Todos los que hacemos deporte, sobre todo deportes de fondo donde normalmente al final de la prueba vamos ya con las fuerzas muy justas, sabemos lo importante que son los ánimos que recibimos.
Puede parecer una tontería, pero incluso los que vamos de la mitad para atrás en las carreras aceleramos la marcha si el público nos anima mucho. Y solo hay que ver que si un día participamos en una carrera en la que apenas hay público no vamos a rendir igual que si estamos corriendo una de esas carreras en las que el público te lleva hasta la meta, como en la Behobia-San Sebastián o en el Maratón de Nueva York.
Hoy he vuelto a recordar a uno de mis exploradores favoritos, Ernest Shackleton. El viaje que le ha permitido pasar a la historia como un ejemplo de liderazgo en situaciones complicadas fue un fracaso como tal, pero la forma en la que logró superar todas aquellas adversidades salvando a todos sus hombres fue una gesta inigualable.
Ya hablé otra vez de este viaje en mi blog "El Col del Agonistic" con una anécdota en la que salía una bicicleta.
Y ahora a lo que íbamos: la motivación y los ánimos.
Cuando Shackleton, junto a algunos de sus mejores hombres, se lanzó a una travesía marítima por uno de los mares más duros del planeta en busca de la salvación, tuvo que navegar durante varios días muchas millas en medio de un fuerte temporal de olas gigantescas y frío polar en uno de los botes del "Endurance" su barco hundido bajo los hielos.
Y mientras él dirigía a sus hombres en medio de todos esos peligros, no dejaba de animarles para que siguieran luchando contra los elementos para alcanzar la meta final de llegar a tierra y buscar su salvación y la de sus compañeros que les esperaban en la Antártida.
Y hay una frase suya que es simplemente genial como ejemplo de que un grito de ánimo en el momento adecuado puede ser la diferencia entre luchar y ganar o rendirte y fracasar.
Allí, en medio de olas gigantescas que amenazaban con hundirles a cada momento, Shackleton se dirigió una vez más a sus hombres. Él mismo lo narró:
"Grité a mis hombres que el cielo estaba aclarando, y entonces, un momento más tarde, me di cuenta de que lo que yo había visto no era un claro en el cielo, sino la blanca cresta de una ola enorme".
Qué diferente hubiese sido el ánimo de aquellos hombres mojados y helados dentro de un pequeño bote zarandeado por un mar embravecido si les hubiese gritado que una ola enorme les iba a engullir. Seguramente todos se hubieran rendido ante lo inevitable.
Sin embargo, al oír que su líder les anunciaba que el tiempo estaba mejorando, seguramente su mente empezaría a vislumbrar la esperanza de la salvación.
Sí. Qué importante es que nos animen y que nos motiven. Para el deporte y para todos los aspectos de la vida.
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