lunes, 27 de diciembre de 2021

La conquista de los tres polos. Pero, ¿quién llegó primero al Polo Norte?

No sé a vosotros, pero a mí me apasiona la historia de la exploración de las regiones más remotas del planeta, los polos y las altas montañas. Cuando estuve en las Islas Svalvard para el maratón en 2019, pude visitar el museo de la exploración polar que hay allí. Y tengo ganas de regresar a Oslo con más tiempo para ver el Fram, el barco usado por Nansen en su expedición al Ártico entre 1893 y 1896 y por Amundsen en su exitosa expedición al Polo Sur entre 1910 y 1912.

Estas exploraciones eran toda una aventura, y es curioso que en algunos casos, como pasa en el Polo Norte y en el Everest (el tercer polo de la Tierra, como le llaman algunos), no hay, a día de hoy, la certeza absoluta de quién fue el primer hombre en llegar, y digo hombre porque, desgraciadamente, no hubo ninguna mujer en las primeras expediciones a estos lugares remotos.

Roald Amundsen

El Everest

En el caso del Everest (conocido en Nepal como Sagarmāthā, "La frente del cielo", y en el Tíbet como Chomolungma o Qomolangma, "Madre del universo") la duda que persiste a día de hoy es si Irvine y Mallory llegaron o no a la cima en 1924.

La expedición de 1924 fue la tercera que se organizó al Everest, todas británicas. En todas ellas estuvo George Mallory. En la primera, en 1921, un equipo liderado por él ascendió hasta los 7.000 m y divisó una posible ruta a la cima, pero no llevaban equipo para seguir, solo iban a explorar.

En la segunda, en 1922, George Finch logró subir con oxígeno por encima de los 8.000 m y Mallory y Norton hicieron un segundo intento a la cima sin éxito.

Y en la expedición de 1924, Mallory y Geoffrey abortaron un primer intento por mal tiempo. El segundo intento fue de Norton y Somervell, sin oxígeno y con buen tiempo, y Norton logró alcanzar los 8.550 m. Luego George Mallory y Andrew Irvine, el 8 de junio, realizaron un último intento hasta la cima por el collado norte. La última vez que les vieron seguían ascendiendo a unos 8.600 m, en la arista de la última pirámide de la cima, pero las nubes los ocultaron. Nunca se supo si alcanzaron la cima.

George Mallory

Por fin, durante la expedición británica de 1953 liderada por John Hunt, el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay alcanzaron la cima el 29 de mayo a las 11:30 de la mañana. Tras llegar a la cima, Hillary buscó inútilmente algún indicio de que Mallory e Irvine hubieran estado allí, pero no encontró nada. ¿Quién de los dos llegó primero a la cima, Hillary o Norgay? En la foto histórica del momento, quien aparece sosteniendo las banderas que subieron a la cima del mundo es Norgay y fue Hillary el fotógrafo. Luego el sherpa quiso fotografiar a Hillary, pero este rehusó salir en la foto. Por supuesto, toda la prensa y el público mundial quiso saber quién había pisado el primero la cima, pero ninguno de los dos quiso decirlo en un pacto tácito entre ambos, hasta que, muchos años después, Tenzing Norgay confesó en su autobiografía “El tigre de las nieves” que fue Hillary el primero en llegar a la cumbre.

Hillary y Norgay

En 1978, el austriaco Peter Habeler y el tirolés Reinhold Messner fueron los primeros en llegar a la cima sin usar en ningún momento oxígeno embotellado, algo que se consideraba imposible entonces. Y dos años después, en 1980, Messner, el mejor alpinista de la historia, repitió la hazaña ascendiendo en solitario desde el campo base sin oxígeno.

Messner y Habeler

En 1999, una expedición de búsqueda encontró el cuerpo de Mallory en el punto esperado cerca del antiguo campo base. Desde entonces sigue la controversia de si pudieron llegar a la cima 29 años antes de que la alcanzaran Hillary y Tenzing en 1953.

El experto montañero y antiguo director del prestigioso programa de TVE, “Al filo de lo imposible”, Sebastián Álvaro, es de los que piensa que sí llegaron a la cima. Pero, como él mismo explica, el misterio seguramente no se resolverá nunca, ya que para ello se debería encontrar primero el cuerpo de Irvine, luego la cámara Kodak Vestpocket Modelo B que llevaba él, esperar que la película estuviera en buen estado, sin haberse velado y, finalmente, que hubieran llegado a la cima y que hubieran podido sacar una foto en la que se distinguiera algún elemento del paisaje que probara que se había sacado desde la cumbre. Por lo tanto, las posibilidades de que se pudiera resolver el misterio son casi nulas.


El Polo Sur

La conquista del Polo Sur es la única de las conquistas de estos tres polos de la Tierra que no tuvo ninguna polémica en cuanto a saber quién lo alcanzó primero. Eso sí, la “carrera” en la que se convirtió esta hazaña fue de lo más conflictiva entre noruegos y británicos.

Roald Amundsen era ya uno de los mejores exploradores polares cuando se dirigió a la Antártida a por el Polo Sur. Había estado en la Expedición Antártica Belga (1897-1899) que fue la primera en pasar una noche polar en la Antártida, en un lugar inhóspito con meses de oscuridad total. Ahí coincidió con el americano Dr. Frederic Cook, que era el médico de la expedición, con quien trabó una buena amistad.

También fue el primero en completar el Paso del Noroeste en un pequeño barco a su mando, el Gjøa, con un grupo reducido de siete tripulantes entre 1903 y 1906.

Maqueta del Gjøa en el Museo de Svalbard

Tras este éxito, planificó una expedición para llegar al Polo Norte en el Fram, un velero del gobierno noruego diseñado para las exploraciones árticas por el maestro de la exploración polar, Fridtjof Nansen, quien renunció a sus propios planes para ceder el uso del barco a Amundsen.

Maqueta del Fram

Y mientras Amundsen peleaba por conseguir la financiación y organizar todo a la perfección para ir a por el Polo Norte, su ambición de la infancia, el New York Herald publicó en portada a primeros de septiembre de 1909 la noticia de que el Dr. Frederic A. Cook, su amigo, había llegado al Polo Norte en abril de 1908.

Frederik Cook

Y no solo eso, sino que el 7 de septiembre de 1909, una semana después, el New York Times publicaba en primera página la noticia de que otro estadounidense, Robert E. Peary, había logrado llegar al Polo Norte en abril de ese año, un año después que Cook (en aquella época y en esas regiones tan alejadas de la civilización era normal que estas noticias llegaran con meses o años de retraso al público).

Robert Peary

Para Amundsen fue una noticia fatal. Aunque el objetivo principal de la expedición de cara al público y al gobierno, y sobre todo de cara a Nansen, que había cedido el Fram, era la investigación científica, llegar al Polo Norte en tercera posición no le valdría de nada y no podría rentabilizar la exclusiva de la hazaña con contratos con la prensa y con las editoriales que publicarían el libro de su conquista del Polo Norte.

Así que, Amundsen tomó una decisión que cambiaría la historia de las exploraciones polares: iba a cambiar de objetivo y se iba a dirigir al Polo Sur. Fue una decisión que no comunicó a nadie, ni a su tripulación, hasta que estaban ya en Madeira, en el Fram, a punto de zarpar hacia el sur y alejarse de la civilización por dos años. Y esto lo hizo así ya que temía perder los apoyos financieros a la expedición, el apoyo de su gobierno y, sobre todo, el apoyo de Nansen, quien seguramente le exigiría que le dejara el Fram para sus planes. Amundsen no podía arriesgarse a eso y perderlo todo, así que durante más de un año vivió en una mentira que solo podía compartir con su hermano León y con muy pocas otras personas de su total confianza.

Solo cuando ya estaba de camino al sur, y con su tripulación informada y entusiasmada con la nueva aventura, su hermano envió un telegrama a Nansen, a su gobierno, a su Rey y al inglés Robert Falcon Scott, a quien telegrafió: “BEG TO INFORM YOU FRAM PROCEEDING ANTARCTIC – AMUNDSEN” (“Me permito informarle de que el Fram está de camino a la Antártida”).

Robert F. Scott había salido ya hacia la Antártida en una expedición al Polo Sur que llevaba años preparando y que era una continuación de otra que había liderado Ernest Shackleton y que se había quedado cerca del Polo al quedarse sin provisiones.

Scott

La cortesía y las costumbres de la época suponían que cuando alguien anunciaba una expedición, los demás exploradores le dejaban el campo libre. Por eso, cuando Amundsen envió el telegrama anunciándole que no iba al Polo Norte sino al Sur, a la opinión pública británica no le hizo nada de gracia. Además, Amundsen finalmente, y al no poder desembarcar en la Antártida donde había previsto, estableció su campamento base en una de las zonas consideradas de uso exclusivo británico, aunque luego tuvo la valentía y la cortesía de abrir su propia ruta sin seguir la ya explorada por Gran Bretaña años antes.

Así que, las noticias de que Cook y Peary habían conquistado el Polo Norte cambiaron la historia de la conquista del polo opuesto. Ahora había dos expediciones, dos países y dos formas de organización en una carrera por ser los primeros en el rincón más apartado del planeta.

Finalmente, la mejor organización logística de Amundsen hizo que fuera él, liderando un grupo de cinco exploradores (Amundsen, Bjaaland, Hanssen, Hassel y Wisting), quien llegara el 14 de diciembre de 1911 al Polo Sur. Un mes después, el 17 de enero de 1912, fue Scott, también en un grupo de cinco (Scott, Oates, Wilson, Bowers y Evans), quien llegaba allí para ver, desolado, que habían sido los segundos.

El grupo de Amundsen en el Polo Sur

Amundsen regresó a su base y a la civilización sin mayores contratiempos y pudo anunciar su victoria unos meses después, el 7 de marzo de 1912, cuando el equipo llegó a Hobart, en Australia. Scott, al que la fatalidad le iba a enfrentar a una meteorología inclemente en su retorno a la base desde el Polo, murió de agotamiento a tan solo 20 kilómetros de uno de sus depósitos de víveres.

El grupo de Scott

Amundsen, además de una logística inmejorable, con perros y esquís, tuvo la suerte de que en las semanas que estuvo en la meseta antártica llegando al Polo y regresando del mismo, el tiempo meteorológico fue bastante bueno para él, mientras que Scott, varias semanas más adelante, se encontró con que el breve verano que se da en esa parte del mundo de clima tan extremo ya llegó a su fin, y al regreso del Polo tuvo que enfrentarse al fuerte viento en contra y a unas temperaturas extremadamente bajas que hacían que los patines de sus trineos no pudieran apenas deslizarse, con lo que el esfuerzo que tuvieron que hacer se multiplicaba. Según las mediciones de los sensores que desde hace décadas hay colocados allí, el del año 1912 fue un “verano” anormalmente frío en la Antártida el que le tocó a Scott y le condenó a muerte.

Por si fuera poco, como entonces no se conocía el drástico aumento de las necesidades calóricas del cuerpo al realizar grandes esfuerzos con mucho frío y a altitud (la meseta antártica está a 3.000 m sobre el nivel del mar), las raciones de comida que habían calculado eran insuficientes, con lo que día a día sus organismos iban debilitándose.

Al verano siguiente de la llegada al Polo, parte del equipo de Scott que les habían esperado en vano en su base, salieron a buscar sus cuerpos y, sobre todo, su diario. Si se hubieran marchado sin encontrarlo, nunca se hubiera sabido si habían llegado o no al Polo. Y, como ese era el gran objetivo de la expedición, además de la investigación, sin confirmar la llegada al Polo todo el sacrificio y la pérdida de vidas no habrían servido para nada.

Finalmente, encontraron los cuerpos de Scott y de dos de sus compañeros en una tienda a 20 km del depósito. Allí, recogieron sus pertenencias, enterraron los cuerpos en el hielo, y recogieron sus diarios, donde narraban todo su sufrimiento y la decepción de encontrar la bandera noruega en el Polo Sur.

En los diarios leyeron cómo Evans había fallecido durante el regreso, agotado. Si las raciones eran escasas para todos, Evans, que era un hombre muy corpulento, fue el que más rápido se debilitó, y además sufrió dos caídas en el hielo que lo debilitaron más aún.

Días después, Oates, que ya estaba en las últimas y casi tenían que llevarle en el trineo porque no podía apenas caminar, durante una de las paradas para dormir abandonó la tienda diciéndoles a los demás: “Voy a salir fuera y puede que por algún tiempo”. Estaba claro para todos que se sacrificó para no frenar más la marcha en un intento desesperado por dar una oportunidad a sus compañeros de salvarse, oportunidad que ni Scott ni los demás veían ya posible. Los 20 km que les quedaban al depósito los podrían haber recorrido en circunstancias normales en menos de una jornada. Sin embargo, esos últimos días de marcha apenas podían hacer unos pocos kilómetros al día con grandes sufrimientos.

Pero en sus diarios se veía la firme determinación de mantenerse unidos hasta el final. No se les pasó por la cabeza dejar atrás a sus compañeros enfermos en un intento desesperado por salvarse ellos mismos.

Este sacrificio y las cartas que dejó Scott escritas en las peores circunstancias imaginables, calaron muy hondo en la sociedad de la época, sobre todo en la británica, y durante muchas generaciones los niños de las escuelas británicas han tenido a Scott como ejemplo de cómo un caballero inglés debe afrontar su deber y su final.

De cara a Amundsen y su gesta, el hecho de que se recuperara el diario de Scott no dejaba ninguna duda de que ellos habían llegado al polo, sin ningún error posible, además de hacerlo antes que los ingleses.

Poco después de que las noticias de que el Dr. Cook y Peary habían conquistado el Polo Norte llegaran a la prensa, se puso en duda la veracidad de que el Dr. Cook realmente hubiera estado allí. Las pruebas que aportó eran dudosas y varias contradicciones en las historias de sus compañeros hicieron que se descartara por completo su conquista del Polo Norte. Además, había otro candidato con unas pruebas más creíbles, Robert Peary, quien se preocupó mucho de destruir la reputación de Cook al enterarse de que este había reclamado haber llegado allí primero.

Al encontrarse el diario de Scott, nadie tuvo la menor duda de que el noruego Amundsen había llegado al mismo Polo Sur el primero. Con los datos de los diarios de Scott y de Amundsen, se cree hoy en día que ambos se quedaron a unos dos kilómetros del Polo. Sin embargo, y dado que al menos en la expedición de Amundsen, para evitar precisamente este error, varios de los miembros del equipo habían esquiados en varias direcciones desde donde habían determinado que estaba el Polo unos kilómetros extra, se puede decir que alcanzaron el punto exacto, o pasaron muy cerca del mismo, sin lugar a dudas.

Hay que señalar, igualmente, que incluso hoy en día, con datos astronómicos exactos y sextantes muy precisos, una posición obtenida por medios astronómicos en alta mar puede tener una milla marina de error aceptable (1.852 m). Así que, la situación del Polo Sur que tanto Scott como Amudsen calcularon era la más precisa que se podía determinar entonces.


El Polo Norte

Bueno. Ya hemos visto que el Dr. Cook no llegó realmente al Polo Norte. Hoy en día, en casi todas las enciclopedias que consultemos, aparece Robert E. Peary como el primer hombre en el Polo Norte el 7 de abril de 1909 y esto no se puso en duda hasta hace pocas décadas.

A día de hoy, pocos expertos creen que Peary llegara realmente a la latitud 90º Norte. Entre los motivos para dudar de ello está el de la velocidad de avance que, según Peary, realizó en las últimas jornadas llegando ya a su meta, cuando con él no iba ningún hombre de su equipo que pudiera llevar a cabo la navegación. De hecho, el navegante de la expedición, Bartlett, se quedó en el último puesto de apoyo por decisión de Peary, a unos 240 km del Polo. A partir de allí, fue el propio Peary quien se encargó de llevar a cabo esta tarea crucial para saber dónde estaban en un lugar sin más referencias que el Sol.

Y desde ese momento la velocidad de avance de la marcha se duplicó respecto a la que llevaban haciendo hasta ese puesto, que era de unos 21 km al día. Incluso, según el diario de Peary, al regreso del Polo a ese puesto se cuadruplicó esta media ya que completaron 240 km en tres días. Casualmente, desde que volvieron a unirse con Bartlett, la velocidad volvió a ser la misma de antes, unos 21 km al día. Según los testimonios de uno de los acompañantes de Peary, Matthew Henson, la deriva de la banquisa polar (esa zona que es el Océano Ártico congelado, cuyo hielo se mueve siguiendo las corrientes y el viento) no explica ese aumento de la velocidad. Y además, si hubiera sido así, al regreso les hubiera frenado.

Por lo tanto, se puede concluir que no se acercaron ni remotamente al Polo Norte, aunque es posible que alcanzaran la mayor latitud hasta esa fecha.

Entonces, ¿quién llegó primero al Polo Norte?

Si por llegar al Polo Norte entendemos llegar por cualquier medio de transporte, tenemos que, como tras el regreso de Amundsen del Polo Sur la aviación empezó a estar en auge, el piloto americano Richard E. Byrd supuestamente sobrevoló el Polo Norte en 1926 en un viaje de ida y vuelta desde las Islas Svalbard. Pero, en 1996 se encontró un diario suyo, hasta entonces oculto, en el que se ve que las mediciones que anotó en el mismo no coincidían con las que había presentado como pruebas de su viaje ante la National Geographic Society.

Y surge aquí de nuevo la leyenda de Roald Amundsen.

En 1925, el noruego encabezó una expedición con tres aviones hacia el Polo Norte, pero no consiguieron llegar. Su avión se averió y tuvo que aterrizar en el hielo y pudo ser rescatado.

Pero el 13 de mayo de 1926, logró sobrevolar el Polo Norte a bordo del dirigible “Norge” en un vuelo desde Svalbard hasta Alaska, junto al piloto italiano Umberto Nobile. Con ellos iban Lincoln Ellisworth (patrocinador de la expedición), Oscar Wisting (quien había estado con Amundsen en el Polo Sur, por lo que comparte con él el honor de ser el primero en ver ambos Polos), y otras doce personas más.

A la vuelta de esta expedición, Amundsen y Nobile se enfrentaron por quién había sido el líder de dicho viaje. Esto enemistó sobremanera a Amundsen con el italiano. Pero cuando el italiano desapareció al regreso de un nuevo paso por el Polo, dos años después, en una expedición similar dirigida por él en el dirigible “Italia”, Amundsen no dudó en salir a su rescate en el hidroavión Latham desde Tromsø el 18 de junio de 1928 a pesar del mal tiempo. Fue la última vez que se le vio con vida. Amundsen murió en el Ártico que tanto amaba en plena acción, como él mismo había dicho que le gustaría morir.

O sea que, podemos decir que Roald Amunsen, el más grande explorador polar de todos los tiempos, fue la primera persona en pisar el Polo Sur y ver el Polo Norte. Pero, ¿quién fue el primero en pisar el Polo Norte con sus pies?

Este honor cae sobre el ruso Alexander Kutznetsov, quien, en 1948, encabezó una expedición científica de la URSS al Polo Norte. No se sabe mucho de esta expedición, salvo que llegaron al Polo Norte en avión y que, además de Kutznetsov, fueron varias las personas que pisaron el Polo, entre cinco y veintitrés, según diversas fuentes. Por supuesto, ninguno de ellos sabía que eran los primeros seres humanos en poner el pie allí arriba, dado que se daba por supuesto que Peary había estado allí en 1909. Lo mismo pasa con Amundsen y Nobile, que no supieron que eran los primeros humanos en verlo.

¿Y quién fue el primero en alcanzar a pie el Polo Norte?

En 1969, el mismo año que Neil Armstrong y Buzz Aldrin pisaron la Luna por primera vez, el explorador polar británico Walter William “Wally” Herbert  realizó un fantástico viaje atravesando la banquisa polar desde Barrow, Alaska, hasta las Islas Svalbard, Noruega. Salió de Barrow el 21 de febrero de 1968 con otros tres hombres y 40 perros, y tardó 16 meses en llegar a Svalbard tras cubrir más de 6.000 km sin ayuda motorizada pasando por el Polo Norte, por lo que esta expedición liderada por Wally Herbert fue la primera en alcanzar el Polo Norte por tierra.

Wally Herbert

jueves, 25 de noviembre de 2021

Cómo entrenar (poco) para dos maratones y acabarlos bien (pero lento)

Una guía de entrenamiento de maratón para vagos

Hace unos días, una amiga mía que está, como yo, inscrita para el nuevo Bilbao Bizkaia Maratón del 6 de marzo de 2022, me dijo que le tocaba enseguida empezar con el plan de entrenamiento para el maratón. Yo le comenté algo así como "Pero si es en marzo y estamos en noviembre", y luego pensé que su plan será uno de los clásicos planes de entrenamiento para maratón de entre 15 y 18 semanas que se ven por ahí.

Para acabar así de contento un maratón no hace falta matarse a entrenar. A la izquierda, llegada del Maratón de Atenas el 14 de noviembre, y a la derecha, en la meta del Jungfrau Marathon, el 11 de septiembre.

A mí, un plan de entrenamiento de tantos meses (con 15 semanas nos vamos a más de tres meses) para una sola carrera me parece demasiado. En esto pienso como Chema Martínez, que en un evento en Bilbao hace un par de años, cuando un compañero le preguntó cuántas semanas recomienda él entrenar para un maratón, Chema le contestó que no más de ocho semanas, siempre y cuando seas una persona que ya corre habitualmente y que tiene experiencia en distancias de hasta medio maratón.

Su razonamiento es que, si ya haces entrenamientos de hasta 15-20 km, y de vez en cuando corres algún medio maratón, no necesitas más de ocho semanas en las que meter algunas sesiones específicas para maratón (o sea, tiradas de dos horas o algo más, sin pasarte) para llegar con fondo suficiente para correr un maratón con garantías de acabarlo bien. Ojo, acabarlo bien no significa acabarlo en tu mejor marca posible, sino acabarlo con la sensación de que has llegado entero a meta, que no te han sobrado kilómetros en los que has ido arrastrándote.

Chema añadió que, si dedicas muchas semanas a preparar un maratón, es posible que llegues cansado al maratón, porque se te pueden hacer muy largas tantas semanas.

En mi experiencia en 32 maratones, ha habido algunos en los que he preparado la carrera más o menos de forma ortodoxa pensando en correrla lo más rápido que mi cuerpo podía en esa época, y ha habido otros maratones que los he corrido solo pensando en acabarlos sin más, corriendo despacio mucho tiempo y listo.

Estoy de acuerdo en que, si quieres correr al máximo debes prepararte bien. Tendrás que hacer bastantes kilómetros (siempre según tu capacidad física, claro está), tendrás que meter series largas, entrenamientos de fuerza, etc. En resumen, tendrás que entrenar de manera específica para sacar el máximo rendimiento de tu cuerpo el día de la carrera.

Pero, si no te preocupa la marca, si te da lo mismo tardar 15, 20 o 30 minutos más que lo que podrías hacerlo llegando al 100%, tampoco te debes matar a entrenar. Aquí, tan malo es correr carreras sin entrenar como entrenar demasiado. En ambos casos vas a someter a tu cuerpo a un estrés excesivo.

Como ejemplo, os voy a mostrar aquí todo lo que he entrenado desde el 1 de julio para los dos maratones que he corrido tras el verano: el Maratón del Jungfrau, el 11 de septiembre, y el Maratón de Atenas, el 14 de noviembre. Ambos maratones son muy duros sobre el papel. El primero es un maratón de montaña cuyos 17 km finales son cuesta arriba por monte hasta más de 2.000 metros de altitud, y el de Atenas es un maratón de asfalto con mucho desnivel acumulado. Pero, como se dice siempre, no mata la bala, mata la velocidad. En el Jungfrau, la parte más empinada de monte la hice caminando rápido y en Atenas, hasta el km 34 fui muy despacio.

Como resumen os pongo estos datos:

  • Julio: 118 km (incluye un ultra de 68 km) + 565 km bici
  • Agosto: 168 km + 320 km bici
  • Septiembre: 131 km (incluye un maratón) + 140 km bici
  • Octubre: 205 km + 202 km bici
  • Noviembre: 90 km (incluye un maratón)
  • Número de tiradas largas: 9 de más de 20 km (incluyendo los dos maratones y la mitad de un ultra)
  • Tirada más larga aparte de los maratones: 26 km (en el Bilbao Night Marathon, donde me retiré por molestias estomacales).

Como veis, poco kilometraje y muy pocas tiradas largas tradicionales.

Os pongo ahora el resumen semanal:

Veis que, en mi caso, no me ha hecho falta entrenar demasiado para correr los dos maratones, y en ambos llegué a la meta con buenas sensaciones. Podía haber seguido corriendo, y eso es algo que me encanta.

No he hecho ninguna tirada demasiado larga, solo una de 23 km, dos de 24 km y una de 26 km. De hecho, los 26 km de la tirada más larga ni siquiera estaban planificados como una tirada larga, sino que mi idea era haber terminado el Bilbao Night Marathon, al que me apunté al cancelarse la carrera de Washington. Y, por su parte, los 68 km del ultra de julio corresponden a la mitad de la BUTS, Vitoria-Pamplona, que, como os podéis imaginar, son en su mayor parte caminando rápido en vez de corriendo.

Yo no soy partidario de tener que hacer, casi como obligación, tiradas de 30 km. Si se hace así es por poner un número redondo en la tirada larga del plan de entrenamieno. En EE.UU. las tiradas más largas son de 32 km porque son 20 millas. Pero, en general, y por lo que he leído, con hacer como mucho los kilómetros que te salgan en unas 2,5 horas es suficiente. Lo cual no significa que, de vez en cuando, me guste hacer tiradas muy largas, pero por el placer de hacerlas, ya que en ellas me siento maratoniano, no porque las vea imprescindibles.

Por supuesto, todo esto vale para mi caso patrticular. Yo, incluso cuando no estoy muy en forma, doy valores altos de fondo en las pruebas de esfuerzo. Valores suficientes para correr varias horas a un ritmo moderado.

Y ese es el truco para correr maratones sin haber entrenado mucho: tener el fondo suficiente, correrlos muy lento y comer todo el rato.

Ánimo y a por el siguiente maratón.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Maratón de Atenas. El auténtico

El pasado domingo crucé la meta que todo maratoniano ansía cruzar, la del Maratón de Atenas, en el estadio Panathinaikó. Una meta legendaria, cargada de historia que hace que se te ericen todos los pelos del cuerpo mientras recorres esos últimos metros por la pista de ese estadio blanco, hermoso, grandioso.

Llegando, feliz, a la meta en el estadio Panathinaikó.

En Atenas, como en toda Grecia, es imposible no sentir la historia. Mires a donde mires, vayas a donde vayas, cualquier monumento, cualquier edificio, te traslada a muchos siglos atrás, y este maratón no es una excepción.

El propio estadio es testigo de la historia. Aunque su reluciente mármol blanco del que está construido data de 1895 (reconstruido para los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna de 1896), el lugar en el que se asienta albergó en el s. IV a.C. un estadio de madera, que se reconstruyó en mármol en el 329 a.C. En el año 140 d.C. fue remodelado y ampliada su capacidad para 50.000 personas. Luego fue quedando en el olvido, utilizado como cantera y para otras actividades hasta quedar casi en ruinas. La fiebre olímpica de finales del s. XIX lo relanzó y fue cuando adquirió su grandiosidad y belleza actuales. Al ser todo él de mármol, también se le conoce como Kallimármaro (el mármol hermoso).

Y al otro lado de la línea azul que marca el recorrido de la carrera, llegamos a Maratón, un pueblo que ha dado nombre a la prueba reina del atletismo, a la carrera que cierra los Juegos Olímpicos cada cuatro años.

La diosa Nike, en Maratón.

La salida.

La llama olímpica.


Un recuerdo a la batalla.

Un poco de historia

En Maratón, en los campos cercanos a la costa, tuvo lugar en el año 490 a.C. la famosa Batalla de Maratón, en la que el ejército de Atenas derrotó a los persas que habían desembarcado para invadir Atenas por tierra, capitaneados por Darío I. Esta batalla está inmersa en la I Guerra Médica, y fue uno de sus últimos enfrentamientos.

Diez años después, su hijo Jerjes I atacó de nuevo para vengar la derrota, y es cuando se produjo la famosa batalla de las Termópilas contra los espartanos (y otros griegos coaligados), que hace unos años saltó de nuevo a la actualidad por la novela gráfica “300” de Frank Miller, y su posterior película.

Por lo que a nosotros, los runners, incumbe, si ahora estamos corriendo maratones por el mundo es en gran parte por la leyenda asociada a esta batalla de maratón en la que un hemeródromo (un mensajero llamado Filípides) corrió de Maratón a Atenas para anunciar la victoria ante el temor de que la flota persa atacara la polis tras la derrota en Maratón y los ciudadanos se rindieran pensando que los persas habían vencido en la batalla.

Pero, esto no es más que una leyenda que vino muy bien a los organizadores de los JJ.OO. de 1896 para cerrar las competiciones con una carrera que se convirtiera en mítica.

Los historiadores dudan de que Filípides fuera un personaje real. Seguramente fue una figura legendaria que ha pasado al imaginario popular. Es cierto que en el ejército griego había hemeródromos, mensajeros que llevaban las órdenes o los mensajes corriendo (y supongo que también a caballo), pero no es seguro que Filípides fuera una de ellos, o que fuera el mensajero que, supuestamente, llevó el mensaje tras la batalla de Maratón.

El ejército griego, al mando de Milcíades, era mucho más reducido en número que el persa. Por ello, Milcíades estaba muy interesado en que la vecina Esparta se uniera a ellos contra los persas. Según un relato de Heródoto, escrito décadas después, Milcíades encargó a un hemeródromo, supuestamente Filípides, que recorriera la distancia hasta Esparta (unos 260 km) para pedir su ayuda. Lo hizo en dos días.

Pero, aunque Esparta no respondió a ese mensaje, los griegos lograron, pese a su inferioridad numérica, expulsar a los persas. Pero, como la flota persa seguía intacta y se iba a dirigir hacia Atenas, Milcíades envío de nuevo a un hemeródromo para informar de la victoria y para avisar de la llegada de los barcos persas. Se cuenta que ese mensajero murió al llegar, después de decir su famosa frase: “Alegraos, hemos vencido”. Pero, ¿era Filípides? ¿No había ido a Esparta antes? ¿De dónde viene esta leyenda?

Como he comentado, unas décadas después de la batalla, el historiador griego Heródoto escribió el relato de la misma y allí hablaba de la primera carrera de Filípides para ir hasta Esparta, pero no mencionaba nada del segundo viaje a Atenas.

Fue otro historiador, el romano Plutarco, quien, cinco siglos después de la batalla de Maratón, hablaba del viaje a Atenas. Pero, según él, fue un tal Tersipo, otro hemeródromo, quien lo llevó a cabo.

Y un siglo después, era otro historiador, Luciano de Samósata, el que decía por primera vez que Filípides fue quien llevó el segundo mensaje a Atenas.

En fin. Las fuentes no son nada claras, son muy posteriores a los hechos y difieren mucho.

Para los atenienses, la leyenda de la gesta de Filípides seguro que resultó muy popular, mucho más que reconocer que, finalmente, también el ejército de Esparta, con unos 2.000 soldados, recorrió en dos días los más de 200 km hasta Atenas para ayudar a sus vecinos a luchar contra los invasores.

A partir de aquí, la leyenda fue haciéndose más y más popular y en 1879 el poeta Robert Browning escribió un poema titulado “Filípides”, poema que inspiró al académico Michel Bréal, amigo del barón Pierre de Coubertin, para incluir la carrera de fondo entre Maratón y el estadio olímpico de Panathinaikó, en el corazón de Atenas, en los primeros Juegos Olímpicos modernos de 1896.

Así que, es imposible saber si realmente existió Filípides y si corrió hasta Atenas para morir tras dar la noticia. Para muchos expertos, es solo una leyenda romántica. Para los amantes de la carrera de Maratón y de la épica deportiva, nos vale.

Si no hubiese sido por todas estas batallas, estos mensajes, estas crónicas o estos poemas, no se habría incorporado una carrera de fondo desde Maratón a Atenas para finalizar los JJ.OO. de 1896 y no se habría iniciado la fiebre por correr maratones que hoy en día aún tenemos.

Por cierto, ese maratón olímpico de 1896 no fue sobre una distancia de 42,195 km, sino de aproximadamente 40 km, que es la distancia que hay desde la zona de la batalla de Maratón hasta el estadio olímpico. Ya expliqué en este artículo por qué el maratón mide 42,195 km como distancia oficial establecida por el COI desde 1921, que es la que se corre a partir de los JJ.OO. de 1924 en París.

Por último, hay que decir que, pese a toda esta historia del Maratón de Atenas, el maratón más antiguo del mundo que se organiza anualmente es el de Boston (EE.UU.), que se corrió por primera vez en 1897, gracias al gran tirón que tuvo la carrera de Maratón de los Juegos de Atenas de un año antes.

Pero aunque no sea el más antiguo que se celebra sin interrupción, el Maratón de Atenas (que este año ha cumplido su 38ª edición) siempre será “el auténtico”, como se autodenomina.


Mi viaje

Tras esta larga introducción (una carrera con 2.511 años de historia no se puede resumir fácilmente), vamos al viaje a por mi 32ª maratón.

Tras un viaje en avión con escala en Munich, aterricé en Atenas con el tiempo justo para llegar a ver la puesta del sol desde la colina de Aeropagus, junto a la Acrópolis antes de ir al hotel. Estuve allí hace cinco años y tenía muy buen recuerdo de ese lugar. Es un rincón muy bonito que al atardecer se llena de gente.

Después, bajé a la zona de Faliro en autobús para ir a la feria del corredor y recoger el dorsal. Me pareció una feria muy completa, con un ambiente de gran maratón internacional. Ya echaba de menos estas sensaciones.

Tradicional foto con la camiseta y el dorsal de la carrera.

Luego regresé en taxi al hotel (madre mía, cómo conducen en Atenas) y ya salí a cenar en uno de los restaurantes que hay por el barrio de Plaka, con sus bonitas callejuelas en la ladera de la Acrópolis.

El sábado, tras un buen desayuno en la terraza del hotel con vistas a la Acrópolis (un hotel sencillo, barato y muy bien situado), salí a correr un poco. Me acerqué hasta el estadio a ver la meta y sacar unas fotos y luego troté un rato más. Comí pronto, descansé un poco y fui a visitar la Acrópolis hasta el atardecer. Luego cené bien en el mismo restaurante que el viernes. El domingo tenía que levantarme muy temprano.






Mi maratón

Madrugón de los buenos. Por el tema Covid, este año han dividido la carrera en dos maratones. A mí me tocó salir en el primero, a las 9 de la mañana, y tenía que coger uno de los autobuses que nos llevaban desde Atenas a la salida entre las 5:30 y las 6:15 de la mañana. O sea, que como muy tarde, a las 5:45 tenía que salir del hotel. Como antes tenía que desayunar en la habitación y prepararme, pues para las 4:30 ya estaba en funcionamiento, por supuesto sin dormir bien, como es habitual en estos casos en los que te entra el pánico de quedarte dormido.

Sin más contratiempo, cogí el autobús (justo al lado del parlamento griego, viendo a los guardas haciendo su coreografía) y traté de dormitar un poco en el viaje de casi una hora.

Al llegar, aprovechando que había un bar abierto en una gasolinera, tomé un café y ya me dirigí, con el resto de la gente, a la salida. Allí, tras cambiarnos, dejábamos la bolsa con nuestras cosas en furgonetas que las llevarían a meta.

A esperar casi dos horas.

Mientras esperaba, estuve con Kepa, un compañero maratoniano de Santurtzi con el que también me había encontrado en Nueva York en 2018. Estaba con José Manuel, de Endeavor maratones, y con Olga, que debutaba en la distancia (haciendo un tiempazo de 3:38 en la meta).

Por fin, llegó la hora de la salida. Fueron saliendo los diferentes bloques hasta que nos tocó a nosotros. Mucha suerte y cada uno a su ritmo.

Tras el fiasco de tres semanas atrás en el Maratón de Bilbao, y como sé que no estoy en buena forma, mi estrategia era correr despacio hasta el final. Este maratón, además, tiene un recorrido muy duro. Tiene un desnivel positivo acumulado de más o menos el doble que la Behobia-SS. Sobre todo desde el km 18 al km 31 vas subiendo casi todo el rato. Algunas de las subidas tendrían, a ojo de buen ciclista, una pendiente en torno al 5%, y más en algunos casos, por lo que si no te sabes regular en las cuestas, vas a llegar al km 32 fundido. Si normalmente en un maratón te topas con el muro entre el km 32 y 35, si no has regulado bien, en este caso el riesgo es mucho mayor. Así que, comer y guardar, como en una carrera ciclista larga.

Desde la salida fui mirando los vatios, para mantenerme bien por debajo de los 200 w, y escuchando a mi cuerpo para ir siempre uno o dos puntos por debajo de lo que podría haber ido. Me daba igual el tiempo en meta. Solo quería terminar bien la carrera, con buenas sensaciones.

Tanto fue así, que hasta el km 34 no empecé a dejar que el pulso subiera más allá de las 130 ppm. Hasta el km 34 mi pulso medio fue de 125 ppm (casi se puede decir que me toqué las narices, je, je). Desde ahí a meta ya vi que iba a poder apretar y acabé a 162 ppm, con un pulso medio total de 128 ppm.

El recorrido es muy feo, todo el rato por una carretera importante de tres carriles en cada sentido que te lleva a Atenas por muchas zonas industriales. En los pueblos que pasábamos había buena animación.

Todo el recorrido está permanentemente señalizado.

Solo se deja esa carretera entre el km 4 y el km 6 para dar un rodeo al Túmulo de los atenienses, en la llanura donde se desarrolló la batalla y donde se dice que están enterrados los 192 soldados atenienses que murieron. En realidad fueron muchos más, ya que, según la crónica de Heródoto, por parte de Atenas murieron 192 soldados de unos 10.000, mientras que por parte persa hubo 6.400 muertos de 15.000 soldados. Claramente los números no son lógicos. Según estimaciones más realistas, hubo unos 3.000 muertos atenienses y unos 5.000 persas.

Seguimos.

Cerca del túmulo, empezaron a aparecer niños que nos ofrecían ramas de olivo a los corredores. Parece ser que en la antigua Grecia se entregaban coronas de olivo a los vencedores de los Juegos y coronas de laurel a los poetas, eruditos o vencedores de batallas. Un bonito detalle.

Hasta el km 10, el perfil es bastante llano. Luego, hasta el km 18 hay una sucesión de subidas y bajadas, algunas de ellas empinadas. Desde el km 18 ya a las subidas les siguen pocas bajadas y vas ascendiendo hasta el km 31, como he dicho antes. Luego ya es más fácil, con bajadas y llanos hasta la entrada del estadio.

Desde el km 7,5 empecé a comer. Había avituallamientos cada 2,5 km, y bebí en todos ellos. Desde el km 7,5, hasta el km 37,5, me tomé un gel o una barrita cada 5 km. Y, como en los km 5, 10, 15, etc. pasábamos por una alfombra que recogía la señal del dorsal, ya tenía algo en qué pensar o hacer cada 2,5 km. Por un lado, estaba atento a cuándo me tomaba un gel y, por otro lado, estaba atento a cuándo aparecía la alfombra, que era cuando en mi casa sabrían que seguía bien en la carrera.

En un maratón, sobre todo si el recorrido no tiene muchas variaciones y vas despacio, hay que saber mantener la mente distraída y ocupada en algo. Si no, se te pueden hacer muy largos los kilómetros centrales.

Con esta táctica de comer, correr lento y distraerme, llegué al final de la última cuesta en bastante buen estado. Yo, aunque no esté en forma, tengo fondo de sobra para correr varias horas despacio. En todo el maratón solo tuve alguna ligera molestia digestiva (que me hizo temer por un momento que me iba a ocurrir como en Bilbao), un pequeño dolor en la rodilla, que se pasó enseguida, y dos conatos de calambre en un gemelo, que no fueron a más. Por lo demás, ni un problema. Ni rozaduras, ni nada.

Así que, ya pasado el km 35 decidí que ya podía soltar un poco el freno. Comencé a acelerar, aprovechando el terreno más favorable. Luego empecé a mirar el reloj y vi que tal vez podía terminar la segunda mitad más rápido que la primera mitad. Lo que no estaría mal teniendo en cuenta que el segundo medio maratón es más duro que el primer medio. Había pasado el km 21,1 en un tiempo aproximado de 2:16, por lo que si bajaba de 4:32 lo podría conseguir.

Con ese objetivo hice los últimos 4 km todo lo rápido que pude. De hecho, los últimos 7 km son los que más rápido corrí de todo el maratón.

Encaré la última bajada a tope, entré al estadio muy emocionado de estar allí y exultante de estar pasando a casi todos los corredores que encontraba, y finalmente paré el reloj en 4:31:08. Tras unos minutos para recuperarme (llegué con el pulso a tope), saqué unas fotos del momento y recogí la medalla. Estaba muy feliz. En los últimos 10 km de la carrera me volví a sentir maratoniano, reviví las sensaciones que tantas veces he tenido en mis 31 maratones anteriores y borré de un plumazo los malos recuerdos de Bilbao.

No hay mejor lugar que este para recibir una medalla al terminar un maratón.

Cuánto echaba de menos esta sensación.




Con la corona de olivo, como un vencedor.

Luego comprobé que el medio maratón lo había pasado en 2:14:47, por lo que el segundo medio maratón lo hice en 2:16:21, que no está mal, por la dureza, pero no logré correr en negativo, cosa que he hecho varias veces y que te deja un regusto estupendo en meta. Bueno, no me puedo quejar. Mi estrategia era correr así y asegurarme terminar bien y entero, cosa que conseguí con creces.

En mis planes para este año, entraba correr dentro de tres semanas el Maratón de Lanzarote, ya que voy a estar allí en el puente de diciembre.

Casi puedo decir que, por suerte para mí, lo han cancelado y así no tengo que decidir si lo corro o no. Como tampoco estoy súper este año, casi que me conviene más no correrlo y preparar bien el nuevo Bilbao Bizkaia Maratón, que se organiza por primera vez el próximo 6 de marzo.

Bueno. Ya iremos viendo.

Tabla de tiempos:

Como veis, fui a ritmos muy tranquilos. Se aprecia la dureza del recorrido ya que, manteniendo más o menos los mismos vatios y pulso, hay tramos en los que el ritmo medio es mucho más lento. Es debido, como digo, a que en esos tramos se concentran las subidas, con lo que a un mismo esfuerzo vas mucho más lento.

Os dejo aquí el gráfico de altitud y de pulso:

Datos:

Pulso medio: 128 ppm

Potencia media: 180

Cadencia media: 191 w

Desnivel acumulado: 347 m


Garmin:

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Bilbao Night Marathon. Crónica de una muerte anunciada

¿Cómo pudo pasar que Santiago Nasar no se enterara de que Pablo y Pedro Vicario lo iban a matar si lo sabía todo el pueblo? Lo mismo que Gabo García Márquez trataba de explicar en su Crónica, he de hacerlo yo. ¿Cómo es posible que tomara la salida en el Bilbao Night Marathon sabiendo que era casi imposible que lo terminara?

Corriendo solo por el Puente de Deusto en la segunda vuelta hacia un destino inexorable. Mi cara lo dice todo.

Milagros en Lourdes, y aun así...

Todo este año deportivo me está saliendo peor que bien. Dos duatlones en abril y mayo (Oñati y Zuia) se saldaron con sendos DNF, que bien podía significar "Defenestrado" pero significa "Did not finish", o sea, que me retiré en ambos. Luego vino la BUTS Vitoria Pamplona, donde tampoco terminé (aunque eso estaba previsto de antes). Tampoco pude hacer completa la ruta en bici por el Canal de Castilla en julio.

Ya en septiembre pude terminar con buenas sensaciones la única carrera en la que he estado a gusto en todo el año, el Jungfrau Marathon, aunque la primera parte me costó más de lo esperado. En octubre, en el WOP Challenge me encontré fatal y terminé completamente agotado.

Así que, como al Bilbao Night Marathon me había inscrito casi sin ganas (al cancelarse el viaje a Washington al 50k, lo que me trastocó todos los planes) pues, la verdad es que mi intención era salir, correr muy despacio y ver hasta dónde llegaba. Motivación para la carrera: cero patatero, casi la misma que para escribir sobre ello, por eso he tardado tanto. Aunque hay que estar a las duras y a las maduras, así que me he decidido a escribir esto para que no parezca que solo escribo cuando me sale todo bien.

A esta carrera solo me he inscrito unas pocas veces para hacer el Medio Maratón. Siempre me ha coincidido con la planificación para otros maratones más interesantes para mí. No me motiva mucho correr este maratón, porque es por la tarde/noche, cuando me cuesta más correr; se dan mil vueltas por los mismos sitios que me conozco de memoria; una vez terminado el medio maratón casi no quedan corredores ni público para los que corremos lento;... En fin. Que no es una carrera que me atraiga nada.

Este año me apunté tarde, como he dicho, al verse truncado el objetivo de regresar al 50k del Marine Corps Marathon, una carrera preciosa.

Bueno. Con algunos entrenamientos de unos 20 km tras el WOP Challenge, llegó el día de la carrera. Se adelantó la hora de salida a las 18:00 (el fútbol manda en este país nuestro), y salimos al calor del sol junto al estadio de San Mamés, al lado de mi casa. Era curioso salir a pleno sol en un maratón "nocturno". Sería el sol de medianoche, como cuado estuve en las Islas Svalbard, je, je.

Poco antes de salir, a pleno sol nocturno.

Como me pasó la única vez que he corrido un maratón por la noche, en Burdeos en 2015, tuve todo el rato pesadez de estómago, hinchazón y gases. Muy incómodo para correr, y más un maratón. En Burdeos lo pude superar porque estaba más en forma, el recorrido era muy bonito y variado y estaba muy motivado. Pero aquí me faltaban todas esas variables.

Hasta el km 15 aguanté más o menos bien. Hasta el km 10 fui con Iratxe, una compañera Beer Runner que lleva tiempo sin correr y que ha vuelto con ganas, y cerca, más o menos, de otros compañeros: Gizela, Alejo, Sandra, Vero, Brooke, César, Joseba, Luis y algún otro que no recuerdo. Sandra y Vero iban de liebres de 2 horas del Medio Maratón, así que procuré no seguirlas, pues quería ir más lento.

Primeros kilómetros. El gesto del rostro no indica nada bueno.

Desde el km 15, además de que cada vez estaba peor de tripas, me empezaron a molestar los abductores. Primero el derecho, y luego los dos. Entre las molestias, los dolores, el aburrimiento del recorrido, vuelta para aquí, vuelta para allá, otra vez vuelta para aquí, otra vez vuelta para allá,... total, que no hacía más que pensar el rollo que me esperaba en la segunda mitad, con el mismo recorrido y ya sin público ni compañeros de asfalto.

Con bastante malestar, pasé por la meta en el medio maratón en casi 2 horas y cuarto. El público nos gritaba un poco antes de llegar: "Venga, 300 metros y ya está", lo cual no me daba ningún ánimo cuando en realidad me quedaban 21 km y medio. Pero bueno. La gente lo hacía con toda su buena voluntad. Gracias.

Al de poco de empezar la segunda vuelta, ya casi solo, me paré a estirar un poco los abductores y casi me da un tirón en el isquio. Seguí como pude y cuando vi a mi mujer en el km 23 le dije que iba mal y que casi seguro me iba a retirar.

En el Puente de Deusto me dije "Hasta aquí he llegado, para qué seguir sufriendo" y me paré. Me di la vuelta, pero me dio no sé qué retirarme. Nunca me he retirado en 31 maratones. Así que retomé la marcha y me interné en Deusto. Pero la realidad se impuso poco más adelante y en el km 26 paré el reloj, llamé a mi mujer y empecé a caminar hacia casa. Es la ventaja de correr en tu ciudad.

En fin. Que la realidad se impuso. No estaba muy entrenado (aunque sin problemas físicos sí que hubiese podido acabar), no estaba nada motivado, a esas horas no rindo bien y el recorrido es mortalmente aburrido para los de Bilbao. La muerte estaba anunciada y no sé por qué decidí ir a su encuentro.

Mi próxima carrera es el 14 de noviembre en el maratón de Atenas. Allí voy con gran motivación y los entrenamientos del fin de semana pasado han sido buenos, así que espero sumar allí un maratón más. ¿Uno más? No, el auténtico, como se publicita este maratón por la historia de su recorrido y porque fue el maratón de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.