Y mañana llegará a la meta. No os lo perdáis.
Km 33
En el kilómetro 33 del maratón de Nueva York
estás en la mitad del Bronx, ese barrio tan estigmatizado que solo con oír su
nombre nos hace pensar en delincuencia, drogas, marginación, desigualdad social
y racismo. Por lo que nos cuentan las gentes de Nueva York, hoy en día el Bronx
es un barrio mucho mejor para vivir que hace unos años, y cuando lo atravieso
corriendo durante el maratón sus vecinos me saludan entusiastas como en
cualquier otra parte de la carrera.
Me esfuerzo en saludar a todo el mundo, en
chocarles la mano, en darles las gracias. Al girar de la 135 Este a la derecha
para entrar en la Alexander Avenue suena la voz de Alicia Keys cantando a New
York en la versión “Empire State of mind” junto al rapero Jay-Z, que se ha
convertido en un segundo himno de la ciudad, junto al famoso “New York, New
York” de Frank Sinatra. Y, sí, Nueva York es la jungla de hormigón donde se
fabrican los sueños, sueños como el de correr este maratón hoy.
Km 34
Cuando cruzas el puente de Madison Avenue en
el maratón de Nueva York entras por segunda y definitiva vez en Manhattan y
dejas atrás ese breve tramo en el que corres por el Bronx. Mis piernas me piden
un descanso que no les puedo dar y la pequeña pendiente del puente es como una
gran cuesta para ellas. Quedan más de ocho kilómetros de tortura física pero la
fuerza que te transmite el público hace que sea más leve. Intento no pensar en
el dolor, intento concentrarme en saludar a la gente, en reconocer sus caras,
en admirar la belleza del momento, de los rostros, del sonido de nuestros pasos
chocando con el asfalto, del Sol que ya alto se abre paso entre los edificios.
Hay mucha gente que a estas alturas de la carrera no puede correr más y camina
hacia la meta. No importa cómo, pero lo importante es llegar y disfrutar de
este día único.
De vez en cuando tomo un poco de glucosa y me
tranquiliza saber que, salvo el dolor de las piernas, mi cuerpo está en
bastante buen estado para llevar ya tanto tiempo corriendo sin apenas parar. Tengo
que pensar de manera positiva, concentrarme en las buenas señales que me envía
el cuerpo y no hacer caso a las malas. Eso me tranquiliza.
Km 35
Mientras corro penosamente ya en el kilómetro
35 por la 5ª, a la altura de la 128, mi cuerpo no está para muchas alegrías.
Vamos ahora bajando hacia Central Park poco después de haber entrado de nuevo
en Manhattan por el Madison Avenue Bridge tras esa pequeña incursión en el
Bronx que hemos hecho. Me duelen las piernas y me quedan todavía demasiados
minutos como para exigirles un último esfuerzo, así que intento mantener el
ritmo a la vez que procuro no sobrecargar aún más mis sóleos y mis gemelos.
Pero es difícil seguir corriendo y a la vez no exigir a tu cuerpo lo que ya
hace tiempo que no tiene. (…)
Cada vez que hay un grupo de gente que me
anima por mi nombre, yo estiro el brazo y choco mi mano con la de ellos en un
gesto que me une a todos los neoyorquinos de una manera más íntima en un
momento tan especial como es este maratón para la ciudad y para todos los que
hemos venido a correrlo. Mi sonrisa lucha a veces con alguna mueca de dolor
cuando las piernas chillan algo más alto, pero no puedo dejar de agradecer tantos
ánimos de gente que no me conoce pero que me anima como si yo fuera alguien
cercano, un amigo, no uno más de tantos miles.
Pero es duro.
Km 36
En el maratón de Nueva York, el kilómetro 36
está más o menos a la altura del Parque Marcus Garvey, por la 122. Aún no has
llegado a Central Park y se hace duro porque vas cansado y aún te queda
bastante por correr. Sabes que una vez que entres en Central Park los ánimos
del público serán todavía más fuertes que en estos kilómetros entre el Bronx y
el Central Park, y tienes que buscar la motivación suficiente para no bajar el
ritmo.
Km 37
Ya estoy bajando por la 5ª Avenida cerca ya
de la esquina nordeste de Central Park. Hace ya unos kilómetros que he cruzado
el muro, esa barrera psicológica y física que tiene cada maratón en la que
pasas el punto en el que tu cuerpo está ya muy cansado, no te queda apenas
glucógeno en los músculos de tus piernas y aún estás demasiado lejos de la meta
como para que la emoción de saber que lo vas a lograr te ayude a pasar el bache.
El kilómetro 37 empieza a estar ya cerca de
la meta y la mente empieza a obligar a las piernas para que reaccionen y no se
rindan ahora. Solo quedan cinco kilómetros, una nimiedad de distancia para un
corredor de maratones, pero por mucho que hayas intentado guardar fuerzas para
el final tus piernas gritan que pares, que no soportan el dolor.
Pero tú debes ser sordo ante los gritos de
tus piernas. Ellas qué saben si están o no cansadas, si duelen o no. Eso lo
debes saber tú, no tus piernas que solo están ahí para moverse sin parar, como
las bielas de una locomotora. Y aquí, en Nueva York, el público no deja de
recordar a tus piernas que han de seguir, que hay que llegar a la meta, que
están entrenadas para eso, que no se paren.
Seguir. Ésa es la parábola de la vida que te
enseñan los deportes de fondo. Siempre seguir. Tal vez mirando atrás, si
quieres, pero siempre seguimos hacia adelante, simplemente porque en la vida es
imposible ir hacia atrás, es imposible deshacer el camino y enmendar los
errores haciéndolos desaparecer. Con suerte podrás corregir el rumbo y volver
de nuevo a la senda correcta de tu paso por este mundo, pero los desvíos que
hayas tomado en algunos momentos de tu vida ya están tomados y quedan allí
trazados para siempre, como queda el rastro en la senda.
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