar. Sin la luz podía seguir perfectamente la ruta, aunque como por la niebla no veía bien el Aldamin, en algún momento perdí las referencias y fui más o menos adivinando la dirección correcta para coger en el collado el camino que baja por Dulau.
Cuando ya estaba al resguardo del viento, me paré y comí otro bocadillo mientras sentía, más que veía, ante mí la mole curva del Gorbea.
Poco después, retomé el descenso y tras alguna pequeña duda sobre la dirección a seguir, solucionada gracias al track, me detuve a quitarme la ropa de abrigo y ya tomé el camino a Ubidea, sin prisa, ya que me sobraba tiempo.
Para las 6 ya estaba en el pueblo. Desayuné el bocata que me quedaba y esperé al autobús de regreso a Bilbao.
Una gran noche para el recuerdo y un buen entrenamiento mental para el futuro. En total me salieron unos 25 km en seis horas caminando despacio, y ocho horas contando las paradas.

Ermita de San Justo.

El sendero está bastante bien señalizado, pero de noche la cosa cambia.


Arraba.

La Luna empieza a aparecer llegando al collado.



Una noche mágica en la Cruz. El punto que se ve junto a la Cruz es Júpiter.


La Virgen de Begoña.

Con la Cruz y Júpiter al fondo.



El Aldamin semioculto.





Llegando a Ubidea.

Ubidea.

El track:

miércoles, 15 de abril de 2020

Corriendo libre


Un relato trailero en tiempos de confinamiento.

Corriendo libre

Cierro los ojos y escucho las campanas del infierno de AC&DC retumbando por los altavoces. La voz del speaker nos arenga en alemán para que saltemos y aplaudamos en un último calentamiento y, por fin, el cañonazo que da inicio a la carrera nos libera de nuestras ataduras a la civilización. Corro por las calles de Prato allo Stelvio entre los gritos de la gente y enseguida entramos en una pista por la que correremos atravesando algunos de los pueblos del valle en esta primera parte fácil de la carrera.
Es curioso cómo, entre montañas tan altas y escarpadas, los valles aquí son tan llanos. Y esto permite que los primeros quince kilómetros de este maratón sean muy llevaderos para los corredores. Aunque eso es a su vez un arma de doble filo. La tentación de correr ahora rápido pensando en tener un colchón de minutos para mitigar los que vamos a perder después, en la montaña, es grande. Pero acelerar ahora, bien lo deberíamos saber todos, es comprar todos los boletos para tener un desfallecimiento en la parte final de la carrera, la parte más dura. Así que decido ser prudente y elijo correr estos kilómetros a un ritmo tranquilo, disfrutando de la preciosa mañana que tenemos, del entorno del valle y ahorrando unas fuerzas que me van a hacer falta allá arriba, a casi 3 000 metros de altitud.
La pista va cambiando de características y pasamos de correr sobre tierra, a correr sobre hierba o sobre asfalto a tramos. Algunos puentes nos van pasando de una margen a otra del río que atraviesa el valle, y poco a poco vamos completando este primer bucle para regresar de nuevo a la línea de salida en Prato. Pero ahora, a partir de aquí, se acabó el terreno llano. Dejamos definitivamente la benevolencia del valle y empezamos un largo ascenso que nos habrá de llevar de los  800 metros de altitud a los casi 2 800 en la cima del Stelvio, el puerto de montaña más bonito del mundo y el segundo más alto de los Alpes. Salvo los últimos siete kilómetros, que transcurren por las últimas veinticinco de las cuarenta y ocho famosas curvas de herradura, las tornanti, el terreno es de montaña, una montaña civilizada en la parte más baja, y una montaña salvaje a medida que ganemos altitud y nos internemos en las laderas de los montes que rascan el cielo azul a casi 4 000 metros sobre el mar.
Pero aún queda mucho para llegar allí. Por ahora, al dejar Prato, afronto un sendero que me hará subir durante unos cuatro kilómetros. Intento correr manteniendo un ritmo soportable, pero los que, como yo, no somos Kilian no podemos correr demasiado tiempo cuesta arriba cuando sabemos que nos queda más de medio maratón por delante, y además lo más duro. Así que, paso de correr despacio a caminar rápido mientras la pendiente es dura. Y no soy el único. El sendero, a ratos pista, es magnífico en su belleza, internándose por bosques intercalados con algunos prados.
Un buen rato después, la pendiente suaviza e incluso viene un ligero descenso de un par de kilómetros en los que podemos hacer un pequeño grupo de corredores bien avenidos que vamos en fila jugando a hacer lo que haga el primero. Si él salta una piedra, todos la saltamos; si decide rodear otra, todos la rodeamos; si él se tiene que agarrar a una rama, todos la agarramos;… Y así llegamos al pueblo que da nombre al puerto, Stelvio. Una pequeña aldea donde está el hotel en el que estoy alojado estos días. Al paso por el pueblo, tras un avituallamiento, el personal del hotel nos aplaude junto a otros vecinos justo antes de tomar un nuevo sendero y empezar la parte más complicada de toda la carrera. Tenemos ahora por delante diez kilómetros en los que pasaremos de los 1 300 a los 2 500 metros por un terreno cada vez más escarpado y para el que calculo que necesitaré casi un par de horas, pues poco podré correr en ese terreno.
Empiezo, por tanto, el sendero empinado caminando lo más rápido que puedo. De vez en cuando alcanzo a otros corredores (andadores) y nos animamos con algún gesto y algunas miradas silenciosas y cómplices. El paisaje se vuelve más y más salvaje y hermoso a medida que gano altura. Van quedando abajo los rastros de la humanidad que trata de domesticar a la montaña y cada vez son menos visibles, salvo por la senda que seguimos, las huellas de la civilización. Y por eso, pese a que físicamente el esfuerzo es brutal por la pendiente y la dificultad del terreno, la emoción es grande y el espíritu rebosa de sentimientos plenos de satisfacción. ¡Ah! Qué bellas son siempre las montañas.
El paso del tiempo discurre con lentitud y los kilómetros que señalan mi reloj no parecen tampoco incrementarse. Pero poco a poco voy avanzando, voy subiendo. Siempre subiendo. El sendero da paso a una pista que atraviesa prados verdes bajo el cielo azul. Prados verdes que son interrumpidos más arriba por paredes rocosas, grises y negras, a las que me voy acercando. ¿Pasará por allí la carrera? No puede ser. Pero al fondo veo algunos puntos de colores que, al fijarme bien, resultan ser corredores que se mueven despacio entre las rocas. Así que la respuesta es que sí, que sí que pasa la carrera por allá arriba.
Un rato después, soy yo uno de esos puntos de colores que verán desde abajo los que aún no han llegado hasta aquí, que no son muchos. El sendero, técnico y empinado, me obliga a veces a usar las manos para avanzar entre las rocas. Solo de vez en cuando, algún tramo de la senda se limpia y se suaviza un poco la pendiente como para permitirme correr aunque solo sean unos pocos pasos. Los suficientes para relajar un poco la espalda y para recordar que estoy en una carrera de trail y no en una marcha montañera. Aunque, la verdad, en algunos de los lugares en los que la pendiente me dejaría correr, no me atrevo a hacerlo porque un mal pie me podría hacer caer por la ladera del monte, demasiado empinada y despejada como para poder detenerme a tiempo si eso ocurriera. Además, una caída ahora por esa ladera podría ser peligrosa, porque no tengo a nadie por detrás que pudiera ayudarme o al menos verme caer. Sería como desaparecer del mundo en un discreto mutis por el foro en un escenario digno del mejor teatro griego.
Tras otro largo rato veo al fondo un puesto de avituallamiento. Miro el reloj y veo que debo de estar llegando al final de la cuesta. Dos horas. Justo lo que había calculado que me llevarían estos diez duros y hermosos kilómetros. Alcanzo el avituallamiento y mientras como y bebo algo, mis ojos se inundan de uno de los paisajes más maravillosos que he visto nunca. Por arriba, altas montañas me muestran sus neveros y sus glaciares flanqueados por picos altivos. Más abajo los bosques hacen de transición a los prados que los habitantes del valle mantienen para su ganado. Y entre algunos árboles se aprecia a ratos la mítica carretera que sube al puerto y con la que nos juntaremos en breve, al pasar al otro lado de la ladera por la que troto ahora tras el descanso.
Tras una breve pista que ya empieza a descender de manera suave, tomo un sendero que en una bajada técnica y revirada de unos tres kilómetros nos dejará en la curva número veinticinco del puerto. Como ya tenía ganas de correr, después de la larga subida anterior caminando penosamente, bajo corriendo lo más rápido que puedo por el sendero. Incluso adelanto a varios corredores que, más fatigados o más prudentes, prefieren ralentizar su paso y no arriesgarse a un mal tropiezo. Pero yo me crezco y con pasos cortos pero decididos voy salvando los obstáculos que el terreno ofrece y en pocos minutos llego al asfalto que ya no abandonaré hasta la meta a 2 760 metros de altitud, siete kilómetros más arriba.
Comienzo a correr cuesta arriba. No es tan dura ni tan difícil como la larga subida anterior por la montaña, pero la altitud y la fatiga me dicen que es mejor caminar de nuevo rápido que correr. Y, como prueba de ello, cada vez que intento correr algo, el pulso se acelera y la sensación de fatiga crece, pero la velocidad apenas cambia, por lo que decido andar muy rápido y no correr. Poco a poco voy avanzando de curva en curva adelantando incluso a varios corredores. Solo me detengo en ocasiones para estirar la espalda y relajar los lumbares, que se quejan de tanto tiempo de ir agachados.
A un par de kilómetros de la meta, en una recta, veo a un fotógrafo que espera a que pasemos a su lado. Ahora sí que corro. El orgullo siempre da alas y prefiero tener una foto corriendo por el Stelvio que una caminando. El lugar es inmejorable para la foto, como comprobaré más tarde al verla, pues el paisaje del fondo es magnífico. ¡Qué suerte hemos tenido con el tiempo! Me recuerdo ahora corriendo en otro trail el año pasado bajo un Cervino que no se dejó ver en todo el día, siempre oculto tras las nubes. Hoy el sol nos acompaña y me permite gozar de esta naturaleza increíble.
Por fin, giro a la izquierda en la tornante número uno y pronto veo los restaurantes de la cima del puerto. El público anima a los corredores y decido correr el tramo que me resta hasta la meta, que no está en la cima del puerto, sino un poco más arriba, tras unos centenares de metros de pista que nos dan de propina.
Y me acerco a la meta, feliz. El cronómetro marca más de seis horas y media. Lo que había calculado. Un último esfuerzo y cruzo la línea de llegada con los brazos en alto. Por supuesto, no he ganado. No gano nunca. Eso es lo de menos. Pero he conquistado el duro recorrido con mi esfuerzo, mi ambición y mi determinación. Miro a mi alrededor. Es difícil estar en medio de tanta belleza sintiendo tanta felicidad y satisfacción. En carreras como esta, siempre me da lástima llegar a la meta y que se acabe la catarata de sensaciones que he estado viviendo desde antes incluso de empezar a correr, aunque al mismo tiempo sea un alivio y un descanso para el cuerpo poder parar.

Y abro, por fin, los ojos y me quito el sudor con la toalla. Nunca cuarenta minutos de carrera en una cinta entre cuatro paredes y en medio del confinamiento me han proporcionado tanta libertad.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Un maratoniano en tiempos de confinamiento

Vivimos unas semanas (o meses) complicados. Complicados para todo el mundo, sin excepción. Es difícil pensar que a nadie le afecta esto. Es cierto que unos lo pasarán mejor que otros, pero nadie lo va a pasar bien.
Para los que somos deportistas habituales, se nos hace duro ver cómo nuestras carreras se han ido cancelando o aplazando, y cómo ahora no podemos ni siquiera salir a la calle a entrenar. La libertad individual es el bien mayor que ha conquistado la humanidad, por lo menos en los países de nuestro entorno (porque no en todo el mundo la gente goza de completa libertad de movimientos).
Por eso, para nosotros es muy duro tener que quedarnos en casa por obligación, mientras fuera la primavera se asoma y el buen tiempo empieza a ser más habitual.
¿Y qué podemos hacer? Pues, en mi opinión, poco más que aceptar que las cosas son así, que no dependen de nosotros y que no sabemos cuándo volveremos a la normalidad. Todo lo que no sea aceptar la nueva realidad y adaptarnos cuanto antes será perder el tiempo. Sí, ya sé que ahora muchos tenemos más tiempo, pero es inútil perderlo en lamentaciones pudiendo aprovecharlo para mantenernos optimistas.
No soy nadie para dar consejos, ni sobre cómo entrenar estos días ni sobre cómo mantenernos con ánimo. Para ello hay entrenadores y psicólogos especialistas. Yo solo os voy a contar aquí lo que yo estoy haciendo.

Entrenamiento:
Pues mi opción en este tema es no entrenar. No entrenar porque nuestros objetivos o se han aplazado o se han cancelado y, sobre todo, porque la mayoría no podemos entrenar, propiamente dicho. Por supuesto que tenemos que intentar hacer ejercicio. Estiramientos, trabajo de fuerza con el propio peso del cuerpo o con lo que tengamos a mano, ejercicio de cardio en la medida que podamos, etc.
Algunos afortunados tienen jardín en su casa, así que pueden correr algo. Otros, también afortunados, disponen de rodillo para la bici o una cinta de correr. No es lo mismo que correr fuera o que salir en bici pero sirve para mantener el tono. Otros afortunados tenemos un pasillo de 15 metros. Y muchos no tienen ni eso.
Yo estoy haciendo un poco de gimnasia y cada dos días he empezado a correr aunque sea media hora por el pasillo, empalmando la habitación, el pasillo y la cocina. No veo buena idea el estar mucho tiempo corriendo por un lugar pequeño, con un paso que no es el nuestro y con giros complicados. Eso solo conduce a lesiones. Con media hora ya está bien.
Mentalmente he aceptado la situación como si me hubiera lesionado y el médico me hubiera dicho que tengo que estar quieto un mes y que luego ya iremos viendo.
Además, aunque muchos no lo crean, estar unas semanas casi parados nos viene bien físicamente. Si somos de los que corremos bastantes carreras a lo largo de año, aunque estemos en forma estamos también sometiendo al cuerpo a pequeñas palizas semanales. Un tiempo de recuperación al ralentí va a mejorar mucho nuestras defensas y los valores analíticos van a normalizarse. Y si algún músculo o tendón se estaba quejando un poco, ahora se va a recuperar del todo. Así que tampoco me preocupo mucho de no entrenar.
¡Ah! y una última cosa que procuro hacer. Ya que mi actividad física es baja, procuro no comer demasiado. Engordar es mucho más fácil que adelgazar.

Mentalidad:
Los maratonianos (y los deportistas de fondo en general) teóricamente debemos estar preparados para afrontar malos momentos. Es raro que alguien que haya corrido varios maratones no haya tenido muchos momentos de sufrimiento.
Un truco que he aprendido en la vida y en mis maratones para superar malos momentos es el de saber que todo tiene un final. Todo llega y todo pasa. Cuando estamos preparando con ilusión un viaje, no vemos el momento de iniciarlo. Luego mientras lo disfrutamos el tiempo pasa rápido y para cuando nos damos cuenta ese viaje es un bonito recuerdo.
Lo mismo pasa con los malos momentos. Para cuando nos damos cuenta, quedan en el recuerdo como una experiencia más, de la que habremos aprendido algo, si somos inteligentes. Incluso podemos salir más fuertes, si somos resilientes, que no es lo mismo que resistentes.
Yo en los momentos malos suelo pensar en cómo contaré a los demás el discurrir de esos momentos malos. Incluso antes de saber de qué manera voy a salir de ellos. Mientra sufro, voy pensando en las palabras y las frases con las que contaré todo lo que me pasó, con los detalles. Tened por seguro que en breve estaremos contándonos anécdotas de estas semanas de confinamiento. El tiempo pasa rápido, demasiado rápido a partir de una edad, por desgracia.
Así que, si sabemos que esta situación va a pasar, pues solo debemos esperar a que pase. No hay que contar los días que llevamos así, ya que no sabemos cuánto tiempo va a durar. Es mejor ir pasando los días lo mejor que podamos, haciendo lo que tenemos que hacer cada día y buscando distracciones o actividades que nos hagan pasar el día sin contratiempos.
Yo estos días, además del tiempo que le dedico a mi labor docente en la Universidad (aunque sea a distancia), aprovecho para leer, estar en contacto con amigos y familiares (las tecnologías nos ayudan mucho), ver alguna película, y cosas así. Tengo la suerte de que estar tumbado en el sofá sin hacer nada sea una de mis actividades favoritas.
Otro truco que me mantiene ocupado y con la moral alta es el de planificar mis próximas carreras o viajes. Incluso aunque no los vaya a realizar nunca.
El Maratón de Rotterdam era mi primer maratón del año. Iba a ser el 5 de abril, pero se ha aplazado a octubre. He tenido suerte y KLM me ha dado un bono por el importe del vuelo, así que no pierdo el dinero.
Mi siguiente maratón iba a ser el 7 de junio en las Islas Feroe. Aún no se ha cancelado y me queda la esperanza de poder correrlo, aunque llegue muy poco entrenado. Pero mi cabeza ya ha asimilado la posiblidad de que se cancele o aplace también. Lo que sea será. Ya viví la cancelación del Maratón de Nueva York en 2012 por el huracán Sandy y tampoco pude viajar en 2010 a la Amstel God Race cicloturista por el volcán islandés Eyjafjallajökull. Así que no es una situación nueva para mí. He aprendido a aceptar este tipo de cosas.
Así que, aunque sea de manera virtual, ya estoy empezando a mirar cómo queda el calendario de maratones a partir del verano para elegir los que me gustaría correr.
Voy a tener mucho donde elegir. A los habituales de esos meses se suman ahora Rotterdam y otras carreras aplazadas. Por ahora solo los estoy mirando por encima. Rótterdam, Ámsterdam, Atenas,... Todos me llaman la atención. Pero aunque no los corra, es un buen ejercicio mental el elegir carreras, mirar el calendario, ver si encajan con mis obligaciones, ver horarios de vuelos, vuelos que tal vez no coja nunca, etc.
Esto me mantiene no solo ocupado, sino que me mantiene con ilusión.

lunes, 9 de marzo de 2020

Duatlón de Portugalete-Ballonti. Vamos mejorando

Tercer duatlón de la temporada y voy mejorando poco a poco. A este paso, calculo que en unos 30 o 40 años estaré disputando la victoria, je, je.

Negociando una curva, bajo la atenta mirada de Raúl y de Carlos.

A diferencia de los dos anteriores, este ha sido por la mañana, cosa que me gusta mucho más. Tuvimos mucha suerte con el tiempo, porque entre varios días de lluvia, el domingo hizo un día muy aceptable, sin lluvia y sin viento. Esta vez del Munay solo estuvimos Vero y yo, con la compañía de Koro Lasa, que nunca falta.
La semana anterior había metido bastantes entrenamientos y, además, en la bici, por un fallo de logística, hice tres horas sin las plantillas en las zapatillas, lo que me causó ligeras (esperemos) molestias en mi rodilla mala. Así que, esta semana he descansado y solo he hecho un día de 7 km suaves y una tirada larga muy buena de 27,5 km el viernes, además de dos sesiones de gimnasio para fortalecer la rodilla. El sábado descansé y el domingo me encontré muy bien, listo para el duatlón.
Calentamos dando una vuelta al circuito y a la salida, con ilusión.
Esta vez la salida del primer sector era en llano seguido de una ligera bajada, con lo que pude correr “rápido” (a 4:17 el primer km) sin ahogarme demasiado. En vez de tirar fuerte tratando de seguir al grupo, me lo tomé con algo más de calma procurando regularme mejor para los 5 km. De todas formas, como en Mungia, enseguida me quedé el anteúltimo, pero sin preocuparme demasiado. Antes de terminar, adelanté a otro corredor, que había “atajado” en una curva y el juez le hizo retroceder para pasarla de nuevo correctamente. Luego nos batiríamos el cobre en los siguientes sectores.


Dura pelea con Claudio, je, je.

Llegué a la transición no tan asfixiado como en Erandio y Mungia, pese a haber ido algo más rápido. Cogí la bici y sin apretar las cintas de las zapatillas corrí hasta la salida y ya montado terminé de atarlas bien. El circuito empezaba con una bajada muy rápida en la que ya pasé a algún participante, y luego nos metíamos en una vía rápida a la que había que dar dos vueltas, con dos subidas a la zona de salida en la que se clavaba mucho la bici. Al terminar la bajada rápida, entré demasiado rápido a la última curva y frené por los pelos. Luego ya empecé a regularme y entre la dura subida que me favorecía y algún otro tramo logré pasar a unos cuantos corredores. En este sector mantuve una buena lucha con el corredor al que había pasado por su error anterior, un tío muy fuerte en bici, aunque al final llegamos casi juntos a la segunda transición, él un poco por delante de mí.
Para intentar perder el menor tiempo posible, esta vez hice como los buenos, y me bajé de la bici ya descalzo dejando las zapatillas en los pedales. Salí de la transición cansado, pero me fui encontrando cada vez mejor corriendo. Ya vi que por detrás no me cogían y por delante logré pasar al corredor anterior. Ya llegando a la meta alcancé a dos chicas, una se quedó un poco y cuando ya iba a relajarme para que la otra entrara en meta antes que yo, miré atrás y vi que venían dos corredores rápido, así que esprinté a tope para no perder el puesto que tanto me había costado conseguir.
Acabé muy satisfecho. He mejorado bastante, puesto que de hacer en los dos duatlones anteriores el 8º por la cola de 170 corredores, esta vez he hecho el 12º por la cola de solo 121, además de no terminar tan asfixiado y de acabar a menos tiempo del ganador. En total empleé 1:15:28 (casi lo mismo que en Mungia) para terminar el duatlón, a casi 19:31 del ganador (me voy acercando, je, je), y a 14:57 del primero de mi categoría V2M.
Después, vimos a Koro recoger su copa de primera de su categoría y nos tomamos una cerveza antes de volver para casa. Una buena mañana.

Datos:
Puesto 110 de 121
8º de 11 de mi categoría V2M.
A 19:31 del ganador absoluto.
A 14:57 del ganador de V2M.

Primer sector:
En 21:45 según mi reloj, sin contar la transición. A 4:40 de media.
Según la clasificación en 21:38.
250 vatios de media. 188 cadencia. 146 ppm media. 152 ppm máxima.
Puesto en el sector: 122 de 123.

Segundo sector (bici):
En 37:33 según mi reloj montado en la bici. A 30,4 Km/h de media. 143 ppm media. 152 ppm máxima.
Según la clasificación en 40:15 a 26,83 km/h (incluye transición).
Puesto en el sector: 107 de 121.

Tercer sector:
En 13:37 según mi reloj, sin contar la transición. A 4:51 de media.
Según la clasificación en 13:35.
241 vatios de media. 189 cadencia. 142 ppm media. 150 ppm máxima.
Puesto en el sector: 109 de 121.

Evolución en los 3 duatlones:

Ritmo sector 1
Pulso sector 1
Potencia sector 1
Velocidad sector 2
Pulso sector 2
Ritmo sector 3
Pulso sector 3
Potencia sector 3
Erandio
4:43
147
248
32,0
147
4:56
143
235
Mungia
4:46
145
244
29,1
140
4:56
137
233
Portu
4:40
146
250
30,4
143
4:51
142
241

 Con los amigos de la S.C. Bilbaina antes de salir.


 Muerto, pero sonriendo (casi) siempre.

Ya en la meta. Buen trabajo.








lunes, 2 de marzo de 2020

¿Por qué llamamos "meta" a la llegada de una carrera?

Cuando era un crío, en EGB, en la Ikastola Lauro tuve un profesor de Lengua y Literatura que me hizo amar las palabras y los libros. Era Angel Zelaieta, un escritor vasco. Si no recuerdo mal, fue él quien nos habló de la etimología de la palabra “meta”, tanto en euskera como en castellano, una palabra que para los que corremos carreras tiene un significado especial, pues alcanzar la meta supone la superación de un reto, de un desafío, aunque muchos la hayan cruzado antes que nosotros.

La meta del Maratón de Nueva York es una de las más deseadas por quienes corremos maratones.

Me acordé el viernes de esta palabra al pasar en bicicleta por un pueblo de la costa vasca y ver una “belar-meta”. “Belar-meta” (o solo “meta”) es la palabra que en euskera designa a esos montones de hierba de forma cónica que se hacen alrededor de un poste alto para que la hierba se seque y sirva de alimento para los animales del caserío. En castellano se llama “almiar”.
¿Y qué relación tiene los que para nosotros es la meta de una carrera y la “belar-meta”? Pues mucha, y la explicación es muy bonita si os gusta conocer el origen de las palabras.
“Meta” viene del griego, meta, en su significado de “más allá” o “después de”, de donde surgen las palabras como metáfora, metafísico o metamorfosis.
Pero al castellano, y en el sentido de final de una carrera, nos viene del latín meta, relacionado con el metrum, medida, y se refiere a lo que marca o delimita un espacio. Por eso “meta”, en el Diccionario de la Real Academia Española de la lengua (el DRAE) tiene como primera acepción “Término señalado a una carrera”, lo que nos indica dónde debemos dejar de correr, por fin.
En latín, el vocablo “meta” designaba a cualquier objeto de forma cónica, como eran los tres mojones que colocaban en los estadios, en las pistas de las carreras de cuadrigas, y que señalaban el lugar de finalización de la carrera, la meta, en el sentido que le damos a esta palabra.

"The Circus Maximus", de Jean-Leon Gerome. 1876. Con las tres "metas".

Pero en euskera, “meta” (o “belar-meta” –de “belarra”, hierba-), como he dicho, es el nombre que se le da al montón de hierba que se apila en torno a un poste. Y se le llama así porque este montón de hierba tiene la misma forma que las metas que se colocaban en los estadios romanos.
Es curioso cómo en el caso de la palabra “meta” en castellano, esta ha cogido el significado del latín, “final de una carrera”, mientras que en euskera la palabra “meta” ha cogido la forma cónica del objeto que señalaba la meta.
Los aficionados al ciclismo conocerán, sin duda, la marca vasca de ropa de ciclismo “Etxe Ondo”, una marca de gran prestigio. Pues bien. El logo de esta marca lo conforman las iniciales de su nombre, una E y una O, unidas en forma de una “belar-meta”, jugando con la palabra “meta” en euskera, y la meta de una carrera ciclista en castellano. 
Ya sabéis ahora por qué llamamos meta a la meta de las carreras.

"Belar-meta" en Elgoibar.


  
Logo de Etxe Ondo.Una "belar-meta".

domingo, 1 de marzo de 2020

Duatlón de Mungia. Igual pero mejor

Ayer corrí mi segundo duatlón de la temporada, esta vez en Mungia. El resultado final ha sido exactamente el mismo que en Erandio, 8º por la cola, el 163 de 170 (en Erandio fui el 162 de 169). Pero como me gusta ser optimista, el dato positivo es que la sensación al terminar la carrera no era de tanta fatiga como en Erandio, y eso que vengo de una semana de entrenos fuertes, con un día de 19 km con 4x2km, otra tirada de 24 km, y el viernes tres y pico horas de bici. Estaba cansado, eso seguro, pero creo que ayer asimilé mejor la paliza de hora y pico que en Erandio y las pulsaciones han sido algo más bajas.
Sufriendo. (Fotos de Carlos Bilbao y de Raúl Cisneros).

El primer sector era más suave que en Erandio, ya que no tenía ninguna cuesta muy dura, aunque tampoco era llano. El primer kilómetro lo corrí a 4:23, y así y todo ya iba el anteúltimo. Hay mucho nivel en estas carreras, y la mayoría de los participantes son bastante más jóvenes que yo. Luego ya no pude mantener ese ritmo y terminé los primeros 5 km (eran un poco menos) en 22:54, a 4:46 de media.
Tras una transición lenta, cogí la bici y empecé a darle a los pedales para intentar recuperar algunos puestos. El circuito es mucho más duro que el llano de Erandio, con bastantes repechos y uno de ellos muy duro, el de Fika, que hace que la bici parezca clavada al asfalto. Me encontré mejor en la bici que corriendo y adelanté a media docena de ciclistas, aunque por detrás me alcanzó el corredor al que había ganado corriendo, Rober Ortuño, del Urbiko, al que me habían presentado mis compis del Munay en la recogida de dorsales (luego le pasé otra vez en la carrera).
Terminé los 18 km de la bici a una media de 29,1 km/h y, tras otra transición lenta, empecé a sufrir de nuevo en los últimos 2,5 km de carrera, que los corrí a 4:56, pidiendo la hora al árbitro.
En total empleé 1:15:24 para terminar el duatlón, a casi 22 minutos del ganador, y a 14:30 del primero de mi categoría V2M. En la categoría terminé el 8º de 9.
Del Munay estuvimos Mikel y yo, en chicos, y Vero, Vanessa, Bego y Mariola, en chicas. Mikel quedó segundo en V2M.
Al terminar la carrera, Mikel, Vero y yo nos acercamos a la celebración del 6º aniversario del grupo Beer Runners de Bilbao. Zorionak equipo!

Datos:
Puesto 163 de 170
8º de 9 de mi categoría V2M.
A 21:43 del ganador absoluto.
A 14:30 del ganador de V2M.
Primer sector:
En 22:54 según mi reloj, sin contar la transición. A 4:46 de media.
Según la clasificación en 22:52.
244 vatios de media. 188 cadencia. 145 ppm media. 153 ppm máxima.
Puesto en el sector: 173 de 175.
Segundo sector (bici):
En 37:22 según mi reloj montado en la bici. A 29,1 Km/h de media. 140 ppm media. 148 ppm máxima.
Según la clasificación en 40:09 a 26,7 km/h (incluye transición).
Puesto en el sector: 159 de 172.
Tercer sector:
En 12:11 según mi reloj, sin contar la transición. A 4:56 de media.
Según la clasificación en 12:03.
233 vatios de media. 190 cadencia. 137 ppm media. 144 ppm máxima.
Puesto en el sector: 164 de 170.

Mariola, Bego, Vero, Mikel y Koro antes de la salida. 

 Vanessa y Vero en el pelotón.



 Mikel es el único que sonríe, ¡qué crack



Hasta el próximo du.

Mikel, Vero, Koro y yo, tras la carrera.