En 2012, en los años en los que me decidí a hacer todos los monumentos ciclistas que tenían versión cicloturista (Flandes, Lieja, Sanremo y Roubaix, ya que Lombardía no lo tenía entonces), corrí la París Roubaix cyclo, en su versión ciclorandonneur de 210 km con 54 km de adoquines. Fue, aún lo recuerdo, el día que más he sufrido haciendo deporte en mi vida (sin contar las marchas en Pirineos donde el frío y la lluvia las convirtieron en un infierno helador), y eso que ese mismo año repetí en un solo día la Luchón Bayona, 326 km con Peyrespourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque de por medio. Pero, aun así, fue el único de estos cuatro monumentos que acabé con las ganas de repetirlo alguna vez. Me encanta la París Roubaix. Me parece la carrera más dura de todas y para los que, como yo, nos apasionan los mitos y las leyendas del ciclismo, esta carrera creada en 1896 se lleva la palma.
Un par de años después, participé en mi última marcha cicloturista. El escenario fue inmejorable, de nuevo en Pirineos y con el Tourmalet de por medio. Fue en L'Etape du Tour de 2014. Pero no la hice entera por problemas de salud y por el frío, que me hicieron pasarlo muy mal en la bajada del Tourmalet. Fue, como he dicho, mi última marcha cicloturista hasta este año, de nuevo en Roubaix.
No sé muy bien por qué me decidí este año a cumplir el sueño de repetir la Roubaix. En principio, para esta Semana Santa, como vi que coincidía el Lunes Santo con el Maratón de Boston, cosa no muy habitual, pensé que era una ocasión fenomenal para ir a Boston aprovechando los días de fiesta y correr el maratón más antiguo del mundo. Pero me fue imposible conseguir un dorsal.
Luego vi que la Roubaix, al haber hecho un cambio de fecha con la Amstel Gold Race, también se corría en Semana Santa. Así que, sin pensarlo mucho me apunté al viaje que la empresa Ciclored organizaba a esta carrera.
Y así he corrido este año de nuevo en Roubaix. Eso sí, como ya no entreno mucho en bici, y con recordar las sensaciones del pavé me bastaba, me apunté al recorrido corto, de 70 km, con ocho tramos de pavé, entre ellos el del Carrefour de l'arbre. Suficiente para sufrir un poco, lo justo para no dejar de disfrutar.
Volé el jueves santo a Bruselas, aproveché la tarde para acercarme en tren a Geraardsbergen y subir al Kapelmuur a recordar Flandes, y luego corrí un rato por Bruselas antes de cenar.
Al día siguiente ya me junté con el grupo de Ciclored, nos dejaron las bicis de alquiler, dimos una vuelta con ellas para ver algunos tramos de pavé y ya fuimos a cenar. Ha sido un grupo muy majo, con gente a la que nos unen las mismas pasiones, como el ciclismo y las clásicas. Y había más de un maratoniano en el grupo. Luis y Juan, los de Ciclored, nos han hecho pasar unos buenos días por allí. Muchas gracias.
El sábado, algunos madrugaban mucho para ir a la salida de sus recorridos más largos, pero los que hacíamos 70 km podíamos dormir con normalidad. La mañana era fresca, pero luego el día iba a ser muy bueno. Tuvimos mucha suerte, ya que con lluvia esta carrera es mil veces más dura y muy peligrosa. Ya en seco estabas varias veces a punto de caerte, así que en mojado no me lo quiero ni imaginar.
De los 70 km que tenía que hacer yo, unos 40 eran por asfalto, hasta llegar al primer tramo de pavés, el del molino de Vertain, en Templeve. A partir de ahí, ya es todo el rato una sucesión de sufrir en el adoquín, recuperar un poco en el asfalto, y volver a sufrir en el siguiente tramo. Apenas tienes unos pocos kilómetros entre un tramo y el siguiente. Y en el caso del Carrefour de l'arbre, que es el peor de los que yo hacía, solo tienes unos 200 metros de asfalto antes de entrar en el siguiente, el de Gruson.
Rodar en los adoquines no es fácil. Tienes que procurar pasarlos lo más rápido posible, por lo que se convierten cada uno de ellos en una serie de velocidad y fuerza. Y aunque aprietes los pedales a tope y el pulso se te dispare, en realidad estás haciendo una velocidad mucho más baja que en asfalto, ya que los imparables botes que da la bicicleta hacen que la mitad de tu esfuerzo no se traduzca en tracción en las ruedas. Por eso aquí tienen ventaja los corredores fuertes y con peso.
Y claro, como quieres ir rápido, la sensación de peligro aumenta, y no es fácil llevar las manos en las manetas de los frenos porque te rozan más. Es mejor agarrar el manillar de la cruz, arriba, y llevar las manos algo relajadas, sin asir con fuerza el manillar. El problema es cuando llega una curva o cuando tienes que maniobrar a otros ciclistas, ya que al llevar las manos arriba no puedes frenar sin tener que soltarlas. Al final vas solventando cada metro como puedes, buscando un equilibrio entre que no te rocen las manos y te produzcan ampollas y el poder mantener un cierto control de la bicicleta para no darte un susto o caerte.
La verdad es que pasé una buena mañana. Con sufrimiento en los pavés, pero sin llegar al punto en el que dejas de disfrutar de la experiencia. No tuve ningún percance importante y pude sacar unas bonitas fotos para el recuerdo. Llegué muy contento al velódromo, donde pudimos ver la llegada de la carrera femenina.
El domingo fuimos primero a Arenberg a ver la carrera de chicos. Había un ambientazo fenomenal. Se notaba que estábamos en uno de los días grandes de la temporada ciclista. Luego nos dio tiempo justo para ver de nuevo la carrera en la entrada del Carrefour de l'arbre. Un día grande. Es impresionante ver en directo y a un metro de ti cómo pueden rodar tan rápido los ciclistas por estos tramos. Iban al doble de la velocidad que llevé yo. Por cierto, este año se ha hecho el récord de velocidad más alta: 45,8 km/h de media. Una barbaridad.
Ahora ya me toca centrarme un poco más en los maratones que vienen.
Os dejo un montón de fotos, que el día las merecía.