Km 38
Ya no se siente el dolor. Bueno, es mentira.
El dolor sí que se siente, pero ya no te importa porque ves que estás cerca de
la meta. No siempre es cierto eso de “querer es poder”, pero muchas veces, casi
siempre, sí que lo es. Y cuando solo te quedan cuatro kilómetros para alcanzar
la meta en un maratón quieres terminar la carrera por encima de todo, y como
quieres puedes, por mucho que te duelan las piernas. Te concentras en pensar en
todo lo que vas a disfrutar cuando estés pasando la meta, cuando el objetivo
esté cumplido. Te concentras en pensar en todo lo que has sufrido hasta llegar
allí, todos los kilómetros que has corrido, con calor, con frío, con lluvia,
con dolor. Te concentras en saborear los ánimos de la gente que te aplaude
desde este rincón de Central Park. Y te olvidas del dolor y dejas de hacer caso
a tu cuerpo que desde hace unos diez kilómetros no para de rogarte, de
suplicarte por favor que te detengas, que no puede más, que no le castigues
más. Pero tú estás preparado para eso, para no hacer caso a tu cuerpo, porque
sabes que tu cuerpo es más débil que tu mente y que querrá rendirse en esos
momentos de sufrimiento. Pero tú ya llevas preparada tu mente para que no se
rinda ante la debilidad de tu cuerpo y para que tome el control de la
situación. La carne es débil, pero el espíritu de un corredor está entrenado
para no hacerle caso. Solo importa llegar. Hay que llegar.
Km 39
Cuando llegas al kilómetro 39 en un maratón
ya empiezas a ver claramente el final. Solo te quedan tres kilómetros y ya
puedes empezar a dar todo lo que te queda. Sabes que vas a terminar, sea como
sea, y por eso puedes empezar a sentir la alegría de conseguir algo que hasta
hace un rato aún era solo un sueño, un deseo. Algo te empieza a recorrer todo
el cuerpo y el corazón ya es libre para desbocarse pues casi está todo hecho.
Ya no importa el dolor ni el cansancio, ni la agonía de la lucha de tu mente
contra tu cuerpo. Ya ha vencido la mente.
Por eso ahora, en este rincón de Central
Park, pese a la dureza de las subidas y el grito de mi pierna atenazada por el
dolor, sonrío plenamente y choco mi mano contra todas las manos que se asoman
hacia mí. Ya no hay vuelta atrás. Ya solo queda correr y correr sin parar hacia
la meta. El sueño está llegando a ser real y solo pido no despertar.
Km 40
Cruzando Central Park, bajo el manto
amarillento de las hojas de los árboles a los que el otoño ha adornado para
nosotros, a todos los que corremos hoy aquí se nos ponen los pelos de punta.
Ves que terminas algo por lo que te has sacrificado mucho tiempo y ves a la
gente del público gritando como loca, gritándote a ti. Porque, si bien es
cierto que solo eres uno más de las decenas de miles de personas que corren el
maratón, no puedes evitar sentirte protagonista único de algo muy grande. La
gente te anima a ti, por tu nombre si lo llevas en la camiseta, o por tu país,
si llevas tu bandera, o por el color de tu gorro, por lo que sea, pero te
identifican como una persona que está a punto de terminar el maratón de su vida
y no como uno de tantos locos que corren por la ciudad.
Sentirte aquí es algo maravilloso y pese a
todos los dolores de piernas que puedas llevar, pese al cansancio, pese a lo
que sea, te gustaría que esto no acabara nunca, que pudieras seguir corriendo
dando vueltas y vueltas a Central Park mientras todo Nueva York te anima. Si
este momento no es la felicidad absoluta no le anda muy lejos.
Km 41
Salvo que ya llegues derrotado a este punto
de la carrera, en el último kilómetro es normal que aceleres el ritmo. Hasta
unos kilómetros antes has pasado momentos malos y las piernas te suplicaban
todo el rato que pararas, o por lo menos que fueras más lento. Y sin embargo,
al ver que estás en el kilómetro 41 de la carrera, al ver y oír a toda esa
gente que se agolpa en la W59 junto a Central Park South animándote como si les
fuera la vida en ello, tan solo saludas y aceleras. El corazón se dispara con
renovadas alegrías y sabes que es el último esfuerzo, que por fin llegan los
últimos minutos de unas horas memorables, las mejores horas de tu vida, unas
horas que siempre recordarás como las más intensas que viviste en mucho tiempo.
Nada se puede equiparar a lo que sientes durante estos momentos en Nueva York,
en la carrera más importante del mundo.
Km 42
Me quedan menos de doscientos metros para
terminar el maratón más famoso del mundo. Estoy en la feliz fase del maratón en
la que lo único que sientes de verdad es la euforia. La euforia por completar
un sueño que te ha costado tanto esfuerzo. El esfuerzo de los cuarenta y dos
kilómetros anteriores, y el esfuerzo de muchos meses, tal vez años, que han
precedido a este día.
Ha sido una carrera memorable. La gente me ha
animado como si yo fuese el primero. Ha sido dura porque me lleva doliendo una
pierna desde antes de la mitad de la carrera y cada puente, cada cuesta, ha
sido una tortura. Pero ha merecido la pena. Ojalá no acabara nunca. (…)
Una vez leí que la felicidad reside en la
antesala de la felicidad. A lo largo de mi vida he comprobado muchas veces que
eso es cierto. Ahora, a tan solo doscientos metros de completar este maratón
tan deseado por mí, vuelvo a comprobar que es así. Ya llevo los últimos
kilómetros con esta sensación de saber que estás a un paso de conseguir tu
sueño, a un paso tan corto que sabes que todo está hecho. No como en el
kilómetro 30, donde te queda poco en relación a toda la carrera pero sabes que
te queda lo suficiente como para tener que abandonar si las cosas se ponen muy
difíciles.
Aquí, ahora, no abandonas. Aquí saboreas el
éxito y disfrutas de una felicidad pocas veces sentida antes. Y además, sabes
que un rato después, unas horas después, unos días después, todo lo que estás
viviendo ahora te parecerá que pasó hace mucho tiempo. Tantos meses soñando con
esto y una vez cumplido el sueño todo se acabó. Por eso no me gusta mucho
cumplir mis sueños, porque una vez cumplidos te despiertas y ya está. Se acabó.
(…)